1.260 contenedores custodian las raíces históricas de Quito

PRESERVACIÓN. Dayuma Guayasamín coloca con cuidado las vasijas encontradas en el Museo de Sitio La Florida.
PRESERVACIÓN. Dayuma Guayasamín coloca con cuidado las vasijas encontradas en el Museo de Sitio La Florida.

Piezas arqueológicas de 31 excavaciones están almacenadas en el Centro de Interpretación de Rumipamba.

Es el subsuelo de una construcción de dos pisos en un barrio de Quito: edificios, urbanizaciones, guardias de seguridad, conductores de autos atendiendo el teléfono. Por la mañana, la luz entra diagonalmente por una fila de ventanas que está muy cerca del techo. Hay dos habitaciones y en cada una de ellas, contenedores rectangulares de 40 cm de ancho por 30 cm de alto.

En la sala más grande hay un pasillo largo que se forma en el medio y está delimitado por pilas de contenedores. Estas pilas, a su vez, forman pasillos más cortos a cada lado de la sala. Las vasijas de color rojizo sobresalen en el fondo y contrastan con el tono de las estanterías en las que están ordenadas.

Afuera la temperatura ambiente es de 22 °C pero adentro se mantiene en 18,6 °C. Los arqueólogos Dayuma Guayasamín y Andrés Mosquera destapan un contenedor y miran adentro como si estuvieran abriendo un cofre de tesoro. Mosquera saca una vasija pequeña y dice que como está completa es “museable” (apta para el museo).

La sostiene por un rato y revisa los datos de su procedencia. Se trata de una pieza encontrada en el sector de La Florida, ubicado a unos kilómetros al norte de ahí. Es de la época de Integración Tardía (900 d.C. – 1.500 d.C.) y forma parte de los miles de bienes materiales que reposan en 1.260 contenedores, almacenados en el Centro de Interpretación, de la Reserva del Parque Arqueológico y Ecológico Rumipamba.

Preservación

Todo está rotulado. Desde el letrero de la entrada donde se lee que solo se permite el ingreso de personal autorizado, hasta la etiqueta que muestra el código de ocho dientes guardados en una pequeña funda en el fondo de un contenedor.

518
objetos
están inventariados
en el Sipce.
Para trabajar ahí, los arqueólogos tienen que utilizar guantes y mascarillas. Hay contenedores plásticos y de madera. Las tapas de algunos están cubiertas por finas capas de polvo y hay otras selladas con cinta adhesiva.

“Hay trabajo al menos hasta el 2024”, asegura Dayuma Guayasamín y se ríe bajito. El espacio es silencioso y poco húmedo. 59% de humedad refleja el medidor electrónico que está siempre activo para monitorear las condiciones.

PERSONAJE. Dayuma Guayasamín explica la conservación de los restos arqueológicos en la reserva.
PERSONAJE. Dayuma Guayasamín explica la conservación de los restos arqueológicos en la reserva.

Dayuma Guayasamín

“La arqueología es cuestión de sentido común”, dice con una sonrisa fugaz. Dayuma Guayasamín es arqueóloga, de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, y cursó una maestría en Perú. Para ella, los pequeños detalles son importantes porque ayudan a recrear ambientes cotidianos.

Se desplaza por la bodega de la reserva con la seguridad de quien ha destapado los contenedores cientos de veces. Saca de uno de ellos una vasija que le cabe en la mano derecha. En otra época, manos distintas a las de ella le dieron forma y también la olvidaron sobre una estera. La cerámica se coció y en la base se quedó el relieve de las líneas que no se ha borrado ni con el paso del tiempo.

Quizá alguien podría pensar que tienen un significado ritual, pero no. Son producto de un descuido. “Toda la información nos muestra que nuestros antepasados fueron personas como nosotros”, dice Guayasamín.

En el techo, unos conductos de aluminio le dan una apariencia industrial al lugar. Se colocaron para regular la humedad del interior y poder conservar sobre todo los huesos, que son los materiales más delicados.

Cada vez que llega una nueva caja a la reserva, los arqueólogos esperan ansiosos para ver su contenido. Hace tiempo arribaron varias piezas de una excavación cercana a Pomasqui, norte de Quito.

Había esqueletos y tinajas de un poco más de un metro de alto que servían para transportar agua. Mientras que en un laboratorio los arqueólogos reconstruían los objetos de cerámica, en el otro los antropólogos físicos analizaban los restos óseos y se dieron cuenta de que la mayoría presentaba fisuras a nivel del cuello y de la columna.

Se preguntaban por qué y alguien pensó que, quizá, las lesiones estaban relacionadas con las tinajas. Entonces, pusieron un esqueleto encima del objeto de de cerámica y se dieron cuenta que las personas solían transportar sobre sus espaldas el agua a través de largas distancias.

Dayuma Guayasamín recuerda la anécdota como muchas de las otras historias de dos años de trabajo en la reserva. En ese tiempo, ella y Andrés Mosquera registraron las piezas de nueve proyectos e inventariaron 518 piezas de cuatro de los 31 proyectos arqueológicos del Distrito Metropolitano de Quito.

CONDICIONES. Con un aparato electrónico se miden constantemente la temperatura y la humedad del sitio.
CONDICIONES. Con un aparato electrónico se miden constantemente la temperatura y la humedad del sitio.

Viaje por la historia

Como si abrieran una puerta al pasado, cada vez que ven una vasija la explican de manera detallada. Hay piezas de cerámica, lítica y restos óseos humanos y fáunicos (de animales). Las más antiguas son de 1.600 a.C., es decir, pertenecen a los pobladores de las etapas Formativo, Desarrollo Regional e Integración Temprana y Tardía.

El registro empieza desde lo más temprano a lo más tardío, explica Andrés Mosquera. Se revisan primero las piezas más antiguas y luego se las clasifica por período y material. Del lado derecho está la sección del nuevo aeropuerto (sector de Tababela) e incluye más de 700 contenedores. Es la colección con más número de piezas y la mejor conservada.

Del otro lado, los letreros indican que están almacenados objetos de: Cocotog, La Florida, Rumipamba, Tajamal, Pacto, Pucará de Rumiurco, Pucará de Rumicucho, Naiq, Nanegalito, convento de Santo Domingo y San Francisco, Casa Guillespi…

La etiqueta de cada contenedor muestra el nombre del proyecto, el nombre del arqueólogo que estuvo a cargo de la investigación y datos como el tipo de material, el sector o a qué nivel fue encontrado.

La información es necesaria para que se pueda registrar el material, luego inventariarlo y, finalmente, subirlo al Sistema de Información del Patrimonio Cultural Ecuatoriano (Sipce) del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC).

ESPACIO. La reserva es una especie de bodega de contenedores en los que se encuentran las piezas patrimoniales.
ESPACIO. La reserva es una especie de bodega de contenedores en los que se encuentran las piezas patrimoniales.

Parámetros de cuidado

Basta una llamada para que los arqueólogos acudan al lugar en el que se encontraron restos fósiles. El proceso tiene el nombre de inspección o rescate y se realiza en lugares en los que se hallan piezas por casualidad. Es diferente a cuando se hace una prospección arqueológica o excavación en la que el arqueólogo interviene capa por capa. El resultado final es el mismo: los contenedores de la reserva.

Pasear por los pasillos y fijarse en las etiquetas es como mirar hacia atrás en el tiempo. Están las cajas que contienen esqueletos y que solo se pueden ver desde afuera. En la tapa de un contenedor de madera hay la figura de un pie, dice Guayasamín que ahí hay una huella pero que aún no la han revisado.

Está también el cráneo de una momia que se encontró en el convento de San Francisco. A través del plástico, asimismo, se puede ver que aún tiene cabello. Es de la época colonial. En cartones de plástico hay botellas de vidrio de colores halladas en el parqueadero de la Casa Guillespi (actuales oficinas del Instituto Metropolitano de Patrimonio).

El material debe estar separado por categoría y cada uno se conserva de la manera recomendada por los arqueólogos. La cerámica que está íntegra o que ya ha sido reparada se coloca en las estanterías con soportes de espuma flex y rodeadas por hilo nailon para evitar que se caigan en caso de sismos. También hay objetos que están fragmentados y se guardan en contenedores con esponjas para que no se golpeen.

Las piedras están apiladas en contenedores y se recomienda no lavarlas porque, en la superficie, los investigadores pueden encontrar restos útiles para entender la historia. En el caso de los huesos, están envueltos en papel de ceda o de arroz para que se conserven por más tiempo.

Andrés Mosquera

° Con cuidado, las manos de Andrés Mosquera sostienen una vasija pequeña de color naranja. La mira fijamente e insiste en que se ponga atención en el espesor que tiene. Es más delgada a comparación de las otras piezas junto con las que se la encontró. Además tiene un detalle antropomorfo en un borde. Hay una carita en repujado.

Con esos detalles se puede saber que no era de esta zona sino de la Amazonía. Fue importada. “El conocimiento es científico, somos investigadores”, dice Mosquera, quien habla constantemente con términos académicos. El arqueólogo graduado en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador dice que es necesario que más gente se interese por preservar el patrimonio cultural.

Al momento, él y Dayuma Guayasamín son quienes se pasean por los corredores dos veces por semana haciendo un “trabajo de hormiga”.

La oficina

Hay siete huesos de distintos tamaños sobre una hoja de papel. Están en un compartimento de una mesa de madera que sirve para analizar los materiales. La habitación más pequeña del centro es la oficina de los arqueólogos. Ahí también hay unas dos pilas pequeñas de contenedores llenos de piezas.

Son piezas dentales y huesos metacarpianos, dice Andrés Mosquera. Las rescataron en una excavación en el sector de la Mañosca. Cada vez que analizan una pieza, los arqueólogos tejen una especie de red con los datos que tienen. En este caso, determinaron que los huesos pertenecieron a una persona menor a 18 años. Lo encontraron con una vasija como ofrenda funeraria y vieron que fue un enterramiento secundario, lo enterraron una vez que se descompuso el cadáver.

Por la forma de la tumba y su profundidad de 80 cm se pudo saber que es del período de Integración. Es así cada vez que destapan un nuevo contenedor o llega una nueva pieza, el contexto es lo más importante.

EL DATO
El Parque Arqueológico y Ecológico Rumipamba puede visitarse libremente de lunes a viernes de 09:00 a 17:00.Si encuentran una vasija con características distintas a las registradas empiezan a buscar con otras que coincidan y surgen las preguntas: ¿comerciaban con otros pueblos?, ¿qué influencia recibieron?, ¿qué tradiciones tenían?…

“Es como reconstruir la vida de las civilizaciones pasadas a través del material”, dice Guayasamín.

La idea es que pronto las habitaciones del Centro de Interpretación, a cargo del Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP), ya no tengan contenedores sino estanterías en las que se expongan todos los materiales encontrados. Que los investigadores, estudiantes, niños, puedan ingresar y conocer los orígenes de los habitantes de Quito.

-¿Qué somos los quiteños?, se pregunta Dayuma Guayasamín.

-“Somos todo esto”, dice extendiendo los brazos y mirando a ambas partes del laboratorio. (PCV)