La vigencia de Platón

El rol que cumplen los medios de comunicación y actualmente las redes sociales en la construcción de la opinión pública, nos lleva a pensar la vigencia del Mito de la Caverna de Platón, hombres encadenados a un muro conociendo el mundo a través de las sobras que se proyectan en la pared de la cueva. Podemos actualizar esta imagen a un grupo de hombres encadenados frente al celular, al televisor o al computador conociendo, asimilando y formándose una imagen de realidad a través de lo que se muestra en las pantallas.

No podemos estar en todos los lugares al mismo tiempo, ni podemos observar todo el mundo y lo que en él se sucede a cada instante. Las pantallas se han convertido en el acceso que tenemos a la realidad, dictan la forma en que percibimos los hechos y construimos nuestras imágenes mentales, viviendo a partir de lo que otros nos cuentan. 

Somos observadores de una realidad impuesta, de mensajes que se fortalecen en nuestros estereotipos, Walter Lippmann en su libro La opinión pública, analiza el rol de los medios de comunicación en la construcción de “una imagen coherente del mundo, de nuestros hábitos, capacidades y esperanzas”, los medios de comunicación ayudan a que nos sintamos en casa, representan nuestras tradiciones, nuestra identidad, para Lippmann son una forma de defensa, con ellos podemos sentirnos a salvo. 

Lo que describe Lippmann en su libro escrito en 1922, no ha cambiado sustancialmente, seguimos dependiendo de terceros que manejan la información y los mensajes, ellos describen y seleccionan que se debe contar de acuerdo a los interés políticos y económicos de grupos de poder, gobiernos y empresas. Se busca a través de los mensajes justificar acciones políticas, guerras e intervenciones, se polariza la información basada en estereotipos de bondad y maldad. Las pantallas son el instrumentó a partir del cual se legitiman los mensajes, se logra la aceptación pública de los hechos y el apoyo a las decisiones políticas.

Seguimos siendo los hombres que descrió Platón en el año 380 a.C., con una diferencia, los medios de comunicación nos permiten actualmente hacer públicas nuestras imágenes mentales, imágenes creadas a partir de una concepción del mundo influida por los estereotipos que arrastramos desde la cultura y la familia, que nos permiten aceptar, construir y difundir una imagen de lo que creemos que es la realidad, sin cuestionar, sin investigar, sin salir de la caverna, convencidos que lo vemos es la única verdad.   

Las construcciones mentales del grupo social en el que nos desenvolvemos serán las que determinen las cualidades a destacar, que si vamos con la moda o somos contrarios a ella, que si somos o no políticos, si hacemos protesta, si somos católicos, guapos, inteligentes, justos, si buscamos o no el bien común, etc., todo lo que publicamos tiene la intencionalidad de crear una fachada que muestre lo mejor de nuestro mundo interior. ¿Qué foto publicamos? o qué comentario subimos a las redes, es parte del escenario creado para transmitir nuestras opiniones, con el fin de causar un efecto en la opinión pública.

Las opiniones públicas que se transmiten desde los medios de comunicación están pensadas para fortalecerse y ser aceptadas desde los estereotipos sociales, considerando que la característica de ellos es que se anteponen a la razón, escuchamos hablar del mundo sin verlo y nos imaginamos y damos por ciertas las cosas sin conocerlas. Podemos decir entonces que los estereotipos se fortalecen en la falta de curiosidad, en la comodidad que representa el recibir cápsulas de información acerca del universo, de sucesos que preferimos no investigar.  Permitiendo así que algunos grupos sigan teniendo el privilegio de manejar la opinión pública. 

Elegimos entre juicios morales, decidimos creer lo que socialmente se considere justo y correcto, en este punto los medios de comunicación muchas veces juegan el papel de jueces, condenado o ensalzando a un grupo de acuerdo a los intereses que representan. Los estereotipos junto con la emotividad, son parte de la cultura y las tradiciones, esto nos vuelve vulnerables frente al mundo que se nos transmite. 

Los estereotipos se rompen a partir de incidentes impactantes que generen incomodidad y desconfianza en las imágenes que se nos presentan. Existe información que no llegaremos a conocer, o que se hará pública cuando cambien los intereses de quienes la manejan. De allí que el mito de la caverna de Platón siga vigente, y también la necesidad de conocer para ser libres, de salir de la caverna y prestar atención a los mensajes que se transmiten a través de las pantallas, de indagar y no quedarnos con el primer rumor que nos llega, con el micro video, con la explicación sin argumentos. 

Al final el problema no es el acceso al mundo exterior sino la falta de interés que tenemos de explorarlo, nos acomodamos a que todo nos llegue en un clic, masticado y digerido. En la medida que sintamos la necesidad de conocer dónde se originan los sucesos sobre los que opinamos, la censura en la información se desvanece, se rompen las cadenas y podemos ser libres.

Estamos perdiendo la capacidad de respuesta, de conciencia, cada vez nos encerramos más en nuestro universo proyectado, nos encadenamos a un mundo en el que la opinión pública impuesta dicta en rumbo de nuestras vidas. Necesitamos pensar, romper el círculo de la ignorancia, la educación debe estar direccionada a desarrollar la curiosidad y la crítica, en un mundo en el que las pantallas nos absorben y los contenidos vacíos nos hipnotizan.