Sin memoria, no habrá libertad

La sociedad política está construida sobre la telaraña de hipocresías, desde discursos vacíos y dogmas. Sin embargo, en ese universo de equívocos, no faltan los iluminados que se atreven a decir que la tolerancia es el piso sobre el que se edifica nuestra democracia, que el debate sirve para desentrañar la verdad y conceder al adversario el turno de hablar; sostienen que el “progresismo” es el capítulo supremo de la civilización. Se dice todo eso. Pero, ¿será verdad?

Yo, lo dudo, porque la estrategia fundamental en la escalada al poder es la intolerancia, cuando no el fanatismo. Y el estilo es “lo políticamente correcto”, esto es, un “idioma” de eufemismos, sonrisas y habilidades para salirse por la tangente, un método para evitar la verdad y disfrazar las intenciones de los redentores en beneficio de las encuestas, haciéndole siempre un juego falso a la “esperanza de la gente”, para después, una vez en el asiento pontificial, quitarse la máscara.

Este es el problema básico de la verdadera democracia, porque “el pueblo”, el que vota y designa, tiene un pacto implícito de consentimiento con el caudillo o aspirante a jefe; basta escuchar la vaciedad de las proclamas y el estruendo de los aplausos, y ahora, el pulseo de las encuestas. Es un problema fundamental porque pocas veces en nuestra historia, se ha votado por proyectos tan factibles, por realidades y certezas, en suma, por verdades. La mayoría de las veces se ha elegido por imposibles. Y se lo hace a sabiendas. Allí está el secreto de esa suerte de ideología de mentirillas que satura el aire.

El pragmatismo electoral hace imposible una mínima educación política. Nadie arriesga un punto por decir la verdad y obrar en consecuencia. Pero algún día será preciso hacerlo, si se quiere edificar una democracia autentica, en la que el “soberano”, vote con real conocimiento de causa y sentido almamente crítico, deseche las promesas de humo, deseche la literatura barata de las salvaciones, y se tome la molestia de averiguar, si es viable el proyecto del “poderoso” redentor. Y algo importante, al menos se tomen la molestia de recordar, porque sin memoria jamás habrá libertad.

Admito que esto es pedir peras al olmo. A veces, sin embargo, hay que recordarlo y decirlo las veces que sean necesarias, porque el sistema que tenemos, saturado de ladrones, mentirosos y de corrupción, está, además agobiado por la ceguera. Y así, caminamos sin ver el derrumbe, la caducidad de la vergüenza y la locura de abordar un camino hacia cualquier abismo tras el flautista que sucede al “público consumidor” y, que, entre cantos, delirios de media noche y bailes, ofrecen salvaciones; en un escenario con malabaristas que entretienen y carcajadas que ocultan la próxima tragedia.

Gabriel Quiñónez Díaz

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