La “leyenda negra”, del imperio español

Por Gonzalo Sevilla Miño |  [email protected]

Nutro mis ideas y formo mis propios conceptos a partir de análisis y estudios relacionados con escritos y publicaciones de personalidades que conocen mucho más que yo de la bien llamada “leyenda negra”, término que demoniza a España y su Imperio. Me refiero a Julián Juderías y Loyot (Madrid, 16 de septiembre de 1877-Madrid, 19 de junio de 1918), fue historiador, periodista, sociólogo, traductor e interprete, en su libro La Leyenda Negra de España, la describe como el conjunto de opiniones negativas vertidas sobre España en función de la labor española en América, por parte de sus enemigos más acérrimos, especialmente Inglaterra; a María Elvira Roca Barea, escritora, profesora, filóloga española (El Borge, Málaga, 1966), sus obras más notables son: Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (2016), Fracasología.

España y sus elites: de los afrancesados a nuestros días (2019); a Pablo Victoria, escritor colombiano y de nacionalidad española, ha escrito, entre otras obras, El día que Cartagena derrotó a Inglaterra; España contraataca (de la deuda de Estados Unidos con Bernardo de Gálvez), El Terror Bolivariano (2019); a Francisco Núñez del Arco Proaño, quiteño, escritor, investigador, historiador; su obra más importante es Quito fue España: Historia del Realismo Criollo; a Francoise-Xavier Guerra, Jaime

E. Rodríguez, Federica Morelli. Todos ellos aportan significativamente en lo referente a la independencia de la América hispana con estudios e investigaciones historiográficos que evidencian la necesidad de repensar la historia oficial en relación al tema.

10 de Agosto de 1809, el primer grito de la independencia

Este acontecimiento se produjo como resultado del descontento que se vivía a causa de la invasión de Napoleón a España; es decir, lo que había era un rechazo total a la usurpación del trono a Fernando VII y a la imposición de un rey francés que fue José Bonaparte, (Pepe Botella) hermano mayor de Napoleón que reinó con el nombre de José I Bonaparte o José Napoleón I, desde 1808 hasta 1813.

Esta crisis monárquica y el declive económico, político y jurídico que se vivía en la Real Audiencia de Quito, que estaba supeditada a los capitales de los dos virreinatos, Santa Fe y Lima, se buscaba el nuevo estatus de una Capitanía General independiente que los liberaría del dominio de Nueva Granada y Perú.

La decadencia de la Real Audiencia fue causando inquietudes a causa de la corrupción reinante en las altas esferas de gobierno, la presidencia y los oidores que eran leales a Bonaparte y que abusaban de su poder con exigencias tributarias que eran administradas por ellos a su antojo.

La junta autónoma

Estos antecedentes fueron la causa por la que Quito adoptó, frente a la invasión francesa, a la corrupción generalizada, la conformación de una junta autónoma para gobernar la región en nombre del rey Fernando VII. Los principales protagonistas que conformaron esta junta de gobierno en 1809, fueron el Marques de Selva Alegre, Rodríguez de Quiroga, Morales, Salinas, Riofrío y Peña. Ellos fueron arrestados en marzo de 1809, y gracias a una excelente defensa de parte de Quiroga en la que demostraba que la transferencia de la corona a Napoleón era ilegal, que en ausencia del rey la soberanía recaía sobre el pueblo, y que Quito, como las provincias de España, tenía el derecho y la responsabilidad de formar una junta para defender la Sagrada Fe, al rey y a la patria ante los franceses. Tanto Quiroga como Morales convocaron a reuniones el 7 y 8 de agosto de 1809 para organizar el retiro de Ruíz de Castilla, presidente de la Real Audiencia. El 10 de agosto, se reunió la junta y emitieron un acta, a la que, posteriormente, se la calificó como el Primer Grito de la Independencia, y que ha sido erróneamente interpretada como una manifestación en contra de España. Siempre se inculcó, en escuelas y colegios que aquello era una muestra del patriotismo quiteño para expulsar a los españoles que nos tenían sometidos bajo su yugo.  En los libros de Historia, no se incluía, y creo que no se incluye hasta la actualidad el texto de lo que se manifiesta en esa acta que, a continuación, me permito transcribir:

“Nos, los infrascritos diputados del pueblo, atendidas las presentes críticas circunstancias de la nación, declaramos solemnemente haber cesado en sus funciones los magistrados actuales de esta capital y sus provincias.

En su virtud, los del barrio del centro o Catedral, elegimos y nombramos por representantes de el a los Marqueses de Selva Alegre y Solanda, y lo firmamos- Manuel de Angulo, Antonio Pineda, Manuel Cevallos, Joaquín de la Barrera, Vicente Paredes, Juan Ante y Valencia. Los del barrio de San Sebastián elegimos y nombramos por representante de él a Don Manuel Zambrano, y lo firmamos- Nicolás Vélez, Francisco Romero, Juan Pino, Lorenzo Romero, Manuel Romero, Miguel Donoso. Los del barrio de San Roque elegimos y nombramos por representante de él al Marqués de Villa Orellana, y lo firmamos- José Rivadeneira, Ramón Puente, Antonio Bustamante, José Álvarez, Diego Mideros, Vicente Melo. Los del barrio de San Blas elegimos y nombramos por representante de él a Don Manuel Larrea y lo firmamos- Juan Coello, Gregorio Flor de la Bastida, José Ponce, Mariano Villalobos, José Bosmediano, Juan Unigarro y Bonilla. Los del barrio de Santa Bárbara elegimos y nombramos representante de el al Marqués de Miraflores y lo firmamos- Ramón Maldonado y Ortega, Luis Vargas, Cristóbal Garcés, Toribio de Ortega, Tadeo Antonio Arellano, Antonio de Sierra. Los del barrio de San Marcos elegimos y nombramos representante de él a Don Manuel Mateu y lo firmamos- Francisco Javier de Ascázubi, José Padilla, Nicolás Vélez, Nicolás Jiménez, Francisco Villalobos, Juan Barreta.

Declaramos que los antedichos individuos unidos con los representantes de los Cabildos de las provincias sujetas actualmente a esta gobernación y las que se unieren voluntariamente a ella en lo sucesivo, como son Guayaquil, Popayán, Pasto, Barbacoas y Panamá , que ahora dependen de los Virreinatos de Lima y Santa Fe, las cuales se procura atraer compondrán una Junta Suprema que Gobierne interinamente a nombre, y como representante de nuestro legítimo soberano, al señor don Fernando Séptimo, y mientras su Majestad recupere la Península o viene a imperar”. (El subrayado es mío).

Mito de la primera independencia

Queda claro que la revolución del 10 de agosto de 1809 estaba muy lejos de ser un movimiento independentista de la corona española, y que lo que se pretendió fue desconocer la autoridad del usurpador francés y el consecuente restablecimiento de la monarquía con Fernando VII como legítimo rey. La junta suprema presidida por Selva Alegre duró apenas tres meses, tiempo en el que los virreyes de Nueva Granada y Perú, leales súbditos de Bonaparte, atacaron y sometieron a los insurrectos. Hubo ciudades que se rebelaron contra la Junta Suprema que se vio obligada a disolverse, se restableció como presidente a Ruiz de Castilla quien prometió perdón y olvido a los insurgentes; no obstante, se apresó a decenas de personas y las consecuencias de aquello, derivaron en la masacre perpetrada por los realistas, obsecuentes seguidores de Pepe Botella, el 2 de agosto de 1810 en el Cuartel Real de Lima en Quito.

Para complementar lo manifestado anteriormente, también voy a transcribir los pronunciamientos de otros países en los que se emitieron actas y proclamas similares a las de Quito:

El caso de Argentina

La obra del padre Javier Olivera Ravasi, PhD en Historia en su serie de libros “Que no te la cuenten”, en el capítulo “Revolución de Mayo de 1810, manifiesta que la Primera Junta plasmó su lealtad a Fernando VII y lo retrata con un poema de Valdenegro publicado en el diario “La Gazeta de Buenos Ayres” (sic) del 28 de Octubre de 1810, año de la denominada “Revolución”:

“No es la libertad que en Francia tuvieron crueles regicidas vasallos perversos. Si aquellos regaron de su patria el suelo con sangre, nosotros con flores alfombraremos. La infamia y el vicio fue el blanco de aquellos, heroica virtud es el blanco nuestro. Allí la anarquía extendió su imperio lo que es en nosotros natural derecho. Nuestro Rey Fernando tendrá en nuestros pechos su solio sagrado con amor eterno.

Por rey lo juramos lo que cumpliremos con demostraciones de vasallos tiernos. Más si con perfidia el corso sangriento a nuestro monarca le usurpase el cetro, muro inexpugnable en unión seremos para no admitir su tirano imperio.

Si la dinastía de Borbón excelso llega a recaer en José Primero, nosotros unidos con heroico esfuerzo no hemos de adoptar intruso gobierno”.

El caso de Chile

Hasta la fecha celebran a la patria el 18 de septiembre. Fecha en la cual, en 1810, en cabildo abierto, alrededor de 400 ciudadanos juraron su lealtad al rey. El pacto se había dado entre Chile y el monarca, no entre la capitanía general y España; por tanto, en ausencia del rey, la soberanía se revertía al pueblo.

La nueva Junta Provisional Gubernativa juró gobernar y defender al reino en nombre de Fernando VII hasta que fuese elegido un Congreso que representara a las provincias de Chile» (Jaime E. Rodríguez en “La Independencia de la América Española”)

El caso de México

También en septiembre México celebra su presunta independencia de España, que en realidad fue un grito de respaldo a Fernando VII ante la invasión de los Bonaparte.

“Lo que Hidalgo proclamó en Dolores quizá nunca se sepa. Sin embargo, es razonable suponer que el punto álgido de su discurso incorporaba algo como lo siguiente: ¡Viva Fernando VII! ¡Viva América! ¡Viva la religión! y ¡Muera el mal gobierno!”, explica Hugh Hamill, autor de Historia Mexicana.

Para sellar este artículo, lo completo con un par de citas relacionadas con los hechos mencionados. El primero corresponde a unas frases pronunciadas en un discurso por el General Eloy Alfaro el 10 de agosto de 1906 cuando inauguró el Monumento a la Independencia en Quito; el segundo, a un fragmento escrito por Don Juan Montalvo en su obra magna Siete Tratados.

“El pueblo del Ecuador un tiempo formó parte de la monarquía española, a la cual le ligan vínculos de amistad, sangre, idioma y tradiciones. España nos dio cuanto pudo darnos, su civilización, y apagada ya la tea de la discordia, hoy día sus glorias son nuestras glorias y las más brillantes páginas de nuestra historia pertenecen a la historia española.” (Eloy Alfaro, 10 de agosto de 1906)

“¡España! ¡España! Lo que hay de puro en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti lo debemos. El pensar a lo grande, el sentir a lo animoso, el obrar a lo justo, en nosotros, son de España; y si hay en la sangre de nuestras venas algunas gotas de purpurinas, son de España. Yo que adoro a Jesucristo, yo que hablo la lengua de Castilla; yo que abrigo las afecciones de mis padres y sigo sus costumbres, ¿cómo habría de aborrecerla?” (Juan Montalvo, Siete Tratados)

Gonzalo Sevilla Miño | [email protected]