El arrastre: Relatos de una leyenda

Atuntaqui. El “gringo” murió por la furia de los anteños.
Atuntaqui. El “gringo” murió por la furia de los anteños.

Atuntaqui, La Hora

La historia de Atuntaqui aún no cambia de dirección porque entre las calles Abdón Calderón y General Enríquez se levanta entre gruesos muros de adobe la fábrica que desde 1922 cambió el destino de una provincia.

Se trata de la ‘Imbabura’ que durante 43 años creó cerca de 1200 fuentes de trabajo en medio del bullicio de sus máquinas y la producción de sus telares. Entre gabardinas y lienzos hechos de puro algodón el silencio que hoy ronda sus pasillos despierta cuando uno de sus trabajadores relata la historia de la que fue el sustento de cientos de familias de Antonio Ante.

Y es que no hay anteño que no esté ligado a la tradición oral o a los recuerdos que dejó la artífice de que hoy jóvenes empresarios rompan con el subdesarrollo y fomenten el progreso de la provincia.

Alfredo Posso nació y aún vive en Atuntaqui; Antonio Almeida, un ibarreño de sangre, lleva a la ‘ciudad textil’ en su corazón y Humberto Salgado no olvida tampoco la felicidad que obtuvo gracias a su trabajo.

Ellos fueron parte de la nómina de trabajadores que encontraron un empleo seguro en la que en ese entonces era considerada como una de las mejores opciones laborales de la provincia y que aún recuerdan el día que enlutó a Atuntaqui y hoy lo relatan.

Un día que marcó la historia

Alfredo Posso trabajó como chofer de la fábrica Imbabura, mientras los hechos cambiarían la historia de todo un cantón.

“Escúchenme bien: aquel técnico ‘gringo’ no lo era porque en realidad era un español” dijo Alfredo y así dejamos que relate cada momento de lo que muchos escuchamos y pocos conocemos a ciencia cierta, sobre el día en que el técnico de la fábrica ‘Imbabura’ José Villa fue arrastrado por las principales calles de la ciudad.

“En una ocasión mientras todos festejaban las fiestas de San José, los miembros de la Junta Parroquial decidieron celebrar al técnico porque se llamaba José Villa. Así entre altos empleados, obreros y miembros de la Junta Militar lo agasajaron. A la hora del almuerzo las conversaciones y susurros fluían. Los miembros de la Junta le dijeron algo al ‘técnico’ y él respondió con un “muy bien”.

Cerca de la fábrica, a 50 metros, vivía el técnico. Miembros de la junta, él y yo como chofer fuimos hasta allá. Yo no dejé de escuchar de lo que hablaban porque cada palabra llamaba mi atención. La música y el alcohol fluían en el festejo hasta que el técnico decidió cumplir la petición de uno de ellos y entonces todos fuimos a la fábrica para que los miembros de la Junta la conocieran.

Mientras los visitantes se burlaban por la maquinaria antigua el ‘técnico’ les aseguró que con la modernización la fábrica saldría adelante, pero que con ello mucha gente quedaría sin empleo. Entonces, los miembros de la Junta sugirieron continuar con el proceso con respeto de la ley.

“Voy a sugerir a todos aquellos que llevan varios años de trabajo que se jubilen”, me dijo el ‘técnico’. Pero cuando sus palabras se convirtieron en una realidad los empleados no quisieron y al contrario tomaron una actitud en contra porque pensaban que les quitarían el trabajo. Enojados ‘todititos’ entre unos 160 a 170 hombres luchaban por su trabajo. ¡Cómo no recordarlo!.

Yo le aseguré a don Pepe o como otros lo llaman el ‘gringo’ que los trabajadores no le permitirían que les quiten el empleo pero cuando lo hice jamás imaginé lo que pasaría.

Una mañana fuimos a Ibarra con el sub gerente de la fábrica porque necesitaban retirar dinero del Banco del Pichincha.

Allí, desde las 09h00 hasta las 11h00 las paz era parte de nuestro rutinario trabajo pero mientras regresábamos a Andrade Marín por la carretera vieja, porque no existía la Panamericana, nos enteramos que al ‘técnico’ o ‘gringo’ le dispararon y golpearon con piedras, palos y todo lo posible hasta arrastrarlo desde la fábrica en ‘Andrade Marín’ por la calle ‘General Enríquez’ hasta la plaza de Atuntaqui.

No podíamos creerlo y el subgerente tenía una enfermedad que no le permitía recibir emociones muy fuertes. Mientras nosotros circulábamos con cautela por las calles de la ciudad miré al camión de la empresa y nos acercamos a él. Allí estaba el cadáver. Entonces tomé el camino a Ibarra por la carretera vieja sin acercarnos a la gente porque podíamos ser presa de su furia.

Decidimos continuar y dejar atrás a nuestros compañeros y al difunto, pero mientras viajábamos a Ibarra miré por el retrovisor al camión de la empresa que traía el cadáver y como estábamos lejos del tumulto paré e hice señales con mis manos a mi compañero para que pare el vehículo. Entonces, me acerqué a él y como yo era muy joven, subí al camión y miré el rostro destrozado de don José. Como yo manejaba un auto pequeño y más rápido le dije al otro chofer de la fábrica que yo lo llevaba a Ibarra y los dos policías que custodiaban el cuerpo aceptaron. Al alejarnos del camión le pregunté al subgerente si quería ver el cadáver del técnico y me dijo que sí. El cuerpo estaba destrozado y la sangre corría. Al llegar a la ‘ciudad blanca’ fui a la morgue y deje el cuerpo de don José.

Solo y con la incertidumbre que tenía decidí ir donde un trabajador de la fábrica que vivía cerca y con nervios le comenté lo que pasó. Entonces juntos esperamos por el diagnóstico del forense y mientras tanto pensé en qué hacer con el dinero que tenía porque no quería quedarme con él. Mientras mi compañero de la fábrica compraba un ataúd yo iba hasta la morgue a recoger el cuerpo con tela que él me había dado porque el cadáver estaba destrozado.

Con Efraín decidimos velar el cuerpo del técnico en su casa hasta que en Quito los dueños de la empresa realicen los trámites necesarios en la Embajada Española. Después del improvisado velorio tomamos el ataúd y Efraín prestó su camioneta para que yo viajara a la capital. A las 11h00 con dos policías llegamos a Quito por la vía de Zuleta para no correr peligro. Al llegar a la matriz de la empresa los funcionarios decidieron velarlo hasta la madrugada y el próximo día lo enterraron en un cementerio cerca del Batán.

A mi me propusieron trabajo en Quito y acepté porque mi hermano, tío y padre trabajaban en la ‘Imbabura’ y después de lo ocurrido los dueños de la empresa decidieron cerrar la fábrica y por lo tanto todos nos quedaríamos desempleados”.

Mientras Alfredo trasladaba el tanto de José Villa, Humberto Salgado prefirió huir porque aquel día sabía que su vida corría peligro. Tomó sus cosas y viajó para la capital tuvo que abandonar a su esposa y a sus pequeños hijos. Allí esperó un tiempo prudente hasta que los ánimos bajaran, porque como lo aseguró Antonio Almeida en Atuntaqui existía temor. “Los enemigos aprovecharon la muerte del ‘gringo’ para tomar venganza porque sólo con llamar a la Policía y decir que una persona estuvo vinculada con la muerte del ‘técnico’ los uniformados relizaban una serie de interrogaciones y hasta castigos injustos”, dijo.

Muchos prefirieron viajar porque las oportunidades en el cantón eran muy pocas “la situación en Atuntaqui era muy triste; cientos de empleados sin trabajo y la pena se sentía en el ambiente”, dijo Antonio.

Sin embargo, todo cambió, nada sería igual hasta que de apoco los anteños decidieron crear sus pequeños talleres.