De regreso a la sensatez

Una de las lecciones del Régimen imperante precisamente coincide con aquel adagio popular que indica que “la letra con sangre entra”, pues se advierte cada vez con mayor asiduidad ciertas escenas de violencia donde las ideas son agredidas con epítetos o hasta con acciones deplorables.


El pueblo ecuatoriano gracias a un discurso altisonante, distorsionador y agresivo de un gobierno sesgado ha sido dividido entre aquellos que creen en los milagros de los designios del Estado y aquellos que pensamos que el ciudadano responsable debe aprender a escoger gracias al uso de la libertad como aquella cualidad de no causar daño a terceros.


Un grave problema es que el Estado es hiperintervencionista y ha marcado sus actividades gracias al uso permanente de una guía moral, donde deliberadamente se ha omitido la prioridad de la libertad sobre la autoridad. Los ejemplos los podemos contar desde el funcionamiento de la Asamblea Nacional Constituyente de plenos poderes que eliminó derechos de ciudadanos o desde la consulta popular que mediante argucias indujo a mezclar la moral oficial con las soluciones mesiánicas que se debían aprobar.


Asistimos a un fundamentalismo donde una persona representa un proceso aparentemente participativo donde ha recalcado que los derechos de los ciudadanos no son el límite del gobierno sino que, al contrario, el gobierno ha marcado la pauta del contenido de los derechos.


Por último, se criminaliza el antagonismo y se rehúye al debate de ideas e intereses, pues no interesa la visión contrapuesta de su existencia sino que la agenda oficial es preparada desde el mismo poder y, por supuesto, solo desde él provienen los temas aceptables.


Es lacerante que los ciudadanos hayan perdido la posibilidad de pensar para únicamente realizar lo permitido no por las normas sino por los servidores públicos de turno que han domeñado y desnaturalizado al derecho.


Aparentemente hay un discurso de apertura, pero después de haber roto el derecho, ¿ahora vamos a destruir la paz? Es hora de un cambio para lograr un diálogo real y no un monólogo peligroso.

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