La Policía Nacional y la ceguera colectiva

“Entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consciente hay una cierta complicidad vergonzosa”.
Víctor Hugo


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La mitología griega, le ha dado el nombre de Fénix a un ave de larga vida que se regenera de las cenizas de su predecesor; en un apócrifo espectáculo de fuego que se produce cada quinientos años. En el registro histórico, el fénix no solo que simboliza la renovación sino también la resurrección; tal cual como ocurrió con aquel hombre excepcional llamado “Jesús” de origen Druso y que instituyó algunas ideologías religiosas.​ Los fundamentos que superan este concepto fabuloso, buscan en el ejercicio y la práctica real del servicio que presta a la sociedad la Policía Nacional, cobre un sentido y que las palabras adquieran vida, en un país que desde el 2010 ha triplicado la tasa de asesinatos, tráfico ilícito de drogas y todo conducta típica, antijurídica y culpable prevista en el Código Orgánico Integral Penal.

Su lema “VALOR, DISCIPLINA Y LEALTAD”, trilogía ferviente de su compromiso de servicio que se ha visto hoy mas que nunca reflejado con la muerte de 61 servidores públicos policiales entre enero y noviembre del año 2022 que aún no cierra; y, que, según la Inspectoría General de la Policía Nacional, han superado a los ocurridos en el año 2021 que fueron (75); en el 2020, (68); y, en el 2019, (50).

Estas cifras demuestran que esta profesión definitivamente es de alto riesgo y lo más grave que tiene muy poco reconocimiento ciudadano pese a que sus resultados sobre investigaciones, captura de delincuentes, incautaciones de drogas y el descubrimiento de secuestros y extorsiones tienen indicadores de éxito que no valoramos pese a que superan los de otras policías de países cercanos.

Magnificamos hechos puntuales y a partir de ellos generalizamos los cuestionamientos y olvidamos siempre sus éxitos. Con los valores que se les asigna se puede medir el extraordinario esfuerzo frente a una delincuencia que tiene recursos ilimitados, que gozan de las más altas tecnologías, que dispones de armas y explosivos sin límite y que tienen ya coptado a muchos elementos del sistema político según denuncias públicas.

Francisco Huerta Montalvo denunció con valentía en el gobierno correista , el nacimientos de un narco estado y sólo obtuvo el misteriosos silencio y la persecución junto al abandono de las fronteras, el desmantelamiento de radares y sistemas de control y una tolerancia a la delincuencia que ha convertido al país en “santuario” de malandrines.

La transición hacia la institucionalización de la Policía Nacional desde 1846 ha permitido desde la presidencia del doctor Vicente Ramón Roca, que este organismo del Estado se organice con un carácter nacional; sin embargo no es hasta que el general Alberto Enríquez Gallo, en su condición legal de Jefe Supremo de la República efectuó cambios en la estructura del Estado; entre las cuales mediante Decreto N° 64 de 02 de marzo de 1938 fundó la Escuela de Carabineros, ilustre para todos los ecuatorianos que conocen la historia y que han servido de base para lo que actualmente es la Policía Nacional del Ecuador.

Sin embargo, para quienes no conocen o se han olvidado de esa historia, y se han convertido en meros espectadores, del menosprecio, oposición y resentimiento hacia esta organización del Estado, como secuela de los últimos hechos suscitados con el asesinato de la señora abogada María Belén Bernal; o la detención de 1898 policías por el cometimiento de infracciones penales de lo que va en el año 2022; en el que, solo se tratase de no dejar piedra sobre piedra de esta organización; que no concibe que el comportamiento aislado y particular de uno o de algunos de sus miembros; no son ni serán nunca los preceptos inmateriales, propios de la institución policial que se ha erigido para entregar un servicio a la sociedad, consagrada en la Constitución (2008) .

En el siglo XIX Joseph de Maistre sostuvo “que cada pueblo o nación tiene el gobierno que merece”, luego, será un francés, André Malraux (1901-1976), quien lo modificó y dijo que no es que “los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”; no obstante en la actualidad podemos decir “que el país tiene las instituciones que se merece”; esto significa que los vicios así como las virtudes no solo son inherentes a los gobernantes, a los funcionarios públicos o a las instituciones estatales o privadas, su origen solo reflejan la sociedad a la cuál pertenecen.

Una nación que no respete a las instituciones que han sido organizadas para precautelar sus derechos, garantías y libertades; y, que han ayudado a escribir las páginas de la historia del Ecuador negando un mismo origen y nacionalidad; apartándose de los “vicios y abusos del mando del servicio público estatal”; no ha razonado que el barómetro con el que se miden esos vicios, abusos y decadencia moral es la misma sociedad en su conjunto y no en partes.

Esta incoherencia, de exigir lo que no somos, al gobierno de turno debe frenarse; porque hay que interiorizar en nuestra sociedad; así como en las instituciones del Estado y en sus integrantes que se educa con el ejemplo; porque el reflejo que proyecta nuestro espejo actualmente es aciago.

La respuesta no está en un cambio de espejo, sino en la resiliencia de quién se observe de cara al mismo; no importa cuántas veces cambiemos de gobierno, ministros, directores o derribemos infraestructuras para exculpar yerros, seguiremos teniendo el mismo resultado .No podemos caer en el juego que nos hacen los delincuentes y los tontos útiles que con protestas, declaraciones y plantones desacreditan su accionar y si bien hay que ser estrictos en los controles, en las medidas de confianza internas, es su auto depuración y control.

La exigencia de una mayor rectitud a nivel ético, no solo debe ser para la Policía Nacional; la exigencia de la sociedad ecuatoriana es y ha sido siempre la de sustentarse en ciudadanos decentes y competentes, cuya idiosincrasia y nivel educativo o grado cultural se evidencia en un comportamiento social que pueda alcanzar el buen vivir o “sumak kawsay”.