Sentencia de muerte

Autor: Revista Semanal | RS 77


Cuando el Ecuador se aprestaba a celebrar los 214 años del primer grito de la Independencia americana, producido en Quito, el 10 de agosto de 1809, cuando habían apenas transcurrido 7 días de la olvidada conmemoración de la matanza del 2 de agosto de 1810 de aquellos patriotas que pretendieron legarnos libertad, cuando faltaban, apenas 11 días para que los ecuatorianos acudamos a las urnas a elegir un nuevo presidente, a las 18h20 del miércoles 9 de agosto del 2023, el cantado por poetas y pintores, cielo azul de Quito, la capital de los ecuatorianos, se oscureció de repente.

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Una vida humana fue cortada en un atentado vil, miserable y cobarde. Un candidato presidencial cayó bajo la contundencia de mafias petroleras, políticas y delincuenciales miserables que no soportaron sus denuncias y temerosas de que fuera elegido presidente de los ecuatorianos, y desde el solio presidencial, tomará medidas contra ellas, compraron, como suelen hacerlo los cobardes, pero llenos de dinero, la conciencia de jóvenes sicarios y acercándose al vehículo en que se movilizaba Fernando Villavicencio, descargaron su furia y su temor.

No importa si fueron 2, 3, o 4 balas las que impactaron en su cabeza; no importa si fueron a 2, 3 o 4 metros, no importa si los proyectiles salieron de pistolas, revólveres y fusiles; lo único que importa es que, con ese acto, no solo apagaron la luz de una vida, sino la de un pueblo que creía que vivía en una democracia.

Es que vivir en democracia no es únicamente depositar, cada 4 años, un voto en una urna y olvidarse del país. Vivir en democracia es practicar el difícil, pero maravilloso arte de respetar al otro, al diferente. Vivir en democracia es aprender a dialogar con aquel que no piensa lo mismo que yo. Vivir en democracia es comprender que la vida de cada ser humano es sagrada, como sagrados son sus derechos a una educación, a salud, a la seguridad propia y de su familia; en fin, a una vida de dignidad. No fue el primer caso de un asesinato político en el Ecuador. Quizás los jóvenes no lo sepan, pero en las páginas de nuestra historia se han escrito varios casos de asesinatos políticos; quizás el más cercano en la memoria es el del Dr. Abdón Calderón Muñoz, quien sufriera un atentado el 29 de noviembre de 1978 que lo llevó a la muerte el 9 de diciembre de ese año.

La muerte del abogado Abdón Calderón Muñoz y de Fernando Villavicencio tienen en común, que ambos, en sus vidas políticas, denunciaron actos de corrupción que involucraban a altos funcionarios de los gobiernos. Al primero lo llamaban Fiscal del pueblo; al segundo lo apodaban: “el denunciólogo”. Ambos tuvieron un fin trágico por el solo delito de defender los derechos del ciudadano común que camina por nuestro suelo. Nunca los conocí a ninguno de los dos; tampoco pude estrechar sus manos, pero, sentí admiración de su valor para ingresar con inteligencia y coraje en el intrincado mundo de los contratos estatales y encontrar en ellos las filtraciones de millones de dólares que iban o van a los bolsillos de líderes políticos, de funcionarios miserables o de mafias inmorales.

Fernando Villavicencio atacaba con documentos en manos; con sonrisa en los labios acudía a la fiscalía general del Estado a entregar los resultados de sus investigaciones, mientras que, supongo, los pillos temblaban de miedo. Seguramente, mientras era un activista político, esas mafias lo miraban con recelo, pero no lo atacaban.



Cuando señaló con el dedo, una de esas mafias enquistadas en un gobierno de un aprendiz de tirano lo persiguió y con sus amigos debió esconderse en la selva. Ese episodio sirvió para que su nombre sea conocido en todo el país y se proyectara luego para postular su nombre para la Asamblea Nacional, donde, desde la comisión de fiscalización logró demostrar muchos de los atropellos a la razón y a la economía de todos los ecuatorianos.

No es difícil suponer que las mafias señaladas en sus denuncias no solo deben haberse sentido inquietas, tanto como para planear ataques a su persona y a su familia. Pero, el paroxismo de estas mafias debe haber llegado al clímax, cuando Fernando Villavicencio inscribió su nombre como candidato a la presidencia de la República; pues, desde allí podía investigar con mayor poder, profundidad y detalle todo el entramado putrefacto de la miserable corrupción enquistada en el aparataje burocrático del país y, por eso, deben haber decretado su muerte.
Pero el candidato siguió adelante.

Las amenazas, según cuentan sus allegados, no se hicieron esperar: por teléfono, por cartas, por chismes, las palabras amenazantes no lograron acallar su voz y en cada esquina que visitaba en sus recorridos de campaña, él denunciaba la corrupción y a los corruptos.

Las mafias deben haber comprendido que dichas amenazas, no eran suficientes como para acallar su voz; que debían tomar otras medidas y el resultado de esa decisión llegó a la cabeza de Fernando Villavicencio en forma de balas asesinas.

El trabajo ahora está en manos de la Fiscalía. La investigación nos dirá la identidad de los autores materiales del hecho. Ellos, porque no creo que sea uno solo, tienen las manos manchadas de pólvora y sangre. No es suficiente. La Fiscalía debe seguir adelante y apresar a los otros, los cobardes que se esconden en la miseria de su dinero, de sus trampas, de sus canallescas argucias; a ellos hay que llegar para decirles y decir al mundo que los ecuatorianos queremos vivir en paz, respetando el derecho a la vida de los demás.

Mataron a quien los denunciaba, pero no mataron, ni podrán hacerlo, al honesto ciudadano, al pueblo trabajador, al hombre y a la mujer que diariamente luchan, con el sudor de su esfuerzo, por llevar el pan a sus hijos. No podrán matar, por más que lo intenten, la democracia, la ética, la verdad. Estos son valores enquistados en la piel y en la carne de los millones de ecuatorianos. Lloraremos la muerte de un ciudadano que se ganó el aprecio de muchos ciudadanos, pero el país seguirá adelante.

Paz en la tumba de Fernando Villavicencio.
Revista Semanal