Crisanta Quintero, cultora del arrullo, chigualo y alabao

Nacida en la parroquia Tululbí, hace 75 años, Crisanta Quintero Arroyo es una de las pocas personas con raíces afrodescendientes, que hasta la actualidad sigue cultivando y difundiendo las costumbres ancestrales de los negros que se asentaron en la zona norte de la provincia en las riberas del Tululbí, Palabí, Bogotá, San José y Cachaví.

Hija de Juan Quintero y Martha Arroyo Nazareno, ambos afrodescendientes ricaurteños; a la edad de 8 a 9 años empezó a practicas las costumbres que observaba de sus ancestros: padres y abuelos, quienes hasta los abortos los chigualeaban, rito que lo celebraban a sus muertos de hasta los 12 años de edad.

El chigualo es una costumbre ancestral de arrullar el cadáver de un niño al que se lo despide con una serie de cánticos al son bombos y maracas. “Cuando llegaba la medianoche se le daba descanso a quienes tocaban el bombo y los asistentes tomaban la posta con cuentos, décimas y el propio chigualo que continuaba hasta el amanecer”, explicó doña Crisanta.

Castigada por la mamá

Su pasión por esta costumbre le costó algunos castigos de su mamá, por cuanto cuando escuchaba el bombo y los arrullos de cualquier manera tenía que llegar al sitio y unirse al coro para cantar.

Dada su privilegiada voz tuvo la oportunidad de viajar a Japón integrando el grupo folklórico Berejú; con el grupo Ecos del Pacífico ha estado dos veces en Guayaquil y en Esmeraldas, ganando en dos ocasiones la “marimba de oro”.

Los géneros que cultivan en el grupo son los chigualos, alabaos y arrullos. En el último festival de música y danza afroamericana realizado en Esmeraldas por las fiestas de Carnaval, participaron con un arrullo y un chigualo.

Formó parte del grupo pastoral afroecuatoriano integrado por mujeres como Marina Rodríguez, Rocío Vergara, Atala Mina, entre otras, con el que estuvieron en Tumaco, Quito, Esmeraldas y La Concepción, en Carchi.

Exigían dinero

El grupo se desintegró porque algunas de las integrantes empezaron a exigir dinero, pero Crisanta continuó trabajando porque Dios le proporciona lo necesario y no tiene ambiciones de riqueza.

Con evidente nostalgia dice que a los jóvenes no les gusta las manifestaciones culturales ancestrales y existen muchas mujeres mayores que no asisten a los arrullos. “Para alabar al Divino Niño siempre se las invita y la respuesta es que no saben cantar”, comentó la gran exponente del arte ancestral.

Recuerda los festivales afro organizados por Inés Morales Lastra que hace algunos años ya no se los realiza, lo que está contribuyendo a la desaparición de muchas manifestaciones culturales ancestrales de los pueblos negros del norte de la provincia de Esmeraldas.