Imitación de la democracia

Dr. Manuel Castro M.

La democracia se ha considerado un sistema político justo y conveniente para vivir en armonía.  Determinados países han vivido a plenitud la democracia, que es la participación de la ciudadanía y los gobernantes, a fin de alcanzar mediante el diálogo objetivos comunes, siendo el principal el bien común.

Los otros sistemas, como el marxismo- leninismo, el nazismo, el fascismo, si bien diagnosticaron con acierto los males sociales, en la práctica sus soluciones han sido nefastas. Marx, Lenin, Stalin, Mussolini, Hitler, no pudieron cambiar con sistemas totalitarios, donde el Estado es todo,  sus correspondientes naciones o sociedades a su antojo, amparados en pseudo sistemas científicos, cuyas teorías nada científicas – que no son precisamente las sociales- en la práctica resultaron nefastas para sus pueblos, en lo económico, social, ético, pues en la realidad el hombre no renuncia ni quiere renunciar  a la propiedad privada, a la libertad individual, a la familia, desde luego con las variaciones de cada época, donde muchas veces se confundió moral con ética.

Democracia en cuarentena
Hoy la democracia ha sido cuestionada, pero no por su esencia, sino por sus malos ejecutores, políticos y ciudadanos, donde se ha irrespetado la ley, la corrupción ha tomado cuerpo, muchas veces ha concluido en dictaduras -que siempre son y han sido nefastas. Su evidente remedio es que la democracia cura sus males con más democracia: Constituciones de derecho, división de poderes, independencia judicial.

No es simplemente elecciones, pues aparte de innegables fraudes, solo se convierten en una pantomima en países como Rusia, Venezuela, Nicaragua, entre otros, sumado a la represión e imposición de candidatos oficiales. Lo interesante es que estos gobernantes autoritarios lo hacen de frente, con discursos, desde luego demagógicos, pero que no ocultan su afán de perennizarse en el poder, bajo banderas como el Socialismo del Siglo XXI.

Lo que sucede en la práctica es que sus países no progresan ni en lo económico, ni en lo social y en Rusia, por ejemplo, las libertades individuales, de expresión, de elegir y ser elegidos, son inexistentes. Lo confirma la historia que hoy está presente, para quienes quieran verla.

Consecuencias en invención a los fracasos pseudo socialistas

Moisés Naím, escritor venezolano, ex ministro de Estado, columnista en un gran número de diarios de todo el mundo, y tal vez el más leído, autor de diez libros, quien en 2011 obtuvo el Premio Ortega y Gasset por su trayectoria profesional, ha publicado su última obra: “La revancha de los poderosos”, que ha sido comentada como obra original e imprescindible y que ofrece una perspectiva global y única sobre el populismo y el poder. Sostiene Naím en dicho ensayo que las democracias se enfrentan a un nuevo e implacable enemigo que no tiene ejército ni armada; que no procede de ningún país, porque no viene de afuera, sino de aquí dentro.

Peligro que lo considera esquivo, difícil de identificar, de distinguir, de describir. Este es el poder en una forma nueva y maligna, variante que siempre ha existido: la maldad política, pues imita a la democracia, al tiempo que la socava y neutraliza los controles que limitan el poder por parte de los gobiernos. El libro explica por qué estamos ante la revancha de los poderosos.

La era del populismo, la polarización y la posverdad

Parte la obra de dos poderosos pensamientos: “Sabemos que nadie se adueña del poder con la intención de cederlo” (George Orwell); y “No sabemos qué nos pasa, y esto es precisamente lo que nos pasa” (Ortega y Gasset). La primera frase encaja perfectamente en lo que sucede en la Venezuela actual, habrá elecciones y Maduro no cederá el poder; ya ha sucedido en Cuba, Nicaragua y en otros países como Rusia, que todavía hablan de democracia.

Es otro cantar donde gobiernan, como hace siglos, sistemas religiosos o tribales, pues su futuro con democracia y libertades está muy lejano. El segundo pensamiento lo desarrolla o descubre “el que nos pasa” Naím: explica que ha surgido este poder maligno de las cenizas del más antiguo poder, que fue devastado por las fuerzas que actuaron en su contra, y que hoy se desarrolla donde fuere: en Bolivia o en Carolina del Norte, en el Reino Unido o en Filipinas, por ejemplo, a partir de unas estrategias esenciales para debilitar las bases de la democracia “y afianzar su perverso dominio”. También esboza Naín formas de contratacar, de proteger la democracia y, en muchos casos, de salvarla. Los componentes de tales fuerzas malignas Naím las identifica como “las tres pes”: populismo, polarización y posverdad.

Los autócratas de las tres pes

Son dirigentes políticos que llegan al poder mediante unas elecciones razonablemente democráticas y que luego desmantelan los contrapesos a su poder mediante el populismo, la polarización y la posverdad. Al mismo tiempo que consolidan su poder, ocultan su plan autocrático tras un muro de secretismo, manipulación de la opinión pública y represión de los críticos y adversarios. Lo vivimos en el Ecuador con el gobierno de Correa, sumado a la corrupción, y aún la máscara no cae, es la primera minoría en la Asamblea Nacional, va a elecciones presidenciales y de asambleístas con cierta fuerza electoral.

Ojalá no sea demasiado tarde detener al correísmo, aunque está disminuido y afectado por sus contactos narco delincuenciales, pero para ello el populismo recurre a la polarización, buenos y malos, y a la posverdad, no hablan de las sentencias penales dictadas por autoridades judiciales soberanas contra sus dirigentes, en el país y en los Estados Unidos, sino de que son “perseguidos políticos”.

No usan con preferencia la mentira, sino que enturbian las aguas hasta que sea difícil distinguir la diferencia entre la verdad y la falsedad.

Dichos autócratas establecen su legitimidad en un entorno en el que el poder inexpugnable sigue siendo tabú. Así imitan hipócritamente (Venezuela, Cuba, Nicaragua y hasta El Salvador) las formas del consenso liberal, mediante hábiles mecanismos, sobre todo el engaño.

Estos poderes autocráticos no suelen instaurarse después de derrocar a un régimen democrático por la fuerza, sino fingiendo ser democracias, después de corroer las democracias por dentro. Tendencia que está presente en todos los continentes, desde países pobres como Bolivia hasta otros tan ricos como Estados Unidos, pasando por la Rusia de Putin, o Kim Jong-un el gobernante heredero de Corea del Norte.

¿Quién vigila a los vigilantes?, analiza Naím

En las sociedades modernas se recurre a un inteligente sistema integrado en el consenso liberal: un sistema interconectado de órganos del gobierno que se vigilan entre sí para garantizar que ninguno pueda amasar todo el poder y lo utilice para sus propios fines en vez de para el bien público. En Estados Unidos, por tradición, ese sistema suele denominarse de “pesos, contrapesos y controles”.

Los autócratas en ciernes que aspiran con el poder absoluto necesitan, por encima de todo, un método fiable para sortear esos controles. Lo tiene Venezuela, pues el Congreso o Asamblea Nacional, la Función Judicial, la Electoral, la Contraloría, la fiscalía general, son dependencias sometidas al gobierno central, es decir no hay controles ni financieros ni de justicia independiente, ni electoral, además la opinión pública esta silenciada. Ecuador, con Correa, tuvo o tiene una Función Judicial cuestionada, contralores o prófugos o enjuiciados penalmente.  La fiscalía general fue una burla, con titulares obsecuentes a Correa. Hoy, por suerte, la fiscalía general funciona con eficiencia y valor, virtudes que asustan a los autócratas o aspirantes a serlo, pues al frente está la doctora Diana Salazar, a quien se le quiere enjuiciar y destituir, ya sea por venganza o por pragmatismo delincuencial.

Pseudos leyes

Los populistas han impuesto o tratar de imponer pseudo leyes. La Constitución Política ya no la consideran la norma suprema, pues detiene el uso y abuso del poder. En nuestro país la Constitución de 2008 consagra al país no como un Estado de Derecho sino de derechos y justicia, así cualquier disposición constitucional puede y ha sido vulnerada. 

En Bolivia, a pesar de que la Constitución lo prohibía, Evo fue reelecto, mediante una resolución judicial. En El Salvador, camino a dictadura plebiscitaria, Bukele fue reelecto, a pesar de la existencia de una prohibición constitucional.

En Venezuela, Cuba, Nicaragua, sus Constituciones son menos que una ley ordinaria, pues los jerarcas mediante resoluciones imponen normas, leyes o reglamentos, según su conveniencia, ante el contento de “progresistas”, populistas y del crimen organizado de narcos, guerrilleros y revolucionarios de café, todo cual conduce al crimen y a la corrupción, muy ajenas a una auténtica democracia.

La imitación es mala, pero funciona. Además, como pretexto a la libertad de elegir y ser elegido (por supuesto los escogidos por los populistas), los límites a la limitación de los mandatos han desaparecido.  Putin, mediante trafasías legales, pues no podía ser candidato por tercera vez, por prohibición constitucional, a pretexto que dicha norma suprema solo se refería a mandatos consecutivos, gobernará Rusia, pues ya ganó las últimas elecciones, mediante el sistema totalitario, hasta el 2036, por lo pronto, pues los dictadores por extrañas razones llegan a viejos.

Batallas que se deben ganar

Según informe de 2020 de Freedom House, 75 países tuvieron una puntuación más baja que en los años anteriores en el “índice de libertad”; el 75 % de la población mundial vive en países en los que los derechos de los votantes han empeorado; y que, entre los países con más de un millón de habitantes, hay en la actualidad menos democracias que regímenes no democráticos.

Con estos antecedentes Naím propone batallas que deben ganarse:

La batalla contra la Gran Mentira: Cualquier estrategia que trate de defender las democracias y de garantizar que el sistema político trabaje en beneficio de la sociedad depende de que restablezca la capacidad de los ciudadanos a la hora de distinguir entre la verdad y la mentira. Timoteo Snyder, cronista conocedor de las tiranías contemporáneas, afirma: “la posverdad es el prefascismo…Abandonar la realidad es abandonar la libertad.”

La batalla contra los gobiernos convertidos en criminales: Las democracias subsisten con cierto grado de corrupción, sin embargo, pueden subsistir si los responsables de las máximas instancias de la administración son, además, los jefes de inmensas organizaciones criminales que controlan instituciones públicas cruciales (policía, ejército, servicios de inteligencia, servicio diplomático, servicio tributario, aduanas, organismos regulares, etcétera). El primer paso es sencillo: seguir la pista del dinero, recomienda Naím.

La batalla contra las autocracias que tratan de debilitar a las democracias: Los grandes estados se inmiscuyen en los asuntos de otros estados. Ha aumentado el poder e influencia de China. Ha intervenido el deseo de revancha de Rusia. Todo para socavar la legitimidad política de los países democráticos.

La batalla contra los cárteles políticos que ahogan la competencia

Según los analistas políticos, y nadie lo discute, la democracia es una forma de organización de la rivalidad política. En una democracia quienes están insatisfechos con la situación actual, pueden cambiarla, pero si sólo convencen a un número suficiente de ciudadanos para que voten por ellos.

Para el sistema de pesos y contrapesos el propósito inicial es que la rivalidad política se vuelva de forma transparente y limpia, por lo que hay que impedir que quienes ocupen el poder subviertan el sistema con el fin de permanecer en el cargo en forma indefinida. Quienes manejan “las tres pes” utilizan el poder del estado -jueces, policías, medios de comunicación, funcionarios y reguladores- no ya al servicio de la nación sino de sí mismos. Su objetivo es amañar la partida y consolidar el poder.

Para derrotarlos -sugiere Naím- una especie de doctrina antimonopolio de la política, pensada para proteger la dinámica competitiva que es la base de la democracia. Tanto si se trata de la financiación de la campaña, como de la reorganización de los distritos, la inscripción de votantes o la regulación de los medios de comunicación.

La batalla contra los relatos antiliberales
Moisés Naím relata que Donald Trump denunciaba “la ciénega” y prometía drenarla. Hugo Chávez llamaba a sus adversarios “los escuálidos” y los amenazaba con la cárcel o algo peor. Pablo Iglesias en España y Beppe Grillo en Italia critican ferozmente “a las clases políticas y económicas con dinero” en sus respectivos países. En el Ecuador Correa arremetió contra la “partidocracia”, la “prensa corrupta”, “las momias cocteleras” (el servicio diplomático).

En el Reino Unido, Boris Jhonson se burlaba de “Bruselas” por ser el hogar de unos burócratas a los que nadie había elegido y que usaban la Unión Europea para imponer sus “estúpidas normas” y unos reglamentos abusivos. En Hungría, Viktor Orbán atacaba a los “globalistas” que querían llenar el país -y Europa- de inmigrantes ilegales. A veces el enemigo de los “tres pes” es un dirigente político rival, en otros casos una institución y, en numerosas ocasiones, otro país y otro grupo social, racial o étnico (por ejemplo, antisemitismo). Estos relatos utilizan los populistas para radicalizar a sus seguidores, en los que abundan las teorías de conspiración, aprovechando la pobreza, la crisis económica y desigualdades.

Para ello ofrecen una tierra prometida a cambio de un poder ilimitado. Naím concluye que tenemos que ponernos serios. Que hay que conseguir derribar las Grandes Mentiras, marginar a los gobiernos criminales, eludir los intentos de subversión extranjera contra elementos democráticos, enfrentar a los carteles políticos que impiden la competencia y hacen retroceder los relatos liberales en los que se sostienen los ataques autocráticos. Así se ganará la guerra para preservar la democracia.    

Dr. Manuel Castro M.
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