Un segundo fracaso

Rocío Silva

Se hablaba, planificaba y teorizaba desde los escritorios sobre niveles administrativos de planificación; el Estado estaría más cerca a la ciudadanía; que nunca más una persona tendrá que buscar los servicios fuera del lugar de su residencia, que no habría largas colas desde el amanecer para optar por un cupo de matrícula para sus hijos en planteles educativos.

El correísmo y sus huestes técnico-políticas, estaban para garantizar la equidad territorial, pues los servicios educativos y su administración se planificarán desde el territorio. Entonces se supo de hermanos destinados a escuelas diferentes, ubicadas en geografías distantes a su domicilio, en fin, dijeron era error del sistema, pese a que todo apuntaba a satisfacer las demandas de la ciudadanía para alcanzar estándares de calidad de vida y de esta manera lograr el Buen Vivir.

Bajo el eslogan de la realización de una mejor gestión y optimización de recursos en el territorio; se promocionó la fusión de instituciones educativas; jamás se tomó en consideración las diferencias culturales, que por décadas se mantenían en las comunidades, de pronto niños y niñas eran sometidos al recelo que implica ser los desplazados, los recién venidos; no importaba para nada estos factores psicológico-sociales, lo que primaba era la idea subterránea de aniquilar a toda costa, la presencia de liderazgo organizativo que tenía en maestro en la comunidad.

Los servicios cercanos a la ciudadanía con fácil acceso y una prestación permanente, se quedaron en el mismo abandono en que se quedaron las escuelas comunitarias, se creyó que con las moles de cemento llamadas escuelas del milenio, se lograría una planificación, organización y logro educativo, jamás se pensó en las especificaciones de todos los rincones de la patria, a las cuales siempre se hacía referencia en las sabatinas e invasión propagandística. Tampoco importó a alguien que los niños deban atravesar carreteras, canales de regadío, quebradas; según los revolucionarios de escritorio, los niños podían caminar hasta 45 minutos tanto de ida como de retorno.

Diez años después, ahí están las unidades del milenio deterioradas; en definitiva, fracasó otro intento de la cacareada década ganada.