¿Por qué la gente no lee?

Autor: Revista Semanal | RS 67

Hace ya varios años, una de aquellas empresas dedicadas a investigar el pensamiento de los seres humanos, referentes a los más diversos temas, preguntó a científicos, filósofos y público ciudadano ¿cuál había sido, para su entender, el descubrimiento científico más importante de la humanidad?

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Las respuestas fueron de lo más variadas, dependiendo del campo del pensamiento del entrevistado. Para algunos había sido el fuego, para otros el átomo, para aquel, el hacha; en fin, los entrevistados no lograron acercarse, siquiera a un consenso.

Pero, cuando la pregunta cambió y se interrogó sobre ¿cuál había el invento más importante para el desarrollo de la humanidad? Las respuestas casi fueron unánimes: la imprenta. Sí aquel aparato que permitió difundir el pensamiento a todos los rincones de la Tierra.
El desarrollo de la inteligencia y la reflexión adquirieron dimensiones planetarias, gracias a la imprenta. Para alcanzar ese objetivo hacía falta que el ser humano, supiera leer y, si fuera posible, escribir. Desde entonces la educación tomó a la lectura como una de las herramientas, sino la más importante, al menos una de ellas.
Es que la palabra libro se parece tanto a la palabra libre que hasta parecen hermanas. Ambas definen una condición humana ya que el libro nos hace libres, establece nuestra identidad individual y nos conduce a imaginar una sociedad más justa, más inclusiva y solidaria. La libertad nos aleja de cualquier tiranía y violencia y nos toma de la mano para llevarnos a la brillantez de la razón y de la paz.

A propósito de un artículo que difundiera por las redes sociales, sobre el abominable intento de ciertos personajes ciegos de fanatismo, de impedir que una librería de Quito vendiera un libro escrito por una mujer política, he recibido un sin número de comentarios, preguntas y sugerencias; entre ellas, hay una que me ha dado vueltas en la cabeza: ¿por qué se lee tan poco en el Ecuador? Pregunta difícil de responder, porque, como siempre sucede en los fenómenos sociales, intervienen múltiples factores, tantos que el enredo se torna inimaginable e irreconocible.

Los libros están ahí, los textos se difunden cotidianamente a través de periódicos y redes sociales virtuales, entonces, ¿por qué la gente no lee? Más que buscar culpables, la tarea es desentrañar la red que impide el acercamiento, del ecuatoriano, a la lectura.



ACCIONES Y RECUERDOS
Instituciones públicas, semipúblicas y privadas han aportado significativamente a la difusión del libro.
En el sector privado, por ejemplo, la iniciativa de realizar anualmente la Feria del Libro ha tenido un enorme impacto en la ciudadanía, especialmente en Guayaquil, donde las ventas de libros son realmente importantes.

En Quito, también este sistema ha dado un buen resultado y cada año se comercializan un gran número de obras de todo tipo y género. Es una lástima que estas ferias no se realicen en otras ciudades consideradas como pequeñas, en las que el afán de lectura de sus gentes está latente, pero desatendido.

Entre las semipúblicas, recuerdo que hace ya algunas decenas de años, cuando la presidencia de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, la ejercía Oswaldo Guayasamín, y la Secretaría General, Edmundo Ribadeneira, la institución impulsó un programa de acercamiento a la comunidad y para ello realizó lo que se denominaba “Domingos culturales” o “Domingos junto al pueblo”, (no estoy muy seguro del nombre del programa) pero que era, en pocas palabras, sacar del edificio de la institución todo su bagaje cultural: pinturas, escultoras, grupos de teatro, etc., y entre ellos los libros publicados y sobre los que tenía los derechos de autor, impresos en un formato pequeño, sin lomos ni encuadernados, sujetas las hojas apenas con un anillo de plomo, pero que su costo no superaba los dos sucres de la época y todo ciudadano podía adquirirlo.

Entre los recuerdos de esfuerzos gubernamentales por impulsar el deseo de lectura, especialmente entre los niños, está el SINAB, Sistema Nacional de Bibliotecas que fue creado cuando era Ministro de Educación, el doctor Camilo Gallegos Domínguez. Esta red de bibliotecas cubrió todo el territorio nacional de centros de atención al público, con muchos libros y revistas, a los que acudían personas de todas las edades, especialmente estudiantes, tanto en las pequeñas ciudades como en el campo, a maravillarse con la lectura.

En el año inicial de este sistema se abrieron más de 300 bibliotecas y para el año 1995 se superó el techo de las 1.100 bibliotecas. Lástima que el sistema haya desaparecido por obra y gracia de un reciente gobierno populista (que no es lo mismo que popular) y ya no preste más ese servicio. Una vez más, la politiquería de un gobernante pudo más que la necesidad de instrucción y cultura de un pueblo.

A TRAVÉS DE LA HISTORIA
Por supuesto, esa actitud no es nueva, ha estado presente en la humanidad desde hace muchos siglos, pero coincidentemente, en tiranos y dictadores que sienten miedo a la difusión de las ideas, y como tal, prefieren quemar los libros a enfrentar con razones y argumentos los contenidos en este. En realidad, esa actitud corresponde a un infantilismo intelectual que, ante la existencia de otro pensamiento, reacciona con desesperación y con fanatismo laico que enceguece a quien lo practica.

Por eso, hoy quisiera, antes que pronunciarme sobre este acto, preguntar a quien pretenda “quemar” el pensamiento lo siguiente:

1.- ¿Sabe lo que significa la expresión inglesa, Fahrenheit 451? Si no lo sabe le aconsejo que acuda a una librería y compre el libro de ese título. Y si acaso, no tiene tiempo o deseos de educarse, puede ver la película del mismo nombre.

2.- ¿Sabía usted que un general romano, un tal Teófilo (hijo de Dios) pidió a Omar I la quema de todos los papiros que se habían acunado en Alejandría, provocando la pérdida de más de 30 mil de ellos y con ello, el conocimiento y comprensión del mundo antiguo?

3.- ¿Sabía usted que, en la China, el emperador Shi Huandi, el que construyó la gran muralla China, al intentar impedir el pensamiento proveniente del otro lado de la frontera, ordenó en el 213 la quema de todos los libros en poder de sus súbditos?

4.- ¿Sabía que, en ese mismo país, siglos después, (siglo XX) cuando gobernaba Mao Zedong, se produjo la llamada Revolución cultural, que, entre otras “maravillas” quemó millones de libros?

5.- ¿Conocía que la Iglesia Católica, en diferente época y en diferentes años, como, por ejemplo, en 1492, a través del Auto de fe, en Granada; o en Florencia, en 1497; o en 1530 en México, y lo más notable, a través del monje Torquemada, que presidió la Inquisición, ordenó la quema, por “infieles” de muchos miles o quien sabe millones de libros?

6.- Pero también, los nazis, comandados por Joseph Goebbels, el 10 de mayo de 1933, iniciaron una época conocida como Bibliocausto, quemando miles de libros.

7.- En la Unión soviética, comunista, escritores como Pasternak y Alexander Solzhenitsyn, debieron publica sus obras fuera de su territorio, porque los jerarcas del partido, no solo lo prohibieron, sino que pretendieron quemar los manuscritos.

8.- ¿Sabía que, en nuestra América, específicamente, en Argentina, en 1980, el juez Héctor Gustavo de la Serna, permitió que los militares quemaran miles de libros?

9.- ¿Sabía que, en la guerra de desintegración de la antigua Yugoeslavia, específicamente en Sarajevo, fue bombardeado el archivo nacional, perdiéndose toda la memoria de ese pueblo?

10.- ¿Conocía que la biblioteca nacional de Bagdad, en el año 2003 fue destruida por soldados iraquíes que recibieron la orden de hacerlo?

11.- Recuerde que el 18 de diciembre de 2011, fue destruida la Academia de Ciencias de Egipto, incluyendo su biblioteca y sus investigaciones sobre su país, por la ceguera política de fanáticos.

¡Qué extraña coincidencia! Todos estos hechos se produjeron bajo gobiernos autoritarios, o al menos, bajo gobernantes intratables que, en su momento, se creyeron dueños de la verdad y, por lo tanto, nadie podía contradecirlos, así fuera autores de otras épo cas o de otras latitudes.

En ninguna de estas acciones pudieron, quienes lo creyeron, destruir o obstaculizar la circulación de ideas, porque estas son intangibles y poderosas. La historia de la humanidad así lo demuestra.

¿COMO PODEMOS INCITAR A LEER?
Sergio Ramírez, escritor nicaragüense, perseguido por su compañero de luchas, el exguerrillero Daniel Ortega, escribió recientemente una guía para conseguir que los niños y jóvenes se acerquen con alegría a la lectura.

Lo primero que nos aconseja Ramírez es que la lectura debe estar ligada a lo agradable, a lo lúdico. “Lo peor es anteponer entre el lector y el libro algún aburrido propósito pedagógico. Un libro sólo es capaz de enseñar si primero gusta. Si no hace reír, si no conmueve, toda enseñanza, toda filosofía se volverán inútiles. Nadie nadie llega a la última página de un libro fastidioso”. Tiene razón: Un niño, un joven quiere divertirse, jugar, y si se lo impide, obligándolo a leer, ese niño, ese joven odiará al que quiera imponérselo y al libro que lo obligan a leer.

Para reafirmar su consejo, Ramírez acude a un tal doctor Johnson, sabio británico que vivió en el siglo XVIII quien dijo alguna vez: “La idea de la lectura obligatoria es una idea absurda: tanto valdría de hablar de felicidad obligatoria”. “Si el relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, déjenlo de lado”, agregó este sabio británico.

El segundo consejo del autor es el de traducir ciertas palabras consideradas como “pesadas” “desagradables” y hasta “aburridas” con las que se califican a obras como “La Odisea, El Quijote, La Biblia o La Divina Comedia, o simplemente se dicen que son obras clásicas, y esa palabra los pone en alerta cuando no les asusta y emprenden la huida de su lectura. “A los clásicos, por definición se les considera soporíferos, cuando en realidad sucede lo contrario. Un clásico es una promesa de dicha que siempre estará allí”.

Y he aquí, algo maravilloso, un consejo de sabio. “Las novelas no son sobre períodos de la historia, espacios geográficos, teorías filosóficas… Tratan sobre seres como nosotros, sus ambiciones, su idealismo, su perversidad, sus heroísmos y debilidades, la maldad y la nobleza, la generosidad y los celos, y nos muestran cómo estos atributos, siempre en tensión y contradicción, se dan dentro de los mismos individuos”.

Y, claro, pone ejemplos de su aserto: “El padre avaro y despiadado que se disputa a la misma mujer con su propio hijo llega hasta nosotros en toda su plenitud en las páginas de Los hermanos Karamazov porque somos capaces de reconocerlo tal como lo retrata Dostoievski; existió, sigue existiendo, así como los muertos de Rulfo que hablan debajo de las tumbas en Pedro Páramo nos son familiares porque lo que cuentan son ambiciones mal cumplidas y pasiones de amor que carcomen hasta en la muerte”.

La lectura debe ser paso a paso. No es posible leer “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust sin antes no haberse deleitado con un cuento de los hermanos Grimm, luego uno de Chéjov, o de Rulfo, antes de llegar por fin a una novela de Faulkner, o al Ulises de Joyce. O leyendo primero los capítulos y pasajes más divertidos de El Quijote, o quizás alguno de los cuentos de Las mil y una noches”.

“Para que un niño o un adolescente adquieran el vicio de la lectura, antes deben adquirirlo los padres y los maestros, con espíritu cómplice, lejos de la severidad de quien encarga una tarea. Ser parte de la conspiración de leer, comportarse como cabecillas de una hermandad de iniciados. Abrirles una puerta al paraíso, donde espera la manzana dorada entre las frondas del árbol del bien y el mal”.

El maestro o el padre de familia que siga estos consejos logrará que el educando preste atención a los libros y con ello, llegue a la cultura y a la sabiduría.