Mi padre Rodrigo Pallares

Autor: Agueda Pallares | RS 84


Mi papá, Rodrigo Pallares Zaldumbide amó siempre a Quito y me llevaba de la mano para enseñarme tesoros ocultos tras muros desportillados que daban a calles sucias y oscuras. Recordaba las casas de su niñez y con su voz cálida, me enseñaba las portadas y los grandes patios donde él visitaba a sus tíos, primos y amigos.

Esas visitas me hacían soñar con una ciudad desconocida y secreta; los enormes portones de madera tallada, los patios adoquinados con piletas de piedra, palmas de coco cumbi y magnolios florecidos. Pero yo lo notaba preocupado porque nos dimos cuenta que, en ciertas calles, derrocaban casas antiguas para construir edificios discordantes con el entorno mágico y milenario del lugar. Me aseguró que se podía denunciar esos atropellos que abiertamente incumplían la ordenanza de la delimitación del centro histórico, dictada en 1964 por Luis Pallares Zaldumbide cuando fue alcalde de la ciudad.

Proteger a la ciudad
Un día nos detuvimos delante de una vivienda de dos siglos de antigüedad a la que habían quitado la pared delantera, lo que le daba la apariencia de ser el escenario de una obra de teatro que exhibía una soberbia habitación con frescos en las paredes y artesonado elegante. Las pinturas de la pared caían como enormes terrones donde quedaban sepultadas las caras de ángeles que alguna vez pintó algún renombrado pintor y la preciosa talla del artesonado. En ese momento me confesó que su sueño era proteger la ciudad que una vez fue orgullo de sus habitantes.
Pasó el tiempo y mi papá se dedicó de lleno a su profesión de arquitecto y los fines de semana se dedicaba a la agricultura, pero la preocupación de lo abandonada que estaba Quito y sus tesoros, lo desvelaba. Como todo sueño largamente sostenido, un día le llegó el ofrecimiento para que se hiciera cargo del puesto de Director del Patrimonio Artístico con un presupuesto de tan solo seiscientos mil sucres anuales, que debía alcanzar para los sueldos de los empleados y para ejecutar acciones. Era difícil poder hacer algo con tan pocos recursos, pero él, que era un visionario, vio en esta propuesta la oportunidad de servir a su ciudad y se lanzó a la aventura de cumplir con Quito y con su sueño.

Director de Patrimonio Artístico
El 1 de septiembre de 1973 recibió el nombramiento de director del Patrimonio Artístico. Le entregaron una oficina en el edificio de la Casa de la Cultura y la cooperación de una eficiente secretaria con la que planificaba cómo hacer alcanzar tan corta partida. Al comienzo sintió impotencia, pues salvar a Quito requería de ingentes ingresos, especialistas y profesionales, pero cuando se va en pos de un sueño tan grande, suceden milagros. En uno de esos días tediosos en los que se sentía vencido por la falta de recursos, llegó a sus manos un anuncio de prensa que leyó con suma atención. La Unesco proponía al Ecuador participar en el proyecto regional de preservación del patrimonio cultural andino junto a los gobiernos de Perú, Bolivia y Colombia. Supo al instante que era la gran oportunidad para sacar de la oscuridad a la dirección de Patrimonio Artístico y lleno de bríos se dedicó a analizar la propuesta que era la siguiente: “El Ecuador debía aportar con un gran local para establecer en él un taller de restauración de obras de arte colonial. Por su parte, la Unesco se comprometía en brindar asesoramiento técnico, materiales de restauración, un laboratorio de Química y otro de Fotografía.”

Los monjes de la restauración
Había recibido las facultades para salvar este patrimonio y se entregó a su misión con tal pasión, que quienes fueron testigos de su entrega le ofrecieron toda la ayuda que podían. Los padres Agustinos le concedieron el segundo piso del convento de San Agustín y en este lugar de siglos de Historia y de gran valor artístico, comenzó a funcionar el taller de restauración. Los mejores técnicos y artistas se lanzaron a una labor de locos, se otorgaron becas para formar un personal más capacitado que iba aumentando poco a poco, todo fluía y el convento de San Agustín se convirtió en el laboratorio de restauración de arte más famoso de América.

La noticia corrió por todos lados, llegaban periodistas que se impactaban al ver el bello local colmado por restauradores vestidos con mandil blanco que parecían monjes del medioevo volcados sobre cuadros del siglo XVIII.

Siguiendo un estricto procedimiento para conservar y restaurar obras de arte patrimoniales, se levantaba una ficha técnica antes de intervenir una pieza antigua y se preparaba una propuesta de restauración para que un grupo de técnicos altamente calificados, la aprobara. Era obligatorio llevar un minucioso registro del tratamiento realizado para el que se debía documentar con fotografías, exámenes químicos y radiografías. Y en las calles del Centro Histórico de Quito, estaba prohibido derrocar casas patrimoniales.

En 1976 el Departamento de Patrimonio de la Casa de la Cultura disponía de varios departamentos como el de Restauración de Bienes muebles, Inventario de Patrimonio, Restauración Arquitectónica e Investigaciones Arqueológicas. Luego se creó las subdirecciones para la costa con sede en Guayaquil y otra para el Austro con sede en Cuenca.

La fama de que Quito tuviera un taller de restauración donde nadie parecía descansar y la labor de salvar reliquias de nuestra ciudad hacía que aquellos héroes permanecieran horas en un trabajo que consideraban sagrado, atrajo la curiosidad del presidente de la república, Guillermo Rodríguez Lara que un día se presentó con su ministro de educación, Fernando Dobronski. El presidente estaba tan complacido de lo que pasaba en el taller, que quiso expresar su satisfacción y ante todo el personal reunido en el inmenso local dijo textualmente; Luego de las explicaciones que me dieron estoy seguro que, las raíces de la nacionalidad y las bases de la identidad de un pueblo, están constituidas por su Patrimonio Cultural, que en el Ecuador es muy rico.

De Quito al país
Poco tiempo después se creó el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural por un decreto que emitió el presidente Rodríguez Lara, luego de lo orgulloso y admirado que se sintió al visitar ese laboratorio de sabiduría y mística que era el taller de restauración del convento de San Agustín que le daba fama y nombre al Ecuador.

La siguiente misión de Rodrigo Pallares fue visitar Roma y Bruselas donde estaban los más famosos talleres de restauración del mundo. Nunca se había trabajado tanto por la conservación del patrimonio nacional, lo que despertó la admiración en el exterior y regresó al país con más ayuda y recursos tecnológicos.

La actividad del Instituto de Patrimonio Cultural era febril; por todas partes se veía a técnicos, albañiles y arquitectos absortos en restaurar techos, paredes y frescos de iglesias y conventos que estaban en muy mal estado, la ciudad vibraba con un nuevo aire fresco y renovado. Esta labor tuvo gran resonancia internacional, a tal punto que el periódico “Le Monde” solicitó que se incluyera a Quito y a las Galápagos en la lista del patrimonio cultural mundial propuesto por la Unesco.

Galápagos y Quito
Rodrigo Pallares asistió a varias reuniones internacionales, como la que se llevó a cabo en Washington donde se presentaron las diferentes solicitudes para que ciudades y parques ingresen a la lista del Patrimonio Mundial. El Instituto de Patrimonio envió, con un mes de anticipación, la documentación sobre Quito y Galápagos. Incluir en esa lista a las Galápagos era fácil, lo difícil era conseguir que Quito sea admitida.

Hubo 69 solicitudes para ingresar en este patrimonio mundial, 57 fueron desechadas, Quito y Galápagos quedaron dentro de l2 bienes con informe favorables. Las solicitudes enviadas desde el Ecuador fueron impecables.

Y llegó el gran día
El 8 de septiembre de 1978, Quito junto con Cracovia fueron declarados los primeros Centros Históricos en el mundo que ingresaban a la lista del Patrimonio Mundial.

El 29 de junio de 1979, el alcalde de Quito, Álvaro Pérez Intriago recibió de manos del director general de la Unesco, la declaratoria de Quito Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Quito estaba de fiesta y en el exterior se hablaba del Ecuador como un lugar de recogimiento, arte y una geografía impactante. Fueron días bellos para todos los ecuatorianos y la más grande alegría para mi papá.

Quito se debate entre el descuido y el olvido
Rodrigo Pallares fue una combinación de místico y héroe que lo dejó todo para preservar el inmenso e intocable patrimonio de Quito, la ciudad que amó y que ahora parece haberlo olvidado. En esta celebración de los 45 años no ha habido una sola mención a su nombre ni al nombre de ninguno de los colaboradores que tanto lo ayudaron.