Pacto por la vida

La aparición de nuevas formas de delincuencia más violenta, riesgo en las calles, impunidad del delito y la deficiente participación de la Policía, acrecientan la inconformidad de la sociedad hasta el punto de que la inseguridad pública delictiva es uno de los temas principales de debate social en el país.

No se sabe qué hacer ni cómo vivir en cotidianidad; el ciudadano debe estar alerta a toda sorpresa y agresión y resignarse a entregar sus bienes al ladrón bajo peligro de muerte. Los delincuentes cuentan con el respeto a sus “Derechos Humanos”. Las personas honestas, no. Cuando desaparece la institucionalidad, pasa a ser un Estado fallido. La autoridad no hace ni puede hacer cumplir las leyes, permitiendo que la indisciplina, el irrespeto a la ley, el robo de dinero público, asaltos y asesinatos se cometan sin que nada los frene.

El fenómeno de la violencia y de la criminalidad es extremamente complejo y dinámico que exige un abordaje integrado y multisectorial, que involucre a toda la sociedad en la búsqueda de soluciones efectivas y sustentables. Los efectos cotidianos de la violencia y de la criminalidad tienen dos sentidos: en primer lugar, por la comunidad y sus miembros, sea bajo la forma de eventos concretos, o sea a través de la “sensación de inseguridad”. Esta sensación de inseguridad desarrolla expresiones concretas emocionales, siendo algunas de las más importantes el miedo, angustia, ansiedad y otras más que desencadenan trastornos de personalidad específicos.

Vamos por mal camino, sin encontrar las fórmulas que permitan restablecer el imperio de la institucionalidad, base sobre la cual descansa la supervivencia y funcionalidad de un Estado. Soñamos en un país que tienda las manos a todos sus vecinos, pero sepa cuidarse de los que le hacen daño.

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