Terrorismo y terror

Alan Cathey Dávalos

La historia reciente del terrorismo islámico, visto como herramienta política, por un lado, y de reafirmación religiosa, por otro, alcanza un cenit con los atentados del 11/S, contra los Estados Unidos, pero en ninguna forma es su único ámbito. Con diversos actores, se puede afirmar que se ha convertido en un elemento distintivo del Islam radical, muy notorio en esa fecha, por los miles de musulmanes, que en el ámbito entero del Islam, se echaron a la calle a festejar el éxito del atentado

Recientes ataques

Hace ya casi 6 meses, el 7 de octubre, Hamas

lanza un muy bien organizado y ejecutado ataque terrorista en el sur de Israel, tomando por sorpresa a un Estado que se precia de la calidad de sus servicios de inteligencia, de entre los mejores del mundo, y a un Primer Ministro, que ha construido su carrera desde la imagen de alguien que traería seguridad y orden al país.

A los cinco meses y medio, tras unas “elecciones” muy poco electivas, ante la eliminación previa de cualquier candidato de oposición, que ratificaron en su cargo a Putin por otros 6 años, prorrogables sin duda ad Infinitum, se produce en Moscú un espantoso atentado terrorista, con casi 140 muertos, y un similar número de heridos, civiles todos, asistentes a un centro cultural, abaleados sin compasión por unos salvajes, que, para hacer el mayor daño posible, incendiaron el local.

Un viejo conocido

Quien reivindicó el atroz atentado, es un viejo conocido de Rusia, el terrorismo islámico del Estado Islámico, que ha protagonizado varios sangrientos atentados en el país, desde hace muchos años. En ambos casos, el fanatismo religioso islámico juega un papel central y es la pantalla detrás de la cual se ocultan una variedad de actores políticos, que se valen de un recurso vil para sus objetivos. En ambos casos, como en muchos otros sufridos, sobre todo en Europa, el objetivo ha sido el mundo occidental, identificado por los extremistas musulmanes, bajo la general definición de Cristianos y hasta de “cruzados”, referencia a los conflictos suscitados en Oriente Medio, hace poco menos de mil años, a partir del año 1096, cuando el Papa Urbano II proclama una Cruzada entre las naciones europeas de la época, para liberar la mal llamada Tierra Santa.

Pasado imaginario

Entre los fundamentalistas islámicos, como es el caso de buena parte de similares organizaciones religiosas de otros signos, la referencia histórica, o al menos la que ellos, a su particular manera así identifican, se vuelve un eje central de sus obsesiones, pues dentro de ese pasado imaginado, se ubica el origen de su creencia, habitualmente en torno a una Revelación de algún profeta, registrada en un libro sagrado, y su difusión obligatoria, para la “salvación”, a través de la prédica de tales creencias entre aquellos que permanecen en la obscuridad de su paganismo, o peor aún, en el culto de dioses rivales del suyo, el único verdadero.

Una profunda huella

Esas Cruzadas, que en un primer momento toman al Islam por sorpresa, dejan una profunda huella en la literatura e historia del mundo musulmán, por la brutalidad que la guerra trae a la región, nunca exenta, por otra parte, de tales horrores. Entre los extremistas islámicos, esa invasión es vista como una terrible afrenta al Islam, que sufre en propia carne el fanatismo religioso de los “otros”, de los infieles, que han llegado, para profanar con su presencia, la Casa del Islam, el Dar al Islam, donde la palabra del Profeta es Ley.

Cismas, apóstatas y herejes

Como en toda religión que se precie, al Islam también se le volvió imposible mantener una unidad dogmática, dando origen a cismas y divisiones profundas e insalvables, entre el sunnismo mayoritario, y el shiismo, cada uno a su vez afectado por el origen de subsectas  menores a su interior, que, como también es frecuente, desarrollan entre sí unos odios y rechazo más profundos que incluso con los infieles, pues a la infidelidad, se le unen la herejía y la apostasía, horribles pecados que frecuentemente debían ser extirpados, sea por la espada, o por el fuego purificador.

Perder la grandeza

En el mundo islámico se produce además una circunstancia aún más traumática, como es la gradual pérdida del poderío que ejerció en el momento de la gran expansión islámica en los siglos VII y VIII, que se prolongaría todavía por mucho tiempo, pero que hacia 1600, era ya cosa del pasado, ante la creciente fuerza de un mundo occidental, que había regresado a sus raíces de razón, propiciando un cambio decisivo en los equilibrios de poder mundial, con la revolución científica y tecnológica que lo llevarán a ejercer influencia y poder a otro nivel, desde mediados del siglo XVIII.

Para el mundo islámico, particularmente para esos sectores fundamentalistas, el declive de las fortunas del Islam y su percepción de que su Dios los ha abandonado, es interpretado como un castigo por su impiedad, por su alejamiento del camino señalado, al no acatar al pie de la letra el mensaje divino. Una lógica elemental y muy conveniente, que desarrolla el concepto de que, si fuimos poderosos al cumplir estrictamente el mandato divino, lo volveríamos a ser, si retornamos a esa literal interpretación del mensaje.

Una vuelta al pasado

En efecto, todos los fundamentalismos islámicos, desde los sunnitas a los shiitas, pasando por las sectas y derivaciones, proponen un retorno al siglo VII, y a sus estrictos criterios de aplicación de la Sharia, una legislación inspirada en el Corán. Esa interpretación incluye aspectos como la Yihad, la Guerra Santa contra los no creyentes, que son considerados como botín legítimo para cualquier musulmán que los domine y se apropie de ellos y sus bienes. La Sharia, aplicada strictu sensu, bendice sin ambages la esclavitud y la condición inferior y subordinada de la mujer, que siempre debe estar bajo la tutela de un varón, sea su padre, hermanos, o esposo.

El fundamentalismo islámico es, por tanto, no sólo una expresión de regresión religiosa a los orígenes, sino también un instrumento político de recuperación de una influencia y un poder que se fue diluyendo en el tiempo.

Resentimiento

Ciertamente, el resentimiento de las minorías islámicas rusas, es profundo, y se volvió más virulento tras la feroz guerra chechena que, entre diciembre de 1999 y febrero de 2000, viera la conquista de Grozny, la capital chechena, por el ejército ruso, tras reducirla a escombros y masacrar a más de 10 mil ciudadanos y combatientes, en los indiscriminados bombardeos artilleros y de la aviación rusa. Esta acción catapultó a Putin al poder, pues devolvió a Rusia su sentido de grandeza, tras la humillante derrota y retirada de Chechenia en 1995, una afrenta que Putin no toleraría ni olvidaría.

Martirio y paraíso

Los sobrevivientes chechenos que lograron escapar de la matanza, se retiraron a las montañas, para continuar su resistencia, que se extendería por algunos años más, plagada de acciones brutales, de las que, tanto rusos como chechenos, son entusiastas partidarios y actores. Siendo Chechenia en su mayor parte musulmana, los extremistas del Estado Islámico, que habían reclutado y contaban en sus filas con numerosos chechenos, temibles combatientes, ven el conflicto como una lucha religiosa entre el Islam y los cristianos infieles, en el cual el premio es el martirio, y a   través de el, la llegada al paraíso. Una guerra de guerrillas, amarga y despiadada, provoca muchas bajas a Rusia, pero su superioridad material termina por imponerse, y con ella, la tradicional represión, que es ejercida sin contemplaciones. Los rebeldes recurren a lo que más conocen y dominan, el terrorismo, que se expresa en una serie de atentados de gran impacto y brutalidad.

Cercanía de siglos

Rusia estuvo, desde muy temprano en su historia, en estrecho contacto con el mundo islámico, pues los invasores mogoles, que al principio son paganos, no tardan demasiado en convertirse al Islam, a semejanza de sus primos turcomanos y tártaros, establecidos en torno al mar de Azov y en la Crimea, desde donde incursionan frecuentemente en una naciente Rusia, para llevarse esclavos a los mercados de Estambul, ya la capital imperial otomana, tras su captura en 1453. Rusia está enfrentada militarmente a los kanatos tártaros y a Turquía durante siglos, hasta que el declive otomano y el creciente poder ruso quedan de manifiesto a partir del siglo XVIII. La conquista rusa de su imperio en Asia Central, inevitablemente la pone en contacto directo con poblaciones islámicas nativas, a la vez que mantiene fronteras con Afganistán y con Irán, y una histórica pugna con Turquía por el control del Mar Negro y los Estrechos, la salida al Mar Mediterráneo.

Un punto de quiebre

Durante la fase terminal del Imperio Soviético, se produce la intervención militar soviética en Afganistán en 1979, un momento de quiebre en el resurgir islámico, al ser prácticamente simultáneo con el de la República Islámica de Irán.

En Afganistán confluyen una cantidad de combatientes, de los más diversos orígenes, desde magrebíes a chechenos, pasando por paquistaníes y árabes de varios países, en una suerte de lunada, por la media luna que identifica al Islam, para enfrentar a los invasores de esa Casa del Islam, una vez más, los cristianos.

Los ejes del terror

No debe verse como una casualidad, que los principales centros del fundamentalismo y el terrorismo islámico, sean hoy, justamente, esos dos países, dedicados a su exportación al mundo. Detrás de Hamas, los houthies, la Yihad Islámica y Hezbola, se esconde la mano de los Ayatolas. Es en Afganistán donde se conforma y estructura Al Qaeda y se planifican los atentados del 11/S, además de otros ataques en India, Filipinas o Malasia.

Combatientes afganos participan en la guerra en Chechenia, como parte de una solidaridad islámica alejada de fronteras nacionales, que son indiferentes a la visión unitaria de un califato bajo un mando único. En Afganistán se establece, desde el sunnismo, lo que en Irán se hace desde el shiismo, un estado confesional islámico, que en el caso afgano, está dirigido por los talibanes, estudiosos del Corán y la Sharia, fanáticos en su imposición absoluta.

El Califa Al Baghdadi

Los fundamentalistas sunnies de Irak por su parte, entre los fuegos de la coalición que se arma contra Saddam y la postergada mayoría shiita del país, empoderada tras la caída del dictador, será el espacio donde nace el Estado Islámico, el perfecto ejemplo de esa utópica vuelta al pasado, a ese Califato, proclamado por Al Baghdadi en Mosul, tras su captura, y escenificada eso sí, con todos los medios que la abominable y detestada cultura occidental ha desarrollado en el plano tecnológico. Así, en tiempo real o vía redes, el mundo podía contemplar cómo se decapitaba a rehenes europeos por unos verdugos, provenientes de esa misma Europa en la que sus padres habían buscado refugio o un futuro negado por sus países. Jóvenes fanatizados por medio de lo que Amin Malouf denomina “identidades asesinas”.

RUSIA Y EL EI

Rusia se ha enfrentado repetidamente con el Estado Islámico en varios lugares, como en la  intervención rusa en Siria, para rescatar a su antiguo socio regional, el dictador Basher al Asaad, con bombardeos masivos y ataques de artillería a las fuerzas del EI, que luchaban también contra Asaad. Más recientemente, la presencia rusa, a través de los mercenarios del Grupo Wagner, al menos de quienes no se inmolaron con su líder Prigozhin durante el episodio de su alzamiento contra Putin, que fue flor de un día, en el Sahel africano, donde también han enfrentado a las franquicias del Estado Islámico, cuya presencia ha crecido de manera considerable en la zona.

Recuento de horrores

En octubre de 2002 se registra un ataque de grandes proporciones, similarmente en contra un teatro, el Dubrovka, donde mueren 129 rehenes capturados por terroristas chechenos, en este caso por el uso de un gas que las fuerzas de seguridad rusas emplean en su contraataque para eliminar también a los 40 terroristas. Antes, se habían producido atentados contra edificios, alguno con más de 100 muertos. Numerosos ataques de los terroristas islamistas se producen contra el Metro de Moscú, contra el ferrocarril entre Moscú y San Petersburgo, y contra el aeropuerto internacional Domodedovo de Moscú. Tal vez el más trágico atentado que se produce en esta amarga guerra del terror, se da en una escuela en Osetia del Norte, al capturar los terroristas a casi 1200 rehenes, en su mayoría niños. En el operativo para someter a los secuestradores, nuevamente el resultado es un baño de sangre, con 334 muertos, 186 de ellos niños, y más de 700 heridos.

Esta década

Tan cerca como 2022, hace 2 años, el 5 de Septiembre, se produce en Kabul, otro ataque terrorista, del que se declara autor el Estado Islámico del Khorasan, casualmente el mismo grupo que se ha proclamado autor del último atentado en Moscú. En ese ataque, el objetivo es la embajada Rusa, y termina con 10 muertos y unos 20 heridos.

Tan recientemente como el 7 de este mes, el FSB informa que ha desarticulado un ataque del Estado Islámico contra una sinagoga en Moscú, que ha concluido con la eliminación de los terroristas.

En esa misma fecha, de acuerdo a informes de las embajadas de los Estados Unidos y del Reino Unido, se informa a Rusia sobre la inminencia de ataques, en la ciudad de Moscú, por terroristas islámicos, y emiten además una alerta para que sus ciudadanos se mantengan alejados de teatros y de espectáculos públicos masivos.

Ante este aviso, el presidente Putin afirmó que se trataba de “una declaración provocativa que parecía un chantaje y un intento de intimidar y desestabilizar a nuestra sociedad”. Ahora, el relato ha cambiado, y se orienta a decir que no hubo tal información.

Tragos amargos

Evidentemente, para Putin, el admitir una vez más que los servicios de inteligencia de otros países saben más de lo que está pasando en Rusia que su preciada FSB, debe ser de los más amargos tragos que deba pasar, pero es uno que lo apurará en privado, pues no puede mostrar esas debilidades ante el público.

Encerrado en su búnker, recibe además solo la información de sus adláteres, interesados en salvar sus cuellos ante sus fracasos, lo que significa un alto riesgo, por el enorme poder que se concentra en Rusia en una sola persona, que no debe dar cuentas a nadie. Si sus decisiones se basan en una información falsa, pero que es la que el quiere oír, pues se alinea con sus visiones o prejuicios, el riesgo de que sean peligrosas para el mundo, es muy elevado.

Pasó ya con la inteligencia que le fuera proporcionada por sus servicios de seguridad con ocasión de la agresión a Ucrania, según la cual la llamada “operación especial” debía terminar en 15 días, con la captura de Kiev y la instalación de un títere en el gobierno, o la anexión de Ucrania a Rusia.

Finalmente, tras más de dos años de guerra, el vocero del Kremlin, el Sr Pskov, declaró, públicamente, que Rusia estaba en guerra con Ucrania, que ya no se trataba de una “operación especial”. Con esa inteligencia y esa información actúa hoy el presidente ruso, responsable final y único del enorme arsenal nuclear ruso.

Peligrosa obsesión

Obsesionado con derrotar y eliminar Ucrania, ahora pretende vincular a este país en el atentado del viernes, pese a las evidencias y a la expresa atribución del mismo por parte del Estado Islámico, cuyo modus operandi ha dejado ver, una vez más, su tenebrosa mano. Pese a que públicamente aceptó el lunes 25 que los autores materiales del atentado eran fundamentalistas islámicos provenientes de Tayikistán, tradicional área de recluta de terroristas para el EI, persiste en sus acusaciones contra Ucrania y, crease o no, contra Occidente. No importa que hasta su incondicional lacayo, Lukashenko, lo haya dejado sin piso en sus afirmaciones de que los terroristas se dirigían a Ucrania, al revelar que iban a Bielorusia. Nunca explicó cómo se iba a producir el supuesto ingreso a Ucrania, a través del denso frente de batalla que hoy separa a los dos países, con miles de tropas rusas en medio.

ALAN CATHEY DAVALOS