Nuevos ciudadanos

Jaime Vintimilla

En épocas turbias donde los escándalos y la corrupción muestran las razones reales por las cuales muchos políticos luchan a muerte por su presencia en la palestra nacional, se advierte que las soluciones para resolver los acuciantes males que aquejan al país son las mismas de antaño: consulta popular, reformas normativas, sanciones, juicios, etc.

No es suficiente, ya que lo que necesariamente debe cambiar es la conducta de los ciudadanos, pues infortunadamente se han especializado en aupar líderes mesiánicos que han colmado la historia con una presencia casi infinita de sus veleidades donde quinquenios completos han sido insuficientes para colmar su deseo de perennidad insaciable.

Guardando las proporciones y con las diferencias de contexto, cabe preguntar cuántos años permanecieron en la política activa presidentes como Flores, García Moreno, Alfaro, Velasco Ibarra, Veintemilla o Correa, probablemente, sin ánimo de exagerar, la mitad de los años de vigencia de la república. Resulta lamentable que la noción de democracia tenga una genealogía colectiva bastante débil y hasta relativa, pues su análisis de tan laxo, ha convertido a la actividad de caudillo en héroe o villano, dependiendo de que se consideren a sus obras como positivas o execrables. Ha primado la tesis de que el fin justifica los medios y que en consecuencia las obras de cada cacique impiden que la alteridad sea una exigencia cívica.

Es un deber ciudadano la exigibilidad de la presencia de personas honestas y transparentes en las lides políticas, pues no es aceptable que se confunda a los políticos con salvadores de un ‘status quo’, por el cual se debe soportar imposiciones y deslices que vulneran no solamente los derechos sino el sentido común que se basa en el respeto del ordenamiento jurídico, la comprensión de la diferencia, la necesidad de la convergencia y del diálogo como herramientas de solución de diferencias.

Más allá de la reelección o de la muerte política, es necesario que comprendamos que elegir no es una obligación sino un derecho que busca que la participación sea comprendida y no manipulada como ocurre desde siempre.

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