Yamor o la identidad de Otavalo

Autor: Fausto Jaramillo Y.| RS 82


Los héroes o heroínas de un pueblo no necesitan ganar batallas bélicas para ser reconocidos como tales; basta que su trabajo defina una cualidad de ese pueblo para que sus miembros los reconozcan como íconos del pensamiento o del trabajo y sean proyectados a su pueblo que los declara como sus “hijos preclaros”.

En una sociedad como la otavaleña, en la década de los años 40 del siglo pasado, los vecinos rendían culto a la Virgen María con una procesión que partiendo desde el barrio Monserrat, al norte de la ciudad, llegaba hasta una gruta natural que existe en la base de Rey-loma en el sector oriental.

Para refrescarse, tomar fuerza o cualquier otro motivo, los fieles consumían una chicha muy especial fabricada con 7 variedades de maíz.

Luego, en la década de los 50 el homenaje religioso mutó, poco a poco, hacia una festividad religiosa – pagana en la que, siguiendo la tradición se rendía culto a la imagen religiosa, pero también un homenaje de agradecimiento a la Paccha – mama por la generosidad en las cosechas.

Era julio y en el aire un saborcillo
Era julio y agosto y el mercado se agitaba, era tiempo de que los campesinos, mayoritariamente indígenas, debían pagar las deudas contraídas para la siembra, y lo hacían con los granos cosechados; o, simplemente se compraba las primeras mazorcas de maíz, o sus granos.



En Otavalo, dos mujeres poseedoras de una visión comercial eran las más inquietas y observadoras que acudían al mercado de la ciudad para adquirir no una porción, ni dos, ni tres, eran costales de maíz los que iban hacia los patios de sus casas. Allí, con la complicidad de sus esposos, hijos y familiares y hasta personas contratadas iniciaban el rito del trabajo, desgranar, cocer, pelar, cocer los granos de las 7 variedades de maíz, para molerlos y con esa masa, mezclarla con agua y panela en proporciones solo por ellas conocidas y dejarlos “madurar”, lo que significa fermentar hasta el punto ideal de una chicha en unos toneles de barro conocidos como “pondos”, hasta que llegara el punto de “cernir” la chicha.

Mientras tanto, en otra esquina del patio de la casa, la cocina iniciaba un trabajo febril, tortillas, empanadas, “agrio”, ají, y prepararse para cocer la fritada de carne de “chancho”.

Se anunciaba septiembre y los portones de sus casas se abrían para que propios y extraños, otavaleños y visitantes puedan acudir a degustar la chicha ya preparada acompañada, eso sí, del delicioso plato de comida típica. Eran 7 días que luego se convirtieron en 8 y más tarde en 9 en que estas damas ofrecían esa delicia culinaria a todo aquel ciudadano que quisiera beber la chicha del Yamor,

La Leyenda
El Taita Imbabura, la montaña Rey y máxima autoridad de la comarca, resolvía sabiamente los problemas de la región. Estaba casado con una mujer muy bondadosa, bella y blanca como la luna, con ojos azules y limpios.

Pacarina, era una muchacha de 15 años, que llorosa y agitada se presentó un día ante ellos para contarles su pena de amor. Estaba enamorada de un joven fuerte y erguido como una caña, cortés y educado, pero que no le correspondía con su cariño. Al contarles sollozaba como una tórtola herida.

Taita Imbabura y su esposa, para satisfacer los deseos de Pacarina, la transformaron en Ñusta del Maíz, y le ordenaron que cuando pase el solsticio fuera a los cuatro puntos cardinales de la comarca y cosechara diez mazorcas de las cuatro clases de maíz: en el norte maíz dorado y duro. En el sur Morocho. En el este Chulpi. Y en el oeste Canguil. Una vez recogidos, le dieron instrucciones para cocinar los granos. De allí saldría una bebida, una especie de filtro de amor, que al beberlo el inconquistable Jatún Cuncay caería a sus pies.

Así fue como ocurrió, Jatún Cuncay bebió el Yamor y ante sus ojos iluminados apareció la joven con un hermoso talle y trenzas esmeradamente perfumadas con romero. El amor había florecido entre estos dos jóvenes al amparo del Yamor, que es canto e himno en homenaje al maíz.

Pero, tengo una duda: el término Yamor proviene de dos vocablos Yak, sinónimo de sabio y Mur, grano, denominándose al Yamor como la “chicha de la sabiduría”, cosa diferente a lo que enseña la leyenda; o será que, ¿el amor antes de llegar al corazón atraviesa la sabiduría?

Volvamos a los inicios
En la década de los años 50 del siglo pasado, el régimen educativo del país estaba dividido en 3 trimestres: de octubre a diciembre, primero, coincidiendo las vacaciones con las festividades de la Navidad; de enero a finales de marzo o primeros días de abril, el segundo, con vacaciones coincidentes con la Semana Santa; y luego de marzo o abril, hasta julio el tercero. Las vacaciones se extendían desde julio hasta octubre que se iniciaba un nuevo ciclo.

El sincretismo
Varios jóvenes otavaleños estudiaban en Quito y debían retornar a su lar nativo a gozar de sus vacaciones. Tenían que usar la imaginación e inventarse muchas cosas para gastar su tiempo. Los ya púberes, aprovechaban para lanzar piropos a las “chiquillas” que con rubor y secreta alegría los aceptaban. Eran los primeros escarceos del amor que se hacían presentes en las calles del pueblo.

Entonces, claro, había que pasear, hacer deportes, cantar y bailar. Los bailes de verano se pusieron a la orden del día. A alguno o quizás a algunos se les ocurrió establecer lo que se llegó a conocer como la Fiesta del Yamor. La procesión religiosa dio paso al rito pagano del baile y la alegría. Se había producido el sincretismo cristiano – pagano.

Pero, quienes querían mantener la tradición religiosa no se quedaron de brazos cruzados; se insertaron con los jóvenes y delinearon un programa de fiestas en el que constaban varios números de tiente religioso, como otros de fiesta y jarana. Había nacido las Fiestas del Yamor, con pregones y reinas, con bailes de salón y misas solemnes.
Pero en ese calendario, lo único que no podía faltar era la degustación del Yamor y su eterno acompañante; el plato de fritada, tortillas, empanadas bien condimentadas con “agrio” “encurtido” o ají, al gusto del cliente.
De la procesión a la mesa de casa de los otavaleños, y de allí, a la mesa de las dos damas que, año tras año, incrementaban sus ventas y sus familiares y amigos que preparaban y repartían los platos.

De la procesión a la fiesta
En la década de los años 60 del siglo pasado, los ciudadanos otavaleños luchaban por sobresalir en el contexto cultural nacional. Habían sido capaces de iniciar un movimiento literario de gran trascendencia como el del “Indigenismo” que sería definitorio en el país; también sus músicos se destacaban por sus obras y por sus interpretaciones; pero nadie imaginaba que dos mujeres habrían de colocar a su ciudad en la mira gastronómica y turística del Ecuador y, creo no falsear la verdad cuando digo que más allá de sus fronteras, con la preparación de una bebida que habría de ser el imán del turismo hacia Otavalo: el Yamor.

El sabor de identidad
Doña Tránsito Guerra de Dávila y doña Zoila Dávila de Velasco, cuando llegaba septiembre, ponían a saborear a propios y extraños aquella bebida, esta sí ancestral, que con su sabor recordada que somos hijos del maíz, y que debíamos rendir un homenaje a la Pachamama, por la generosa dádiva de las cosechas que permitían la sobrevivencia del pueblo, bebiendo la dulce chicha.

No fueron las primeras en cocer esta delicia, pues, al parecer, esta se la conocía desde siglos atrás cuando los “angos” o autoridades del pueblo se deleitaban con esta bebida, la que ofrecían a otros “angos” que los visitaban; pero si fueron las primeras en ofertarla como un producto que, por ser tradicional, podía ser compartido con los visitantes que llegaban a la ciudad a degustarla. De allí, a alguien se le ocurrió que Otavalo debía tener un eslogan que lo identificara y “La fiesta más alegre en la ciudad más amable del Ecuador” se transformó en la frase identitaria de la ciudad y de su fiesta.

En los aires de la ciudad, las campanas de sus templos siguen repicando igual, recordando a la Virgen Monserrat; pero, doña Tránsito y doña Zoila ya no están; aunque ellas forman parte de la identidad de su pueblo, de su Otavalo.