Una decisión ya tomada

Emilio Palacio

Los analistas y la prensa se han enfrascado en un debate importante: ¿Existe o no existe una vía constitucional para destituir a la vicepresidenta, como usted parece haber ya resuelto?

Y la verdad, señor presidente, es que no se ve ningún camino legal para alcanzar ese objetivo.

¿Que la vicepresidenta quiso dar un golpe? Ese argumento no sirve porque a la señora Abad efectivamente no le faltaron ganas, desde el primer día, de serrucharle el piso, pero su intentos de reunir aliados en la Asamblea Nacional fracasaron, así que ella misma descartó esa posibilidad. No se olvide del antecedente de Correa, que también armó un escándalo con el “intento de golpe” del 30 S sin dar nombres ni pruebas, y precisamente por eso se le revirtió en contra.

¿Que la vicepresidenta discrepa con usted en principios fundamentales, como asegura el viceministro de Gobierno? Tampoco sirve, no sólo porque el viceministro no se tomó la molestia de informarnos cuáles son esas discrepancias (que no las detectaron cuando escogieron a la vicepresidenta como compañera de fórmula), sino porque además la discrepancia de opiniones no es una causal para destituir a nadie.

Lo que sí existen son sobrados motivos políticos para temer que la señora Abad se convierta en la principal autoridad del Palacio de Carondelet, porque no sabemos qué piensa ella hacer con el poder, pero sí conocemos los poderes que la constitución le otorga a los presidentes interinos:

-Pueden concederle indulto a los peores criminales.

-Pueden declarar el estado de emergencia y suspender algunas garantías constitucionales.

-Pueden remover al menos parcialmente la cúpula de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional para encaramar a oficiales de su confianza.

Y lo que a mí particularmente me preocupa es que todas estas atribuciones se las estaríamos entregando a una persona evidentemente inestable, que tiende a defender posturas extremistas, que se burla de los derechos de la mujer, que no duda en apoyar a fuerzas de oposición de gobiernos amigos, y que es vista con total desconfianza por Estados Unidos, uno de nuestros aliados más firmes en la lucha por la corrupción, al punto que le retiraron la visa, como antes se la retiraron a políticos, generales y jueces vinculados a las mafias.

De todos modos hay que ubicar todo este asunto de la destitución de la señora Abad en su verdadero contexto. Por ahora es una cuestión que sólo le preocupa a la clase media. El pueblo llano lo que ve es que usted ha tenido muchos aciertos, y que los errores que cometió, aunque algunos fueron importantes, no tuvieron mayores consecuencias, o los corrigió a tiempo. Por eso creo que usted ya tomó la decisión de destituir a su compañera de fórmula a como dé lugar, convencido de que sus índices de popularidad se mantendrán y conseguirá la reelección.

Sin embargo, yo le aconsejaría que no se confíe demasiado, porque los temores de una clase social a veces se contagian con la rapidez de un virus a todo el tejido social. Cuando usted ordenó ingresar a la embajada de México, por ejemplo, recibió aplausos de todas las clases sociales, pero fue porque los delitos de Jorge Glas eran bien conocidos; y obligados a escoger entre un artículo de la Convención de Viena y el peligro de que un delincuente dirija su banda desde el extranjero, decidimos que primero estaba el bienestar del Ecuador. Pero ahora nadie nos ha dicho cuál es el peligro que lo obliga a tomar tan drástica decisión, así que el entusiasmo no será el mismo, y si usted se empeña en actuar del mismo modo en otros asuntos, con el argumento de que va porque va, entonces más temprano que tarde toda esa popularidad podría derrumbarse.