Si hay muerto malo

Alan Cathey Dávalos | [email protected]

El día domingo 19 pasado, se vio alterado ante las noticias del accidente que había sufrido el helicóptero que transportaba al Presidente de la República Islámica de Irán, Ebrahim Raisi, junto a otras 8 personas, el Canciller de la República, Hussein Amir Abdollahian, entre ellos.

El mal tiempo impidió un pronto rescate de los afectados, pero al parecer, el impacto fue demasiado grave, sin posibilidad para que alguien sobreviviera. El presidente Raisi retornaba de la inauguración de una represa binacional, con el presidente azeri Aliyev, en muy malas condiciones meteorológicas, una situación en la que no es conveniente volar.

Momento complicado
La muerte de Raisi se produce en momentos complicados para Irán y la región, a pocas semanas de haberse producido el primer ataque directo de Irán a su principal enemigo, Israel, lanzado como represalia al bombardeo israelí a una oficina anexa a la embajada iraní en Damasco, que al parecer era utilizada como sede del comando de la Guardia Revolucionaria iraní, operadora de varios grupos terroristas, como Hezbola, Hamas y la Jihad Islámica, pues Siria, luego del decidido apoyo iraní al dictador Basher al Asaad en la sangrienta guerra civil que, por 10 años ha  desgarrado al país, se volvió el territorio más adecuado para acercar la guerra al estado de Israel. En Siria, la Guardia tiene todas las facilidades para sus actividades, pues Asaad es perfectamente consciente de la deuda que tiene con Irán, pues el apoyo que le prestara, junto al de Rusia, decidió la guerra civil a su favor.

Un letal ataque
El ataque israelí mató a tres comandantes de la Guardia Revolucionaria iraní, y al menos a otras ocho personas.  Es imposible no recordar el ataque que terminó con la vida del general Soleimani en Bagdad, y comprender la inseguridad que deben afrontar los mandos iraníes por su vulnerable situación, que revela el profundo nivel de la inteligencia israelí, que le permite golpear con quirúrgica precisión a sus blancos, cuando así lo decide.

La teocracia iraní no podía dejar pasar sin más el ataque, pues su inacción mostraría a sus aliados que no pasaba de ser un tigre de papel, incapaz de enfrentar a Israel, sino por medio de sus “proxis”, para que fueran ellos los que sufrieran las represalias y pusieran los muertos, como ha sido el caso de Hamas y la Jihad Islámica en Gaza, o de Hezbola en Líbano. No tenía más opción que demostrar su poder directamente, y, tras varios días de espera expectante, efectivamente atacó, en medio de un despliegue mediático potente, en el que, seguramente para consumo dentro del mundo islámico, se hablaba de un enorme éxito, mientras paradójicamente, anunciaba la consecución de sus objetivos, marcando, de hecho, la culminación de su “venganza”.    

El ataque iraní, con el lanzamiento de varios centenares de drones y misiles contra Israel, no tuvo las devastadoras consecuencias que cabía esperar, pues al parecer el escudo defensivo israelí, Cúpula de Hierro, junto con el apoyo de buques misilísticos de Estados Unidos y la Gran Bretaña, fueron capaces de destruir a la casi totalidad de los objetivos, dejando en duda las capacidades reales de las armas iraníes.

Contragolpe medido
El contragolpe de Israel, muy medido, para evitar la escalada del conflicto, demostró en cambio su absoluta capacidad para alcanzar blancos muy dentro de Irán, desnudando las carencias defensivas de este. El trasfondo de este escenario, el conflicto en Gaza, mientras tanto, ha seguido inalterable en su curso de destrucción, con una retaliación de Israel que supera ya los siete meses, un período mucho más largo que las grandes guerras de Israel, la de 1967 y la de 1973, terminadas en harto menos tiempo.

Convocatoria a elecciones
En ese escenario internacional en el que se produce el accidente aéreo, quedando a cargo de la sucesión el vicepresidente, con un mandato constitucional específico, como es la convocatoria a elecciones para dentro de un plazo de 50 días, que se cumple el 28 de julio próximo.

La convocatoria, aprobada previamente por el Ayatola Ali Jamenei, Lider Supremo de Irán, por encima del Parlamento y del Presidente, cabeza de la teocracia que ha gobernado Irán desde 1979, cuando, tras la caída del Sha Pahlavi, se proclamara la República Islámica de Irán, establece un plazo muy breve para cualquier campaña, y con los antecedentes previos, seguramente se calificará exclusivamente a candidatos afines a la teocracia. Es una suerte que sea el vicepresidente Mokhber quien haya sucedido al difunto Raisi, y no el vicepresidente de Asuntos Económicos, Mohsen Rezai, a quien requiere la justicia argentina por implicación en el atentado contra la mutual judía AMIA en Buenos Aires, hace justamente 30 años, con más de 80 personas asesinadas, el atentado terrorista más grave que se haya producido en América Latina.

A frenar la inquietud
Como es natural, se ha producido un shock en el país, al paso del cual, y de las posibles consecuencias de inestabilidad política, ha salido el Lider Supremo, para dejar en claro que nada ha cambiado y que la estabilidad del régimen está fuera de cualquier duda. Sin duda, habrá especulaciones por la muerte de Raisi, que naturalmente habrá acumulado un respetable número de enemigos a lo largo de su sanguinaria carrera.

Las declaraciónes de Jamenei, en efecto están asegurando que se mantendrá a ultranza la represión contra la sociedad iraní, implacablemente aplicado por el difunto presidente, ante las protestas, sea  por motivos económicos, por la creciente pobreza, o contra la anacrónica legislación que los clérigos conservadores impusieron al país, relegando a la mujer a una condición de subordinación total, y a su ocultamiento tras velos, chadors y burkas, para desaparecerlas de la sociedad.

Ebrahim Raisi, como parte de esa clerecía, había sido instrumental en la aplicación de esa represión, utilizando para el efecto a la Guardia Revolucionaria, un estado dentro del Estado, una suerte de SS islámica, para la represión, saldada con varios miles de muertos y casi 100 mil detenidos, golpeados y torturados por los represores. Raisi, quien a la época de la Revolución de Khomeini tenía 18 años, se inserta en el aparato de justicia que se instituye en Irán, basado en la Sharia, la legislación islámica inspirada en la norma coránica del siglo VII, manteniendo fidelidad absoluta a la misma, que incluye castigos físicos, como la flagelación pública, sea a hombres o mujeres, una concesión inusitada a la igualdad, en una sociedad desigual por definición.

Campeones en penas de muerte
La extensiva aplicación de la pena de muerte, tan liberalmente aplicada en la República por causas tan exóticas como la “enemistad con dios”, han convertido a Irán en un destacado competidor en este campo, sólo superado por China en el número de ejecuciones, por la sustantiva diferencia de poblaciones, pero con un per capita más alto para la teocracia iraní.

Las alternativas de castigos para este esotérico crimen se citan desde la autorizada perspectiva de Yalel Mohebi, delegado de Ali Jamenei para el Norte de Teherán, “matarlos o ahorcarlos, cortarles la mano izquierda y el pie derecho o al revés, o el destierro”. Este es el derecho y la justicia tan entusiastamente impulsados por el sistema judicial iraní, del cual Raisi fuera la máxima figura.

Esas ejecuciones, frecuentemente se vuelven espectáculos públicos, para mejor aleccionar a la concurrencia acerca de las virtudes de la sumisión. Al fin y al cabo, esa es la definición de “musulmán”, el que se somete. 

El historial de Raisi, en su prolongado paso por el sistema judicial islámico, desde fiscal a cabeza del Tribunal Supremo, ha demostrado una implacable voluntad de mantener al país atado a una concepción arcaica y puritana de la ley, totalmente alineado con la teocracia en el ejercicio de sus funciones.

Raisi fue parte de un tribunal especial, en 1988, que anuló las sentencias de prisión dictadas contra  opositores a la Revolución Islámica, sobre todo de los grupos de izquierda, juzgándolos de nuevo y condenándolos a muerte. Por su actuación en tales procesos, Raisi se gana su apodo de “juez de la horca”, encargándose de la supervisión de más de 5000 ejecuciones de los reos, y de la desaparición, en fosas comunes, de los cuerpos. Su evidente afición por la muerte, le garantizó, en un régimen de la naturaleza del iraní, un seguro ascenso a las más altas instancias, judiciales primero, y políticas después, aupado por Jamenei, quien lo encumbró a presidencia de la República, tras descalificar a todos los candidatos que podían haber significado un riesgo para Raisi.

Presidente “electo”
Fue electo en una elección que registró la más baja concurrencia a las urnas desde el inicio de la Revolución Islámica, pues menos del 50% de los electores asistieron, frente al manifiesto fraude electoral, que no consiste solamente en falsificar las papeletas, sino, y sobre todo, en negar la posibilidad de elegir, al descalificar a todos quienes sean un riesgo para la teocracia.

Este mecanismo se volvió el más favorecido para las dictaduras, y se ha vuelto habitual en países como Venezuela o Rusia, como opción a la eliminación física de los opositores peligrosos. Sinembargo, cabe reflexionar que Raisi aparecía bien situado para suceder al anciano y enfermo Jamenei, el líder supremo de Irán, el gobernante real de la República. Para otros aspirantes, como el propio hijo de Jamenei, que cuenta con el respaldo de la Guardia Revolucionaria, no debe haber sido causa de mucho pesar la muerte de Raisi, pues se le despeja el camino hacia el poder supremo, sin tener que pasar por las incomodidades de los procesos políticos, o de sus incertidumbres.

Desde su cargo como Presidente de Irán, ha sido un incansable impulsor del desarrollo del nuclear iraní, del que nadie duda cuál es el objetivo, la obtención de cabezas nucleares para poder dar cumplimiento al mandato de la Constitución iraní, que exige la destrucción de Israel, mandato que reiteradamente fuera ratificado por Raisi en varias declaraciones.

Si hay muertos malos
Por una vez, disiento del popular dicho de que “no hay muerto malo”, entendiéndolo eso si como una irónica sentencia, que reconoce una realidad, hipócrita frecuentemente.  A lo largo de los años, he visto, como muchos de mi generación y posteriores, pasar a cientos de personas a, ojalá, mejor vida, aunque haya sido muy difícil que pudieran ir a una peor. Una larga serie de personajes siniestros, que por lo general algo tenían que ver con el poder, han desfilado a sus sepulcros, en medio de aclamaciones muchos de ellos, tras haber cometido toda suerte de atrocidades y de crímenes.

Ninguna pena me produjo que Mao se haya muerto, después de provocó la muerte de decenas de millones de personas, en su “gran salto adelante” y la Revolución Cultural. No experimenté ningún pesar por la muerte de Castro, ni la de Pinochet, y fue hasta un alivio la ejecución de Hussein, y los linchamientos de Khadafi o los Caucescu me dejaron frío. Que Milosevic se haya muerto en la cárcel, me pareció bastante justo, tanto como el fin de bin Laden. Constatar que hay muchos muertos malos, es un sano ejercicio de consciencia, que debe practicarse con la mayor responsabilidad y objetividad. Esa es una deuda con las víctimas, y no deberíamos, ni por la fastidiosa “corrección política”, dejar de llamar criminal y canalla, a un canalla y criminal, por el simple hecho de estar muerto.

Mi pesar, por Masha Amini
Así las cosas, debo expresar mi pesar por la muerte de los pilotos y otros acompañantes de Raisi en el helicóptero siniestrado, no así por la de Raisi, verdugo oficial de la teocracia y represor mayor de Irán. Apenarse por su muerte sería traicionar la memoria de los miles de víctimas que el mandó a la horca, a la tortura y a la cárcel. Sería normalizar esa despreciable “policía de la moral” asesina de muchachas, como Masha Amini, muerta a golpes por no taparse el pelo o la cara, para no estimular unas lívidas enfermas. No nos engañemos, si hay muertos malos, y éste es uno de ellos.

Alan Cathey Dávalos
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