El alma de los derrotados

Daniel Márquez Soares

Cada sociedad tiene su forma de relacionarse con la derrota. Algunos países, como los Estados Unidos, han construido su identidad sobre la certeza de la victoria, de la firme convicción de que todos pueden ganar y de que los fracasos no son más que desafíos temporales. Hay otros, como Argentina, China o los árabes, que tienen la vista puesta en un pasado de victorias y prosperidad que no consiguen olvidar; aunque el presente insista en recordarles a diario que ya no son aquello que alguna vez fueron, prefieren verse como ganadores.


Ecuador, en cambio, mantiene una relación íntima con la derrota, una de las pocas cosas que une a la historia de todos los ecuatorianos, sin importar región, clase social o grupo étnico. Dada esta circunstancia, es totalmente comprensible y previsible que los ecuatorianos tendamos a demostrar gran preocupación y empatía por los perdedores. A la larga, sabemos que hay una inmensa probabilidad de que, en algún momento no muy lejanos, nos veamos en su misma situación.


Por eso resulta tan absurdo e intrigante este nuevo discurso despiadadamente libertario, ensalzador de la codicia y el capitalismo salvaje, que la derecha ha empezado a esgrimir; esa cantaleta de la libertad económica, de abandonar las regulaciones, de flexibilizar el mercado laboral, reducir el gasto público y dejar que los buenos prosperen y los malos mueran de inanición. Ese, el de “quien gana se lo lleva todo”, es un discurso de y para ganadores, quienes resulta que son pocos, muy pocos, en nuestra sociedad.


De tanto leer materiales del Tea Party y el Cato Institute, nuestra derecha alienada ha terminado convenciéndose de que nuestra gente tiene preocupaciones tan anglosajonas como que le estén robando sus impuestos o que el Gobierno mantenga a perezosos. Al revés, lo que preocupa y entristece de la economía es la cantidad de víctimas que están comenzando a surgir; y de Correa lo que molesta no es que limite a los buenos y proteja a los ineptos, sino que sea tan inclemente y despiadado con los vencidos. Al electorado no le molesta el izquierdismo, le molesta la falta de humanidad.


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