Un prohombre olvidado

Dr. Pedro Velasco Espinosa

Me refiero al Coronel Manuel de Ascásubi y Matheu. Tan olvidado que, habiendo sido Presidente Constitucional, su retrato al óleo no consta en la Galería de Presidentes Constitucionales del Salón Amarillo del Palacio Nacional.

¿Cómo llegó a la Presidencia de la República el Coronel? Yo diría “por cansancio”. Correspondía al Congreso elegir al sucesor de Vicente Ramón Roca, para el período 1849-1853, y exhibían sus candidaturas el General Antonio Elizalde La Mar y Diego Noboa y Arteta. El primero “colaborador de la independencia y uno de los militares más cultos de cuantos figuraron desde 1830”, según el austero historiador Luis Robalino Dávila (), y el segundo prócer de “la Aurora Gloriosa” del 9 de octubre de 1820 y, con José Joaquín de Olmedo y Vicente Ramón Roca, miembro del Gobierno Provisional (Triunvirato) formado luego de la Revolución “Marcista” de 1845.

Ni los santos los iluminaron

Vicente Ramón Roca terminaba su mandato el 15 de octubre de 1849 y el Congreso debía reunirse con la oportunidad del caso y así lo hizo el 16 de septiembre.

Para revestir a la reunión del Congreso de toda la solemnidad y austeridad posible, se escogió, nada menos, que el templo de La Compañía de Jesús. Empero, el Espíritu Santo “brilló por su ausencia” en el sacro recinto y no inspiró a los “Padres de la Patria” sobre a quién ungían como Jefe del Estado. El primer escrutinio arrojó este resultado: Elizalde 22 votos, Noboa 19 votos, Dr. José Modesto Larrea Jijón 2 votos, Dr. Pablo Merino 2 votos y 1 voto por el Dr. Benigno Malo Valdivieso. Para ser electo se requerían los dos tercios de los congresistas -que eran 46- o sea 31 sufragios. Concretada la votación a los dos más votados, el resultado fue: Elizalde 24, Noboa 22, resultado que se mantuvo en un tercer escrutinio, en la cuarta y quinta votación se produce un empate a 23 votos.  Con esa delicadeza tan señorial de antaño, el General Elizalde, a sazón Senador, se retira del Congreso, producido el cual la sexta votación fue: 23 votos por Elizalde y 22 por Noboa.

Después del undécimo escrutinio, ninguno de los dos candidatos alcanzaba los sufragios de los dos tercios de los congresistas. Como se hizo evidente que el sagrado lugar en nada influía en el ánimo de los votantes, estos resolvieron trasladar sus sesiones a su propia sede en el Palacio Nacional y continuar allí las votaciones hasta obtener algún acuerdo. Las votaciones, desde la décima segunda, arrojaban un resultado invariable: 23 votos por Elizalde y 22 por Noboa.

Se efectuaron 105 escrutinios en ocho días y no salía “humo blanco”. La cantidad de escrutinios superó aquella de la Convención de 1845, cuando, después de 80 escrutinios, “se había preferido la vara del mercader a la musa del poeta”, en palabras de Vicente Rocafuerte, pues que en aquélla resultó electo de Presidente don Vicente Ramón Roca y no  el poeta José Joaquín de Olmedo.

El 14 de octubre, en las vísperas de que fenezca el ejercicio presidencial de Roca, el Congreso resolvió dar por imposible la elección del Presidente. “Se propuso escoger un tercer candidato, pero los pareceres no estuvieron acordes. Se arbitró hacerlo por la suerte, pero también falló esta fórmula. Por último, se pensó en formar un gobierno de fusión de los principales partidos. También el Vicepresidente de la República, Don Manuel de Ascásubi, ofreció la renuncia de su cargo si se la creía necesaria para solucionar el problema.” ()

La Constitución de 1845 establecía, en un artículo, que concluido el período del Presidente “queda vacante el destino, que será ocupado por el que deba sucederle, o subrogarle”, y en otro sólo contemplaba la subrogación en caso dimisión, renuncia o falta temporal”. Empero, en el seno del Congreso se debatió con ardor cuál de los textos debía prevalecer y primó la tesis de que quién debía subrogarle era el Vicepresidente, ya que para este destino había sido electo el Coronel Ascásubi por el Congreso de 1847.

Así la situación, el Congreso pidió al Coronel que asuma temporalmente la sucesión del cesante Vicente Ramón Roca Rodríguez. Hay que destacar que un fervoroso defensor de la constitucionalidad de la sucesión de Don Manuel fue el Presidente de la Cámara de Diputados General José María Urvina, quien no tardaría en comenzar sus intentos de derrocar al Presidente Ascásubi. Para colmo de la villanía, el 2 de marzo de 1850, el mismísimo Urvina justificaría el desconocimiento de Ascásubi, mediante la llamada “Acta de Quito”, aduciendo la inconstitucionalidad de la subrogación que él había dado por constitucional en 1849.

“Sangre de próceres corría por las venas de don Manuel de Ascásubi y Matheu. Su padre José Javier de Ascásubi fue vicerrector de la Universidad y Gobernador del Senado en la naciente patria. Su madre doña Mariana Matheu pertenecía a la grandeza española, además, fue sobrino del coronel Francisco Javier de Ascásubi, víctima del 2 de agosto. Su padre desde el infausto dos de agosto de 1810 estuvo perseguido y oculto y ni aún pudo asistir a la muerte temprana de su esposa, en 1813. La persecución, salvo breve temporada, duró hasta su fallecimiento, ocurrido cuando Manuel, su hijo primogénito, estaba en plena juventud” (Eduardo Muñoz Borrero, “En el Palacio de Carondelet”. “La formación patriótica de Ascásubi, estuvo moldeada –dice el ilustre Julio Tobar Donoso- por dos factores de gran valor y fecundidad: la familia y el pueblo, en constante comunión de esperanzas y aspiraciones generosas. Así, desde muy joven, se distinguió Ascásubi por la entereza de su ánimo, la severidad de su patriotismo y el anhelo vehemente de hacer efectiva esa libertad que tan costosa había sido a los próceres de 1809. Tales sentimientos le llevaron a participar en los negocios públicos.”

Con el correr de los años, Ascásubi será cuñado de García Moreno, ya que éste se casa con Rosa Ascásubi y Matheu.

SEVERO Y HONRADO

Ya como Presidente, el Coronel tiene un gran acierto inicial: nombra al esclarecido cuencano Dr. Benigno Malo Valdivieso como Ministro del Interior y de Guerra y a Javier Valdivieso como Ministro de Hacienda. El primero –como la señala Simón Espinosa- “estableció escuelas en los cuarteles y escuelas dominicales para el pueblo, mejoró la enseñanza de la medicina y la atención en los hospitales, fundó una escuela de Obstetricia en Cuenca y restableció la Náutica de Guayaquil. Valdivieso puso orden y claridad en la contabilidad pública”. Su rival político Don Pedro Moncayo expresa: “Era ya conocido por la integridad de su carácter, por su inflexible honradez, por la severidad en el manejo de las rentas públicas.”

La turbulencia de la política hizo presencia el 20 de diciembre de 1849. El General Urvina se levanta en armas en Guayaquil, con el apoyo del entonces Coronel Francisco Robles, Comandante de la plaza, y de otro coronel de apellido Bodero. Aducen los revoltosos –recién se han dado cuenta- que era inconstitucional que se hubiese quedado en el Poder el Vicepresidente Ascásubi. Tan truculenta argucia hizo fracasar su intentona golpista. Lejos de castigar al golpista Urvina, el Presidente Ascásubi “se limita a confinarle en Quito.  Allá va el revolucionario, dispuesto a triunfar con su astucia” -como narra el Dr. Muñoz-. Efectivamente, Urvina, en la Capital, “ha logrado, con su astucia y su don de persuadir, engatusar a Ascásubi y obtener que le permita volver a Guayaquil, y está otra vez conspirando en esta ciudad.” Fatal error del bonachón Coronel que le costará terminar su permanencia en el Poder.

El 12 de febrero de 1850, sabedor de una inminente sublevación militar en el Puerto, Ascásubi cambia tres jefes militares sospechosos: los coroneles Francisco Robles, Guillermo Bodero y José María Vallejo; los dos primeros, ya lo había intentado en diciembre. Los depuestos coroneles, al día siguiente, toman presas a las autoridades civiles y militares de Guayaquil y nombran a Urvina como Jefe de la Guarnición. La situación es caótica, pues el 2 de marzo una “asamblea popular” nombra al General Antonio Elizalde La Mar como Jefe Supremo, dictadura que él rechaza, ante lo cual se recurre al ex Presidente Diego Noboa y se le nombra Jefe Supremo, proponiéndole a Urvina ser Jefe Supremo Suplente, disparatada designación que éste rehúsa.

El Coronel Ascásubi, entrado mayo, se niega a acceder a un pedido de Urvina para que convoque a una Asamblea Constituyente. El 5 de junio, Noboa dirige un ultimátum a Ascásubi. El 6 de junio coexisten tres jefaturas supremas: una en Quito, de José Javier Valdivieso, hasta el día anterior Ministro de Hacienda de Ascásubi, otra del General Elizalde proclamado como tal por “asambleas” de Cuenca, Loja y Manabí, y la otra de Diego Noboa, en Guayaquil, auspiciada por el revoltoso Urvina. Ascásubi está “caído” y el 10 de junio dimite la Presidencia.

Los “jefes supremos” Elizalde y Noboa se ponen de acuerdo, mediante el convenio llamado de “La Florida”, en convocar a una Convención Nacional Constituyente, que será la cuarta con este nombre, la que se reúne en Quito el 8 de diciembre. Nombra ésta el día 9 a Diego Noboa como Presidente Interino por el voto de 22 congresista contra 2 votos que recibe el General Elizalde. El 26 de enero de 1851, una vez aprobada la nueva Constitución, designa al propio Noboa como Presidente Constitucional para el período 1851-1855. Urvina, operando “en las sombras”, unas veces, y “tras el trono”, en otras, prepara su dictadura manifestando que la Constitución era “compendio incoherente de todas las Constituciones que han podido traerse a la mano”.

En dicho popular de que “mal paga el Diablo a sus devotos” se cumple con Diego Noboa. Su auspiciador Urvina empieza a conspirar aparentando colaboración con Don Diego. Lo “botará” del Poder el 17 de julio de 1851, a escasos 4 meses, 20 días de mandato.

“Este Presidente –dice el severo historiador Alfonso Rumazo González refiriéndose a Noboa- elegido por voluntad de Urvina fue el precursor del restablecimiento del militarismo; pero no de una manera impulsiva, sino pasivamente, dejando de hacer, preparando sin darse cuenta el camino al general que le había llevado a la Presidencia.”

Al día siguiente de su caída del Poder, Ascásubi decía lo siguiente en su Manifiesto a sus conciudadanos: “Si es profundo el dolor que llevo a mi hogar doméstico de haber visto a los partidos disputándose la triste y vergonzosa preferencia de corromper la disciplina militar y de hollar la Constitución, quédame al menos la consoladora persuasión de haber servido a mi patria con celo y buena fe”.

El Coronel Ascásubi no terminó su servicio al País con su derrocamiento en 1851. En 1869 vuelve a ponerse en el timón del Estado como Vicepresidente Encargado de la Presidencia, desde el 17 de mayo hasta el 10 de agosto. Muere el día de la Navidad de 1876.

Si a la época en la que ejerció pleno dominio el General Juan José Flores se la llamó “del Militarismo extranjero”, contra la cual se produjo la Revolución Marcista de 1845, irónicamente uno de los miembros del Triunvirato que se formó a raíz de la misma, Diego Noboa y Arteta, propició la época conocida como la del “Militarismo criollo”, en la que fueron presidentes dos generales: José María Urvina Viteri y Francisco Robles García, desde 1851 hasta 1859, año en el cual el País estuvo al borde de la disolución de no mediar el genio de Gabriel García Moreno.