!Navidad a la vista!

ESTE PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO INAUGURA EL NUEVO AÑO LITÚRGICO, invitándonos con las tres lecturas de la Santa Biblia que se proclaman en la Santa Misa, a revestimos, con la ayuda de la gracia divina, de los sentimientos que animaron a los santos patriarcas, al piadoso pueblo de Israel y, especialmente, a la Santísima Virgen María, para recibir por primera vez al Mesías – Salvador. Esos sentimientos eran de arrepentimiento de los pecados, de actos de mortificación y penitencia, de obras de misericordia, de oración humilde y confiada por la pronta llegada del Redentor.

EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO XXIV, 37-44, recordándonos la forma imprevista con que llegó el diluvio en tiempos de Noé y el modo sorpresivo con que roba el ladrón, nos exhorta cariñosamente: «estad preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre». Estar preparados para la venida del Hijo del Hombre es, ante todo, vivir bajo la amorosa mirada de Dios para descubrir nuestras desobediencias o pecados a fin de arrepentirnos de ellos, pedirle perdón en el sacramento de la confesión sacramental y recuperar nuestra mirada y oído espirituales para ver a Jesucristo en los pobres, escuchar su voz en los acontecimientos ordinarios de nuestra vida y estar siempre dispuestos a agradar al Señor, antes que a seguir los gritos de nuestra sensualidad, codicia y soberbia. Cristo viene a nosotros particularmente en su Santa Palabra y en la Santísima Eucaristía, si estamos animados por una fe viva en El.

EL PROFETA ISAÍAS 11, 1-5 profetizó, siglos antes de la venida del Mesías, que cuando llegue «será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos; (los mismos que) de las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas; (e invita): caminemos a la luz del Señor». ¿Qué quiso decimos este Profeta con estas palabras? Seguramente que el Mesías ha sido constituido por su Padre Dios como Soberano Señor de cielos y tierra, Príncipe de la paz y Luz de las naciones. Renovemos, entonces, querido lector, nuestra fe en su Señorío, nuestro compromiso de echar por los suelos los muros del odio, la envidia, la soberbia y la sensualidad que nos separan a los que vivimos en una misma vecindad; y, nuestro propósito de iluminar nuestras vidas con la luz esplendorosa de su Palabra y de su Vida.

EL APÓSTOL SAN PABLO EN SU CARTA A LOS ROMANOS XIII, 11-14, invitándonos a revestirnos de nuestro Señor Jesucristo, dejando atrás las comilonas, borracheras, lujurias, pleitos y envidias, nos está insinuando amorosamente a que procuremos ser parcos en la comida y la bebida, a guardar la castidad, ser sembradores de paz y amarnos con un amor semejante al de nuestro Salvador que dio su vida por nosotros.