Las cacareadas carreteras

Jaime Vintimilla

En tiempos de corrupción desenfrenada y de poca contrición, resulta vano insistir en lo mismo porque para enmendar y afrontar las consecuencias de acciones y omisiones contrarias a la Ética y al Derecho se requiere de valentía y de humildad así como del respeto irrestricto de la división de funciones donde la administración de justicia debe cumplir su papel sin injerencias de ninguna naturaleza.


Por ello, molesta con insistencia advertir un hecho muy desagradable, pues una obra de asfalto inaugurada hace poco más de un año, hoy ya presenta fisuras u oquedades que muestran que la carretera entre Zhud y Biblián ha iniciado un proceso de descomposición que la convierte en un sendero particularmente peligroso.


Al parecer los estudios de suelo no fueron los más prolijos o el material utilizado no fue de la mejor calidad, empero, la obra muestra inconsistencias incomprensibles, en especial, para un ciudadano que con frecuencia deba transitar por dichas vías que conectan a la provincia de Cañar con la Sierra y la Costa.


Al final del año, cerca de la culminación del período presidencial y ante la falta de liquidez es necesario que los funcionarios cambien de actitud y que se conviertan en verdaderos servidores públicos que velan por los derechos de todos los ecuatorianos sin importar su tendencia política o pensamiento, pues la democracia requiere de personas que se comprometan a escuchar a la oposición y a sus valores democráticos y no embelesarse en sus malsanas pasiones que diezman la convivencia.


Sería muy importante que se corrijan las fallas detectadas en la construcción de la carretera antes mencionada y que se investiguen las razones de su resquebrajamiento porque de no hacerlo, nuevamente tendríamos un riesgo de un nuevo episodio de corrupción que empañaría todavía más al régimen que no atina en una defensa objetiva que se aleje de sus sesgos sempiternos de perfección y rechazo de la historia.


Lo más importante es evitar alardear de las obligaciones cumplidas, porque el Estado y el gobierno se nutren no solamente de los impuestos de los ciudadanos sino de sus necesidades más acuciantes.


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