Violencia Política: un triste relato

Allá comenzó así, todo era tranquilo, todo era tranquilo. Vivíamos en armonía, vivíamos felices en nuestro pueblo. Hasta un día que llegaron los guerrilleros.

Que nos dijeron: «Comenzó la gente a hablar; se mira harto Ejército por ahí, hay Ejército».
En la noche atacaban las puertas. Que uno tenía que salir a reunión, que era la guerrilla. 

Eso sería por ahí el 88. De cada casa tiene que salir uno, por las buenas o como sea. A uno le da muchísimo miedo salir. La guerrilla decía que ellos iban a andar por ahí rondando, que todos ellos iban a estar.

Que los que robaban cosas, mejor dicho, que se compusieran o los componían.

Pero el miedo era también con el Ejército. Cada nada caía el Ejército al pueblo y preguntaba que, si habíamos mirado a la guerrilla por aquí, y a uno le tocaba decir que no porque si decía que sí, eso era peligroso, lo mataban. Y el Ejército se enojaba.

«Ni que no supiéramos que han salido a reuniones. Tal vez matando unos dos, tal vez así avisan».
Decían «uno cómo va a creer que ustedes no iban a mirar guerrilla».

Mejor no hablar nada ni con guerrilla ni con el Ejército. Esa zozobra, esa zozobra.

Mi esposo tenía un carrito. Por la noche llegaba la guerrilla y le decía «tiene que hacernos un viaje». Y eso sí era obligado, ¡obligado! Eso nos azaraba, nos azaraba.

Un día mi esposo se enojó, dijo que no, que él ya no se iba a dejar de coger de madre. Que, si era de él, que lo mataran.

Me llené de susto. Me tocaba acompañarlo porque me daba cosa que se fuera solo.

De pronto le pasaba algo por allá. Como mis hijos entraron a la escuela, comenzaron a jugar con los otros niños, que a los guerrilleros.

Con el palo de metralleta ¡ta, ta, ta, ta! Se hacían grupos: unos el Ejército y otros la guerrilla, y se echaban así jugando. Era de juegos. De juego en juego eso les termina gustando.

Por eso pensamos que teníamos que salir del pueblo porque cuando crecieran uno no sabía, ¿qué tal que les diera por no estudiar, por meterse a los grupos armados?

Uno no recuerda el nombre de los comandantes porque una vez iba uno, otra vez iba otro, otra vez otro. Era mejor no saber.

«Entre menos se sepa, más vive uno», decía mi esposo. Yo optaba por eso, por lo menos. Mejor no saber. Así era allá. Nosotros vivíamos donde pasa la gente pa arriba y pa abajo. Y cada que oía pasos eso era una palpitación, eso era una angustia. Por ahí andaban, y a uno eso no lo dejaba dormir”.

Este es apenas uno de los cientos de miles de narraciones recogidas por la comisión y que, como anexos, forman parte del documento.

Son palabras de hombres y mujeres del pueblo que padecieron toda su vida, un conflicto que no entendían pero que trastocaba la paz y la dignidad de todo un país.

LECCIONES QUE APRENDER

Los ecuatorianos debemos tener presente que Colombia no está alejada de nuestra realidad, es nuestro vecino y sus problemas nos afectan en la misma medida que los nuestros los afecta a ellos; por ello, sus experiencias deben ser asumidas como un proceso de aprendizaje.

La conformación de esta comisión es de lo más variada. Los únicos que no constan como miembros son los actores del drama, es decir, gobierno, ejército, policía, dirigentes de las Farc, líderes de los paramilitares y afiliados a los partidos políticos. Hay profesionales, artistas, sacerdotes y miembros de colectivos sociales e indígenas.

Para implementar esos enfoques diferenciados, la Comisión de la Verdad en sí misma debía expresar la diversidad cultural y social del país. Así las cosas, mientras Ángela Salazar y posteriormente Leyner Palacios llegaron a la comisión en nombre de los afrodescendientes, la jurista embera Patricia Tobón Yagarí tuvo la responsabilidad histórica de ser la única indígena en asumir el rol de comisionada de la Verdad.

“Es muy distinto escribir una historia que a uno no le ha tocado, a ayudar a escribir una de la que ha sido testigo, una que ha vivido”, afirmó la comisionada Tobón Yagarí, en una entrevista concedida al diario El Espectador de Bogotá.

Los debates al interior de la Comisión dieron como resultado que la mirada de los investigadores no estuviera basada en ningún prejuicio respecto a los pueblos. En esa línea, tuvo claro que la institución se tenía que adaptar a las particularidades de los pueblos y colectivos, para evitar lo que comúnmente había ocurrido y sigue ocurriendo en nuestros países de que esa relación entre el Estado y los diversos conglomerados sociales se ven obligados a adaptarse a la institucionalidad.

“A la gente de Farc los he visto sufrir porque se les destruye su pasado, ese que creyeron heroico y que hoy reconocen fue errático. Hoy tienen que reconocer los horrores que cometieron, después de que creyeron ser los héroes que estaban salvando la patria y la sociedad los ve como unos asesinos que hicieron daño infinito”, dice la arquitecta Lucía González, otra de las comisionadas en una entrevista otorgada al mismo diario, y que no vacila en afirmar que “esta es la verdadera oportunidad de construir un futuro con los restos que quedan del pasado”.
Autor: Fausto Jaramillo