La hacienda a control remoto

Hay una convicción, una ideal, que tiene en común la élite de la Revolución Ciudadana con la vieja oligarquía rentista del país: la certeza de que los ecuatorianos nunca llegaremos a nada y que el país es como una casa podrida a la que hay que saquear mientras aún se pueda, todo lo que se pueda; a la larga, se supone, de todas maneras ya se va a derrumbar por sí sola.


Esa forma de pensar basta para explicar la pasión que ha tenido nuestra clase rectora, y que ahora el Gobierno de Rafael Correa exhibe con renovada intensidad, por tomar decisiones que nos hunden más y nos condenan al atraso perpetuo. Nuestros gobernantes creen que no hay futuro, por ejemplo, no hay problema en dejar al país endeudado, quebrado, con sus recursos empeñados y las generaciones venideras condenadas a pagar la cuenta del obsceno banquete.


Nuestros políticos insisten siempre en que la culpa no es de ellos. No son sus decisiones irresponsables y vanidosas, ni la obsesión por dejar un país saqueado hasta el agotamiento a todo régimen posterior lo que nos tiene así. Según ellos, la culpa es de la gente y agitan esas malditas teorías culturalistas que, en el fondo, no son más que discursos de cobarde resignación, racismo encubierto y desdén de clase.


Lo bueno es que son consecuentes. Como creen que no hay futuro aquí, nuestros políticos han aprendido bien de la aristocracia selecta: sus hijos están afuera, los capitales también, tienen permiso de residencia afuera y casa en el extranjero. Lo único que conservan aquí adentro es el poder, lo que les permite seguir tomando decisiones que confirmarán esa profecía lúgubre y cuidarse las espaldas.


Ecuador sigue los pasos de esos países centroamericanos y africanos, vaciados de talento y vueltos haciendas manejadas a control remoto por élites nacionales alienadas y cómodamente expatriadas. Un modelo así requiere gobernantes cínicos y enfermos de codicia, una despiadada clase media capataz y una masa trabajadora mínimamente capacitada que piense poco. Uno de esos tres ingredientes, Ecuador lo tiene de sobra.


Para cambiar eso se necesita confianza. También fuerza y el sentido de urgencia que viene del miedo.


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