Lecciones por aprender

Mariana Velasco

Las democracias del planeta, desde hace más de una década, empezaron a ser desafiadas por sus limitaciones, justo cuando se requerían políticos que cumplan un mandato, que rindan cuentas y que respeten a los ciudadanos como sus mandantes. Es decir, seres humanos que hagan de la moral y ética, una premisa sin condiciones.

Aquí y allá brotaron líderes sin escrúpulos, que en lugar de encauzar positivamente los miedos y los prejuicios de los ciudadanos se aprovecharon de ellos para encarnar un poder autoritario a costa de leyes e instituciones que eran garantía de la convivencia civilizada.

Esa desproporción entre los que más y los que menos tienen es atávica en América Latina, herencia de la colonia y del orden feudal del que venimos. La gran deuda de la democracia ecuatoriana es la misma que se replica en Chile y Argentina: la desigualdad, sumada a la mezcla de intereses y protestas genuinas con elementos antidemocráticos que buscan socavar a sus gobiernos. La presencia de grupos radicalizados es una realidad de la que no escaparon Nicaragua, Guatemala, México, Brasil y Perú entre otros.

La democracia y sus deudas, dejan lecciones a tomar en cuenta, porque éstas proporcionan grandes dividendos a los populistas de derecha e izquierda que, en lugar de velar por los excluidos, se aprovechan al mantenerlos en el olvido y pobreza. Ellos, con mentiras y relatos, alimentan el miedo y resentimiento. En ese escenario, se inscribieron las elecciones en Bolivia y Argentina.

La enseñanza para el otro lado de la grieta es que intentar salir de nuestros problemas a partir de más impuestos a los sectores más dinámicos de nuestra economía, como el campo o a la clase media, está destinado al fracaso y, muy probablemente, generará un fuerte rechazo social.

De todas las experiencias vividas en nuestra región y país, quizá el mayor aprendizaje radica en jamás dirimir nuestras disputas a través de las armas, así como excluir intentos desestabilizadores que se cuelgan de genuinas protestas populares.

[email protected]

Mariana Velasco

Las democracias del planeta, desde hace más de una década, empezaron a ser desafiadas por sus limitaciones, justo cuando se requerían políticos que cumplan un mandato, que rindan cuentas y que respeten a los ciudadanos como sus mandantes. Es decir, seres humanos que hagan de la moral y ética, una premisa sin condiciones.

Aquí y allá brotaron líderes sin escrúpulos, que en lugar de encauzar positivamente los miedos y los prejuicios de los ciudadanos se aprovecharon de ellos para encarnar un poder autoritario a costa de leyes e instituciones que eran garantía de la convivencia civilizada.

Esa desproporción entre los que más y los que menos tienen es atávica en América Latina, herencia de la colonia y del orden feudal del que venimos. La gran deuda de la democracia ecuatoriana es la misma que se replica en Chile y Argentina: la desigualdad, sumada a la mezcla de intereses y protestas genuinas con elementos antidemocráticos que buscan socavar a sus gobiernos. La presencia de grupos radicalizados es una realidad de la que no escaparon Nicaragua, Guatemala, México, Brasil y Perú entre otros.

La democracia y sus deudas, dejan lecciones a tomar en cuenta, porque éstas proporcionan grandes dividendos a los populistas de derecha e izquierda que, en lugar de velar por los excluidos, se aprovechan al mantenerlos en el olvido y pobreza. Ellos, con mentiras y relatos, alimentan el miedo y resentimiento. En ese escenario, se inscribieron las elecciones en Bolivia y Argentina.

La enseñanza para el otro lado de la grieta es que intentar salir de nuestros problemas a partir de más impuestos a los sectores más dinámicos de nuestra economía, como el campo o a la clase media, está destinado al fracaso y, muy probablemente, generará un fuerte rechazo social.

De todas las experiencias vividas en nuestra región y país, quizá el mayor aprendizaje radica en jamás dirimir nuestras disputas a través de las armas, así como excluir intentos desestabilizadores que se cuelgan de genuinas protestas populares.

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Las democracias del planeta, desde hace más de una década, empezaron a ser desafiadas por sus limitaciones, justo cuando se requerían políticos que cumplan un mandato, que rindan cuentas y que respeten a los ciudadanos como sus mandantes. Es decir, seres humanos que hagan de la moral y ética, una premisa sin condiciones.

Aquí y allá brotaron líderes sin escrúpulos, que en lugar de encauzar positivamente los miedos y los prejuicios de los ciudadanos se aprovecharon de ellos para encarnar un poder autoritario a costa de leyes e instituciones que eran garantía de la convivencia civilizada.

Esa desproporción entre los que más y los que menos tienen es atávica en América Latina, herencia de la colonia y del orden feudal del que venimos. La gran deuda de la democracia ecuatoriana es la misma que se replica en Chile y Argentina: la desigualdad, sumada a la mezcla de intereses y protestas genuinas con elementos antidemocráticos que buscan socavar a sus gobiernos. La presencia de grupos radicalizados es una realidad de la que no escaparon Nicaragua, Guatemala, México, Brasil y Perú entre otros.

La democracia y sus deudas, dejan lecciones a tomar en cuenta, porque éstas proporcionan grandes dividendos a los populistas de derecha e izquierda que, en lugar de velar por los excluidos, se aprovechan al mantenerlos en el olvido y pobreza. Ellos, con mentiras y relatos, alimentan el miedo y resentimiento. En ese escenario, se inscribieron las elecciones en Bolivia y Argentina.

La enseñanza para el otro lado de la grieta es que intentar salir de nuestros problemas a partir de más impuestos a los sectores más dinámicos de nuestra economía, como el campo o a la clase media, está destinado al fracaso y, muy probablemente, generará un fuerte rechazo social.

De todas las experiencias vividas en nuestra región y país, quizá el mayor aprendizaje radica en jamás dirimir nuestras disputas a través de las armas, así como excluir intentos desestabilizadores que se cuelgan de genuinas protestas populares.

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Las democracias del planeta, desde hace más de una década, empezaron a ser desafiadas por sus limitaciones, justo cuando se requerían políticos que cumplan un mandato, que rindan cuentas y que respeten a los ciudadanos como sus mandantes. Es decir, seres humanos que hagan de la moral y ética, una premisa sin condiciones.

Aquí y allá brotaron líderes sin escrúpulos, que en lugar de encauzar positivamente los miedos y los prejuicios de los ciudadanos se aprovecharon de ellos para encarnar un poder autoritario a costa de leyes e instituciones que eran garantía de la convivencia civilizada.

Esa desproporción entre los que más y los que menos tienen es atávica en América Latina, herencia de la colonia y del orden feudal del que venimos. La gran deuda de la democracia ecuatoriana es la misma que se replica en Chile y Argentina: la desigualdad, sumada a la mezcla de intereses y protestas genuinas con elementos antidemocráticos que buscan socavar a sus gobiernos. La presencia de grupos radicalizados es una realidad de la que no escaparon Nicaragua, Guatemala, México, Brasil y Perú entre otros.

La democracia y sus deudas, dejan lecciones a tomar en cuenta, porque éstas proporcionan grandes dividendos a los populistas de derecha e izquierda que, en lugar de velar por los excluidos, se aprovechan al mantenerlos en el olvido y pobreza. Ellos, con mentiras y relatos, alimentan el miedo y resentimiento. En ese escenario, se inscribieron las elecciones en Bolivia y Argentina.

La enseñanza para el otro lado de la grieta es que intentar salir de nuestros problemas a partir de más impuestos a los sectores más dinámicos de nuestra economía, como el campo o a la clase media, está destinado al fracaso y, muy probablemente, generará un fuerte rechazo social.

De todas las experiencias vividas en nuestra región y país, quizá el mayor aprendizaje radica en jamás dirimir nuestras disputas a través de las armas, así como excluir intentos desestabilizadores que se cuelgan de genuinas protestas populares.

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