Moral y Ley

Richard Salazar Medina

Fue descubierta por la abundante sangre y los gritos de auxilio en el baño del colegio. Había ido a dar a luz en silencio, sola. Usaba faja para que no se notara el embarazo. Era un centro católico y las monjas llamaron a una unidad de cuidados de salud. La niña se pudo salvar, pero el niño no. Lo había ahogado en el agua del inodoro; no lo quería, lo tenía claro desde el principio.

Tenía 13 años y desde hacía casi dos sufría abuso sexual del novio de su hermana mayor. Tenía miedo, por eso nunca lo denunció; él la había amenazado y temía que su hermana la culpara. Es un testimonio de la vida real que recibí en un estudio sobre embarazo adolescente en 2012. No es el único.

Hay hombres que violan a niñas y las amedrentan. Muchas niñas violadas quedan encinta sin desearlo y no saben qué hacer, por el peso moral que ello implica en una sociedad como la ecuatoriana. Tantas como esta niña, al no saber cómo proceder y no tener otra opción, están dispuestas a deshacerse del recién nacido como sea.

Lo repudian, porque les recuerda la humillación del abuso, el peso del miedo y de la culpa, connatural a una sociedad atravesada por valores religiosos. Esa niña representa a miles de niñas con dramas y desenlaces similares.

Un argumento de católicos practicantes —que no entiendo con qué calidad moral se atreven, luego de infinitos escándalos de pedofilia de sacerdotes— y de los denominados “pro-vida” es que si se aprueba el aborto por violación, muchas aprovecharán para abortar aunque no sean violadas. Que lo hagan, el aborto debe ser aprobado sin apellidos. El aborto debe ser un derecho.

No digo que todas las personas deban optar por el aborto. Lo deseable es que nadie tenga que abortar y que todo hijo sea deseado, fruto del amor, el consentimiento y el placer mutuo. Las “pro-vida” pueden nunca abortar, incluso si son violadas. Pero una moral católica, que puede ser respetable, no puede ser ley. Tampoco podría ser ley que digamos que toda menor de edad encinta debe abortar. Sencillamente debe ser una elección para toda mujer. El Estado es laico desde 1906, sin querer decir que todos seamos ateos. Por sus convicciones y fe quienquiera puede ser católico, protestante, evangélico, musulmán o ateo. Ninguno puede exigir al resto que piense como él. Ello atenta contra la libertad y la razón.

Aún en temas tan sensibles y trascendentes hay conciencias que se compran y se venden. Esas personas son desde este momento cómplices de esta dolorosa e impúdica realidad. Votar que no, hará no solo que haya mujeres preñadas por violación, sino niños que mueran apenas ven la luz o sean abandonados a su suerte, que ocurre y mucho. Eso sí que debe pesar en la conciencia.

[email protected]