Media hora y con vino

Manuel Castro

Los políticos más lúcidos consideran que la clave de la reducción de la pobreza y del desarrollo sostenible no es la economía, sino la educación. Sin embargo algunos políticos de Latinoamérica presumen de un supuesto progreso académico, pero esto se desvanece cuando Estados Unidos y China no están satisfechos con su educación.


Corea del Sur, Israel o Singapur han elevado su economía por ponerse como meta que su educación sea de primera, primaria, secundaria y universitaria. El Estado es el que financia en altos porcentajes de su presupuesto con maestros bien pagados, y que las universidades sean sustentables, no gratuitas. Coordinen con la empresa privada y que sus egresados al salir de las universidades ya graduados tengan trabajo.


En India, China y los otros países asiáticos están obsesionados con el futuro, pero nosotros pensamos a seis meses o máximo a cuatro años, o como este Gobierno a trescientos años, tratando de imponer una educación elitista como Yachay. También el Gobierno piensa en las elecciones de febrero y ha dispuesto la reducción de horas para las tareas escolares, “para respetar el tiempo libre de los alumnos”.


Donde la educación es prioritaria se tienen entre ocho y diez horas diarias de jornada escolar, aquí no llega a cinco o seis. Hace poco se consideró que no era obligatorio el idioma inglés, el que se utiliza en el comercio, la innovación, la ingeniería y las ciencias exactas.


No todo puede salir del Gobierno, sino también de empresas, prensa, artistas, deportistas que fijen metas de rendimiento académico y exijan su cumplimiento. En la vieja España a los obreros se les ofrecía bajar a siete horas diarias de labor, y lo rechazaron manifestando: “¡Queremos, como los curas, media hora diaria y con vino!”.


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