Qué ven los cristianos fundamentalistas en Trump

Richard K. Sherwin

 

NUEVA YORK – Ahora que Donald Trump es el candidato casi seguro del Partido Republicano para la elección presidencial de este año en los Estados Unidos, es buen momento para analizar una fuente de perplejidad que se mantiene desde su llegada a la escena política: ¿cómo es posible que los cristianos fundamentalistas estadounidenses estén tan entusiasmados con un político que no podría ser menos cristiano?

Esta aparente paradoja tiene raíces en el modo de pensar del fundamentalismo cristiano. Este se basa en un código especial de creación de sentido que permite a los creyentes ver y oír lo que otros ni ven ni oyen.

Tomemos por ejemplo las palabras de Jesús en el Evangelio según Mateo (13:1617): «Pero dichosos los ojos de ustedes porque ven y sus oídos porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y otros justos anhelaron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron; quisieron oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron». El sentido de estas palabras sólo pueden decodificarlo correctamente los fieles. Quien mira con el cristal de la fe puede ver señales proféticas; quien no tiene esa herramienta, verá algo completamente diferente, o quizá nada en absoluto.

Es como las figuras que vemos en Paisaje con la caída de Ícaro, una pintura atribuida a Pieter Bruegel. Algo prodigioso acaba de ocurrir: Ícaro se hizo alas de cera que le permitieron alzarse por el cielo, pero su vuelo y desastrosa caída (tras acercarse demasiado al sol) pasan inadvertidos en el ir y venir de los acontecimientos humanos. Un labrador sigue arando. Un pastor se distrae, mientras sus ovejas se alejan hacia el mar. En segundo plano, un muchacho se ahoga y un barco pasa de largo. Como escribe W. H. Auden en «Musée des Beaux Arts», tanto si hay una muerte trágica o un nacimiento milagroso, «todo da la espalda». Es lo que les ocurre a quienes tienen ojos que no ven: siguen su camino sin inmutarse.

Si usted mira y piensa desde fuera del código hermenéutico del fundamentalismo cristiano, es natural que Trump le parezca un hombre despiadado, totalmente egoísta, decidido a maximizar poder, riqueza y placeres carnales. Pero la ceguera espiritual le impide a usted ver de qué manera el Espíritu Santo usa a Trump como instrumento del «misterio de la maldad» (según la descripción que hace la Segunda Carta a los Tesalonicenses) para contener la llegada del mal supremo o para producir algo inconmensurablemente mayor: el ésjaton (fin de los tiempos), la segunda llegada del Mesías.

En este relato, lo que importa no es la verdad fáctica del carácter pecaminoso de Trump, sino más bien la verdad superior de que hay fuerzas espirituales obrando a través de él, produciendo «la inmanentización del ésjaton», según las palabras del politólogo del siglo pasado Eric Voegelin; eso convierte a Trump en un instrumento divino para demorar la llegada del Anticristo o acaso para crear el cielo en la tierra. Según esta creencia cristiana fundamentalista, incluso el hecho de que Trump use medios políticos totalitarios es justificable, si es lo que se necesita para destruir el mal supremo o abrir camino al bien supremo

LA POSVERDAD

Comprender este marco teológico nos ayuda a reconocer la futilidad de denunciar la política de la «posverdad». Es bien sabido que el uso de la desinformación para sembrar confusión, cinismo y desesperanza respecto de nuestra capacidad de discernir lo verdadero de lo falso es un elemento del totalitarismo.

Las democracias liberales no pueden sobrevivir mucho tiempo sin una infraestructura institucional protegida por las leyes que salvaguarde el ejercicio significativo de la libre expresión. Es lo que los puristas de la libertad de expresión no comprenden cuando usan la doctrina de la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos en defensa de ataques liberales contra el proceso electoral. El objetivo de esos ataques (o «actos antiexpresión») es obstaculizar el debate (sembrar confusión y desconfianza) mediante la propagación de información comprobablemente falsa con la intención o la esperanza razonable de que otros la crean. Usar la falsedad en provecho propio es un fraude contra la opinión pública.

Pero quienes se oponen a Trump y a sus seguidores liberales no triunfarán si creen que el desafío político al que se enfrentan se reduce a garantizar el triunfo de la verdad fáctica sobre la mentira deliberada. Hay otro desafío incluso más profundo, relacionado con el tejido mismo de la democracia liberal, una inquietud que los fundadores de la república americana vieron con tal sentido de urgencia que la hicieron tema de las primerísimas palabras de la Primera Enmienda: «El Congreso no promulgará ley alguna por la que adopte una religión de Estado».

Cuando el presidente de la Corte Suprema de Alabama Tom Parker escribió, en defensa de un fallo reciente de ese tribunal, que no es posible «destruir [embriones humanos] sin incurrir en la ira de Dios, que ve en la destrucción de Su imagen una afrenta contra Él mismo», Parker y el tribunal hacen un recorte manifiesto de la cláusula de la Primera Enmienda referida a la prohibición de instituir una religión de Estado. Da testimonio del grado de influencia (cultural, política y jurídica) de Trump el hecho de que adherentes del nacionalismo cristiano busquen en forma tan descarada equiparar la identidad cristiana con la identidad estadounidense.

LA PRIMERA ENMIENDA

La Primera Enmienda protege a un mismo tiempo la libertad de expresión y la libertad religiosa, porque los redactores comprendieron que ambos valores están ligados. Si un funcionario público intenta justificar su ejercicio del poder apelando a la fe particular que profesa, no habrá hecho ni argumento que se le pueda oponer, por más elocuente, razonado y empíricamente fundado que sea. El iniciado en el código religioso del fallo y el no iniciado parecerán ciegos y sordos a la otra parte.

Hace más de medio siglo, la Corte Suprema de los Estados Unidos señaló que el «valor central» protegido por la Primera Enmienda es el derecho de cada persona a una participación significativa (como orador o como oyente) en un «debate libre e irrestricto sobre cuestiones de importancia pública». Cuando ese derecho se convierte en un privilegio dependiente de normas religiosas, la democracia liberal, como Ícaro, se hunde en el mar.

¿Habrá suficientes estadounidenses que lo adviertan y actúen antes de que se produzca la tragedia? La respuesta dependerá de si todavía existe un consenso nacional respecto de que el pluralismo y la tolerancia son acompañantes esenciales de la libertad y de la igualdad de todas las personas.

Traducción: Esteban Flamini

Richard K. Sherwin, profesor emérito de Derecho en la New York Law School, es autor de When Law Goes Pop: The Vanishing Line between Law and Popular Culture (University of Chicago Press, 2000).

Project Syndicate, 2024.
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