Libro y memoria

Autor: Dr. Alan Cathey Dávalos | RS 67


Hace unos 5000 años, en varios lugares del mundo, inicia su camino por el mundo una técnica que lo cambiará decisivamente. En la Mesopotamia, sumerios y acadios se inventan un sistema, inicialmente concebido para mantener registros numéricos de los impuestos y tributos que se recaudaban por parte de las ciudades-estado a comerciantes y campesinos.

La escritura cuneiforme
El sistema, consistente en la impresión de signos convencionales en forma de cuña sobre una tablilla de arcilla húmeda, que se secaba y horneaba, será conocido por la posteridad como cuneiforme. Como la arcilla cocida apenas es afectada por la humedad o los insectos, su duración estaba garantizada, al punto que hoy, 5000 años más tarde, seguimos descubriendo tablillas, que nos cuentan, no sólo cuanto y en que forma cobraba el SRI de la época los impuestos y las tasas, sino también la historia, los mitos y las leyendas que ésas culturas mantenían, al pasar de la numeración a la escritura, y de ésta, a la literatura. Los cientos de miles de tablillas descubiertas y traducidas, gracias a la habilidad de arqueólogos y lingüistas para vincularlas con lenguajes más modernos, al encontrar las equivalencias de las palabras o textos más antiguos, con ellos, nos permite, hoy, conocer a sus héroes, dioses y reyes, así como enterarnos que sus artesanos, obreros y campesinos recibían parte de su paga, sea en grano o en cerveza.
La escritura es aquel puente mágico que, unida a la imaginación, nos permite viajar libremente en el tiempo y el espacio.

Jeroglíficos egipcios

Otras culturas desarrollan diferentes modos para expresar, en pictogramas primero, para refinarlos, estilizarlos, y simbolizarlos más adelante, su cotidianidad, a la vez que sus concepciones religiosas. Así, en el Egipto de los Faraones, se crearán los jeroglíficos, que serán utilizados durante milenios para contar al mundo y a sí mismos, de sus dinastías, de sus divinidades y de sus esperanzas de otras vidas tras su muerte. La suerte, que también juega en la historia, permitiría a un científico y egiptólogo francés, Champollion, descifrar el idioma egipcio antiguo, tras descubrir la famosa Piedra Rosetta, en la que, junto al texto antiguo, se hallaba su traducción al griego, permitiendo la identificación de los símbolos, tras un arduo y brillante trabajo de investigación filológica. Egipto utilizaría, para la escritura de sus jeroglíficos, por una parte la trabajosa, pero prácticamente eterna, talla en la piedra de sus templos y obeliscos, o en un material que el Nilo les regalaba, el papiro, con el que fabrican una especie de papel, sobre el cual escriben e iluminan hermosas escenas, que han llegado hasta nosotros por la sequedad del clima y porque muchos rollos de papiros se conservaron en vasijas cerradas.

La escritura maya es una combinación de jeroglíficos y fonogramas, o sea una figura asociada a un sonido. Es más reciente si la comparamos con las anteriores, originada en torno al siglo III AC, y se mantuvo es uso hasta después de la conquista española.



Ideogramas en China
En China mientras tanto, se desarrollan los ideogramas, una escritura conceptual cuyas figuras representan ideas que, combinadas de acuerdo a reglas, son comprensibles para todos. La escritura china se difundirá en toda su extensa área de influencia, siendo hasta hoy utilizada en China y Japón, habiendo influido en las primitivas escrituras coreanas e indochinas. El papel de arroz sería usado para la escritura, que se realizaba por medio de distintos pinceles y tintas. Muy pronto, la caligrafía se volvió un arte muy valorado y buscado, con lo que los escribas adquirieron gran prestigio, pues además de dominar las técnicas del pincel, debían conocer los miles de ideogramas y sus mejores combinaciones.

Alfabeto y democracia
A algún genio desconocido le debemos las letras que escribo y usted lee, que asoció, hace unos tres mil años, los sonidos que forman las palabras habladas, a símbolos o figuras que las representen, a las que llamamos letras. Quienes desarrollaron esta nueva forma de escribir, o la perfeccionaron tal vez, fueron los fenicios, una avanzada cultura mercantil que floreció sobre la ribera oriental del Mediterráneo, muy relacionada con todo el Medio Oriente, Egipto y Anatolia, así como con Creta, Chipre, Africa del Norte e incluso la península Ibérica. El alfabeto tenía 22 letras, todas consonantes. Las vocales se verbalizaban según el contexto. Otro pueblo dedicado al comercio, los griegos, que para esa época se habían establecido en lo que es hoy la Grecia continental, apreciaron pronto las ventajas y la sencillez del alfabeto fenicio, y lo adoptaron, introduciendo las vocales, lo que aportó precisión al lenguaje escrito. A su vez, Roma adoptará el alfabeto griego, pero modificando la forma de muchas letras, para llegar al alfabeto latino, hoy el más extendido en el mundo, utilizado por 4500 millones de personas. Si Fenicia hubiera cobrado royalties por su invento, sería mucho más rica que Elon Musk o Bill Gates. El alfabeto fonético es fácilmente adaptable a cualquier idioma, y es sencillo agregarle marcadores específicos para acentos o pronunciación modificada de letras, lo que permite un alto grado de fidelidad con el lenguaje hablado. Su facilidad ha permitido la democratización del conocimiento, al poner la lectura y la escritura al alcance de todos, por lo rápido de su aprendizaje. Un niño de 7 años escribe y lee tras unos meses de práctica. Un escriba chino, sumerio o egipcio, requería años para dominar su escritura.

El libro. (De “libris”, libre.)
La incomodidad para la lectura de los rollos, que además de su peso, debían desplegarse para poder leerlos, determinó que a alguien se le ocurra la idea de recortarlos en hojas, que además permitían escribir de lado y lado, un ahorro importante en el nuevo material que se puso de moda para la escritura, el pergamino (de Pérgamo, una antigua ciudad que dominó la producción de pergamino, una superficie de piel animal tratada para la escritura.). Si los rollos de papiro ya eran incómodos, los de pergamino más aún, con lo que la idea de las hojas, que al juntarse por medio de unas cuerdas cosidas permitía que se pasaran de una en una, significó un gran cambio, en la facilidad de la lectura y de la escritura, pues cualquier corrección ya no requería la eliminación del rollo entero sino sólo de la hoja, así como esa extraordinaria y única virtud del libro, su portabilidad. Esta característica será la que, potencialmente, lo convierta en el mejor amigo de los viajeros o en el consuelo de los perseguidos, en fuente de inspiración para filósofos y amantes o en trinchera de iconoclastas y disidentes.

El ¿pensamiento? único
Esta última capacidad y cualidad del libro, no tardó en ser detectada y catalogada como una amenaza potencial por los poderes gemelos de la religión y la política. El mundo clásico, donde el libro adquiere carta de ciudadanía, en Grecia y Roma, así como en las más importantes ciudades por ésta conquistadas, como Alejandría, Aleppo, Pérgamo o Antioquia, donde son acogidos en las más importantes bibliotecas del mundo mediterráneo, para conservarlos, como la memoria de la cultura y de la historia.

Cuando el Imperio Romano se derrumba, la tolerancia por las ideas y las religiones, se hunden con el, dando paso a una creencia celosa y excluyente de la divinidad, inspirada en la visión bíblica del dios celoso, que nunca permitiría “otros dioses delante de sí”. Éste dios se había manifestado a sus mensajeros en varios momentos, estableciendo un pacto o alianza. La historia de estas interrelaciones se plasma en un libro, que imaginativamente es llamado Biblia (libro, en griego, de Biblos, ciudad fenicia, centro comercial del papiro). Éste se convierte en un libro sagrado, para el judaísmo primero, y para el cristianismo más tarde, con el añadido del Nuevo Testamento.

El Islam fundamental
Las religiones reveladas son tan excluyentes como sus dioses, y tienden a asumir su particular revelación y su libro sagrado como verdad absoluta, única e indiscutible. Como corolario inevitable, todos los otros libros, si no están alineados estrictamente con el suyo, o no tienen razón de existir, o peor aún, son subversivos y heréticos y en cualquiera de los dos escenarios, innecesarios y prescindibles. Esta visión quedó claramente plasmada en la disposición del Califa Omar, un converso a la nueva religión del Islam, de la misma raíz del judaísmo monoteísta , que, como es común entre los conversos recientes, llevaba hasta el extremo la ortodoxia, al responder a la consulta de uno de sus generales respecto de que hacer con los libros hallados en las bibliotecas. “Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si éstos se oponen al Corán, deben ser destruidos”.

Primitivo cristianismo
No debe llamar la atención entonces la suerte de las grandes bibliotecas de la antigüedad, como la de Alejandría, cuyos valiosísimos rollos y códices se emplean para calentar los baños públicos de la ciudad, ya durante las primeras etapas del cristianismo. La filósofa y científica alejandrina Hipatia, en el año 415, es asesinada por una turba de monjes cristianos, guiados por un patriarca de triste nombre, Cirilo, casualmente como el del actual patriarca moscovita, que a renglón seguido queman su vasta biblioteca. La del Serapeum, también en Alejandría, pereció en 391 en un frenesí contra el “paganismo” a instancias de otro patriarca fanático llamado Teófilo.

China, antes de Mao.
Fuera del ámbito mediterráneo, allá por el 220 AC, por razones ideológicas, quién es considerado el fundador de China, otro Xi, Xihuangdi, anticipándose en dos milenios a la Revolución Cultural maoísta, ordena quemar todos los libros, excepto los referidos a los oráculos, la agricultura y la medicina. Los que se resistieron a la orden, intelectuales cuyos libros eran su vida, fueron enterrados vivos. El enorme y rico acervo de la filosofía taoísta y confuciana, es destruido por el fuego de la locura imperial, que también borra la historia para reescribirla a su gusto. Seguramente, Mao o su viuda se habrán inspirado en este episodio, para que los fanatizados Guardias Rojos incineraran la cultura China anterior al “Gran Timonel” blandiendo junto a las teas, los ejemplares del nuevo evangelio, el Libro Rojo de Mao, fuente suficiente de humana sabiduría, que volvía superfluos a todos los demás.

Las llamas en la Universidad
Nalanda, en el centro de la India, es un gran centro de estudios budistas, que se amplía a numerosos campos del saber, desde las ciencias astronómicas a las matemáticas, un campo el que la India está muy adelantada en relación al mundo, habiendo inventado el cero y el álgebra, que serán adoptados por los conquistadores musulmanes y difundidos por éstos al resto del mundo. Uno de éstos guerreros islámicos, Khilji, conducirá a sus fuerzas hasta este antiguo centro cultural, para saquearla e incendiar su biblioteca, que habría ardido durante 3 meses, erradicando la memoria que guardaba, y destruyendo en la práctica al budismo en la India.

Católica piromanía
La Reconquista y la Conquista se funden en el furor incendiario del Cardenal Cisneros, que en Granada, en 1500, ordenará la requisa, casa por casa, de todo libro en árabe, Corán incluido, para incinerarlos en una enorme pira, en medio de la consternación e ira de la población, a la que Cisneros, de buenas o de malas, pretendía convertir. Ese mismo fervor cruza el océano para alcanzar con las llamas del fanatismo en manos de curas enajenados por su fe, los invaluables códices aztecas y mayas, que registraban la milenaria historia de Mesoamérica. El obispo Landa relata lleno de orgullo “Encontramos una gran cantidad de libros de éstos personajes (los mayas), y como no contenían nada en lo que no se vieran como superstición y mentiras del diablo, los quemamos todos”. También aquí, el socorrido método de la tortura fue usado para la conversión de los paganos.

Quemaos unos a otros!
Tras la Reforma Protestante y el frenesí de Savonarola en Florencia, el Santo Oficio, en su benévola acepción vaticana, abrirá otro atroz capítulo contra los libros, si, pero ahora también contra las personas. La Inquisición se ocupará de perseguir, a sangre, y literalmente, fuego, a los herejes, apóstatas o relapsos. La figura de Tomas Torquemada, cuyo apellido prefigura sus aficiones, emerge señera entre la multitud de frailes ansiosos por enviar al fuego eterno a quienes arrancaban confesiones junto a jirones de sus carnes. Pronto, del otro lado, pasarán los mismos horrores. En la calvinista Ginebra, el notorio médico y científico, Miguel Servet, será quemado junto a sus estudios sobre la circulación, en la hoguera, acusado de brujería.

El siglo XX
Es es siglo del furor ideológico, en el que las doctrinas y utopías reemplazan a las viejas religiones, adoptando todas sus prácticas de dogmatismo, desde los nuevos “libros sagrados”, El Capital, El Manifiesto Comunista, Mi Lucha, el Libro Rojo, y una vasta jungla de doctrinas, a cual más extrema y más intolerante.

Heinrich Heine había escrito que “donde se queman libros, al final se acaba quemando gente”, en una terrible profecía que se verá materializada en su propia patria. En 1933, en Berlín y en otras 20 ciudades alemanas, se encienden las piras para quemar millones de libros, contaminados porque sus autores eran judíos. Josef Goebbels es el encargado de dar inicio a este incendio, que terminará en los hornos de Auschwitz y de los campos de exterminio, donde la cultura occidental halla sus pesadillas y sus monstruos ocultos.

El lector del libro único
Nada más peligroso que quienes encuentran en un solo libro las respuestas para todas sus inquietudes. No importa que sea La Caperucita Roja. Al final del día, saldrá el lobo a imponer su fuerza y su voluntad omnímoda, llevándose por delante todo lo que se le oponga. Los libros “únicos” suelen ser la fuente de las peores pasiones y de los más obscuros instintos. Cuidarse de ellos.