Historia de la Literatura Ecuatoriana: trilogía final

Christian Rodríguez

Hernán Rodríguez Castelo C (1933-2017) ha  sido uno de los intelectuales más lúcidos y productivos del Ecuador del siglo XX; su vasta obra supera los 130 títulos en campos que abarcan la gramática, la lingüística, la formación de comunicadores, la historia de la literatura ecuatoriana, la literatura infantil y juvenil, o la crítica de arte (y como bien lo recuerda un lector de su página web: crítico de fútbol con su columna Un intelectual va al fútbol).

Gran promotor cultural es el responsable de la hoy célebre colección de “La Biblioteca de Autores Ecuatorianos” de “Clásicos Ariel” (1972-1974). Podría pensarse que al hablar de los 100 tomos que constituyen esta colección -que todavía son impresos, comercializados y leídos- la cuenta de las obras publicadas los incluye, pero no es así; el propio prologuista solo sumó nueve títulos en el apretado recuento de su creación.

Clásicos Ariel es ese puente entre el creador y el promotor cultural que trabajó incansablemente para poner lo mejor de la literatura ecuatoriana al alcance de todo un país, en tirajes nunca imaginados y a un precio accesible (gracias al impulso del editor Tomás Rivas); ¿cómo pedir que un pueblo lea sino se pone a su alcance las obras? Pero no solo garantizar acceso, sino hacerlo con orientación, con un estudio que permita la real valoración de la producción nacional.

Un campo muy querido por HRC fue el de la literatura infantil y juvenil, en el que fuera pionero con su Caperucito Azul (1975); con su El fantasmita de las gafas verdes (1978), dio inicio a una serie de cuentos ambientados en la parroquia rural de Alangasí, de recuperación de formas lingüísticas, de memorias y tradiciones, narrando la vida de las gentes de estas comarcas. También los conflictos contemporáneos en Memorias del Gris el garo sin amo (y sin nombre porque gris vaya nombre) (1987). O nos dio otro relato sobre el arribo español a América al conmemorarse los 500 años de este hecho con su Historia del niño que era rey y quería casarse con la niña que no era reina (1993) -bellamente ilustrado por el pintor Celso Rojas-.

Gran lector, HRC señaló que “leer es negocio que concierne a cada hombre, y si llevo años empeñado en difundir este maravillosos quehacer es tan sólo porque como decían los escolásticos “la bondad es difusiva de sí”, y el que ha leído y lee mucho se siente ante aquellos que no leen como el que mira desde los amplios ventanales de un castillo, donde él disfruta de la más exquisita fiesta, a los que se quedaron fuera, en la oscuridad y a la intemperie”, producto de este disfrute es El camino del lector. Guía de lectura que incluye 2.600 libros de narrativa para jóvenes y niños, todos comentados.

De su calidad de comunicador, lingüista y hombre dado a compartir generosamente no solo con su palabra escrita sino con su palabra oral, preocupado siempre por el buen uso del español –del que nunca fue conservador en su tratamiento y estuvo siempre atento a sus usos populares, a los nuevos, nacen El Tratado práctico de puntuación (1969), su Léxico sexual ecuatoriano y latinoamericano (1979), y, su muy celebrado –y reimpreso–, Cómo escribir bien (1994).

Para alguien con la sensibilidad de HRC, el arte quiteño y ecuatoriano no podía quedar fuera de su estudio. Comentarista semanal a través de la página cultural del Tiempo (1966) de exposiciones y muestras, fue constituyéndose en cronista contemporáneo de un movimiento rico y diverso; este trabajo quedó sistematizado en el Nuevo diccionario Crítico de Artistas Plásticos del Ecuador del siglo XX, publicado por el Centro Cultural Benjamín Carrión (2007)

Sobre la Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana

En el campo de la literatura ecuatoriana, su obra más importante es la Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana. Que en el centésimo volumen vio la luz lo que sería la parte primera y segunda de esta Historia, la que versa sobre la literatura precolombina y la del siglo XVI.

En este primer volumen, el tratamiento de la literatura precolombina, de lo que se podía registrar para análisis, gracias al trabajo serio y riguroso de los esposos Costales, tal vez sea de las páginas más bellas escritas sobre la forma de narrar en lengua quichua.

En 1980, el Banco Central del Ecuador publicó Literatura en la Audiencia de Quito. Siglo XVII, parte tercera de la Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana. En 2002, el Consejo Nacional de Cultura y la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Núcleo de Tungurahua auspiciaron en dos volúmenes la edición de Literatura en la Audiencia de Quito Siglo XVIII. En 2014, el Consejo Nacional de Cultura editó en seis volúmenes Historia de la Literatura Ecuatoriana S.XIX. 1800-1860 como parte quinta de la Historia.

Esta prolífica tarea creadora llegó a su final en horas de la madrugada del 19 al 20 de febrero de 2017, HRC ponía el punto final a su Julio Zaldumbide (1833-1887), constituyéndose así este libro en el último capítulo de su Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana. Ese mismo 20 de febrero, en horas de la tarde fallecería.

Tras concluir el periodo correspondiente a 1800-1860 de su historia el autor comentó con varias personas cercanas que consideraba cumplida su deuda con la patria y que de ahí en adelante deberían venir nuevos investigadores, críticos y estudiosos a dar continuidad a la tarea; sin embargo fue animado a seguir adelante.

Así que comenzó a delinear el plan general del que sería el siguiente periodo a historiar: 1860-1890. Logrando avanzar en los estudios sobre Miguel Riofrío, Dolores Veintimilla y Julio Zaldumbide. Los que he llamado la trilogía final de la Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana.

Los capítulos finales

Estos ensayos o capítulos póstumos han sido ya publicados, y  con gran fortuna lo fueron con el auspicio de las personas indicadas, y en el lugar y momento que mejor podía acogerlas; así, el Miguel Riofrío lo publicó la UTPL en el 2017; el Julio Zaldumbide se publicó, con el auspicio y gestión de la Fundación Rosales Zaldumbide, en Quito, en el 2022; y el Dolores Veintimilla, lo publicó la Universidad del Azuay en el 2023.

En el Miguel Riofrío, HRC nos dejó un “Breve preámbulo generacional”, que podemos leerlo ahora como el plan de trabajo para lo que debía ser el nuevo capítulo de la Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana, periodo 1860-1900, nos dice el autor:

“Contrasta llamativamente cualquier provisional listado de figuras de significación literaria nacidos entre 1815 y 1830 con el de los nacidos entre 1830 y 1845.

“Nacidos en ese primer período apenas hallamos a Rafael Carvajal (1819), Miguel Riofrío (1819), Gabriel García Moreno (1821), Pablo Herrera (1820), Francisco Javier Salazar (1824), José Rafael Arízaga (1825), Antonio Borrero (1827) y Joaquín Fernández de Córdova (1829).

“Dolores Veintimilla (1829) y Antonio Marchán (1830) son figuras de transición en el quehacer literario, entre una y  otra generación.

“Y en el segundo grupo, ¡qué brillante pelotón solo entre 1832 y 1833!: Juan Montalvo (1832), Juan León Mera (1832), Numa Pompilio Llona (1832), Julio Zaldumbide (1833), Luis Cordero (1833), Antonio Flores (1833), José Modesto Espinosa (1833) y Miguel Ángel Corral (1833). Y después, Vicente Piedrahita (1834), Julio Castro (1836), Manuel José Proaño (1836), José Matías Avilés (1836), Francisco Campos (1841), Roberto Espinosa (1842), Juan Benigno Vela (1843) y Federico González Suárez (1844).

“Y, por supuesto, por encima de esto que parece pura aritmética, se impone el peso literario: Montalvo, Mera, Llona, Julio Zaldumbide y José Modesto Espinosa lo tienen incomparablemente mayor que los del grupo anterior. Esta Historia de la Literatura les dedicará decenas de páginas, frente a lo avara que deberá ser con aquellas otras figuras. Con ser casi obvio, vale la pena recomendar que no se pierda de vista que atiende a lo  estrictamente literario; las vidas -alguna de ellas tan descomunal como la de García Moreno- solo interesarán como paisaje sobre el cual se dibujan esas creaciones con la palabra.”

Lo que sigue son unas palabras sobre cada uno de estos capítulos finales de la obra de HRC, no a manera de análisis de las obras, sino sobre su génesis, su trasfondo, sobre mi mirada alrededor de la creación de mi padre; trabajo al que tuve la suerte de acceder con toda libertad y confianza, hasta en un nivel de confidencia.

Miguel Riofrío

Miguel Riofrío, el hombre y el escritor, es un brote más de ese frondoso, rico y fértil árbol que sembró HRC y que nos recuerda que ya fueron acogidos otros escritores lojanos en su Historia de la Literatura, como el padre Ramón Moncada (S.XVII), José Garrido o Juan Ullauri (S. XVIII), y José Miguel de Carrión y Valdivieso (el Obispo de Broten) (S.XIX). Esto fuera de autores lojanos contemporáneos presentados y analizados en Clásicos Ariel o en otros estudios–. Parafraseando a George Steiner, en su texto “Tolstoi o Dostoievski”, diré: … y el roble florece para persuadirnos de que su corazón vivirá de nuevo.

Miguel Riofrío, el hombre y el escritor, es un claro ejemplo de la organización del trabajo de HRC, que partiendo del método generacional, y estructura del documento, en el que se avanza por la historia general del autor, ubicando el contexto de su vida y ser, en su tiempo y lugar; sigue con la vida misma del autor, las peripecias (en lo que se puede conocer y afirmar en documentación contrastada), para llegar así a su obra; entonces se da lugar al trabajo de crítica literaria.

Esta crítica no es de ocasión ni gratuita, sino fundada, por lo que Francisco Proaño Arandi, en el prólogo de la obra, señala, que “como siempre, esta nueva obra de HRC contiene elementos polémicos, pero fija, al cabo de una escrupulosa acción investigativa y confrontando rigurosamente diversas fuentes documentales, realidades y hechos, todos de capital importancia sobre su biografiado”.

Y Galo Guerrero Jiménez, nos dirá de la obra que el autor “levanta todo un monumento biográfico crítico, quizá el primero y más completo que se ha escrito sobre Miguel Riofrío”.

Sobre Julio Zaldumbide

Quiero aquí dar voz a Simón Espinosa quien en el prólogo al libro señala que “el ensayo de Hernán, salvadas sequedades iniciales, se vuelve sabroso por la penetración en el espíritu del siglo, por el aplauso a la resiliencia del espíritu democrático en la doble tragedia de la casi desaparición de Ecuador en 1859, y de la brutal tiranía de Ignacio de Veintimilla, cortada de raíz porque se unieron Sierra y Oriente, conservadores y liberales en una campaña magnífica, la de la Restauración, que propició un progresismo transitorio y un liberalismo alfarista definitivo en cambios políticos y administrativos. Época que da pasto a la imaginación creadora y será fuente de novelas y dramas.

Hermoso ensayo. Lección literaria. Culto a los prohombres del pasado. Enseñanza de ética, dignidad y patriotismo. ¡Qué Ecuador tan grande y tan bello tuvimos¡ Habrá que resucitarlo estos días fúnebres y amargos que nunca nos vencerán.”

Dolores Veintimilla

Al final el/la Dolores Veintimilla, que cierra más que esta Historia (la de la literatura y la que le he contado), con lo que el sabor de lo romántico nos envuelve al mirar atrás.

HRC nos entrega a una poeta, a una figura que, como él mismo lo señala: “Dolores Veintimilla, romántica: esto que se ha convertido en lugar común de los estudios de literatura ecuatoriana parece estar reclamando mayor inquisición. En modo alguno para negarlo: para darle su sentido exacto y purgarlo de la fronda de vaguedades propia de los lugares comunes.

“Y ello nos lleva a otro rasgo propio del romanticismo que se ofrece nítido en Dolores: la superioridad moral y artística del poeta frente a los demás hombres; el insondable abismo entre su libertad de espíritu y sombríos y fanáticos conservadurismos. Sobre este sentimiento romántico se construye el poema A mis enemigos.”

Si bien son pocas las mujeres presentes en las páginas de la Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana, su tratamiento es sumamente elogioso, crítico sí, pero justo; así cuando se nos presenta a Gertrudis de San Idelfonso y su “Perla Mystica escondida en la concha de la humildad”, nos dice:

“Era toda una escritora con sabidurías de oficio –alto instinto–; con estilo; con instrumental retórico simple, pero eficaz. Por simple, más eficaz. Nunca son más bellos y hondos sus textos, que cuando son sencillos hasta la ingenuidad, frescos hasta el candor. Y son sabrosos por lo conversacional; por el color tan cercano al de los imagineros quiteños y al de la decoración popular.

O al estudiar a Catalina de Jesús Herrera y su “Secretos entre el alma y Dios”,

La preocupación por el rigor léxico, unida a la casi insoluble dificultad que ofrecía el poder decirlo todo con la palabra o frase justa, explican en la prosa de la mística el recurso y juego de palabras, como expresión de sutiles complejidades conceptuales. Repeticiones polisémicas, analógicas o antitéticas tienen, por su hondura conceptual, resonancias agustinianas: “¿Quién soy yo, mi Dios?  Si digo que soy nada, digo mal; pues la nada es más limpia que todo lo que encierra el universo mundo, pues ninguna inmundicia puede tocar ni ensuciar a la nada, porque es nada”.

Y, por supuesto, Manuela Sáenz, de quien nos deja estas líneas altas, sublimes:

Fue grande por su soberbia libertad e independencia, que se irguió, con serena rebeldía, frente a cuanto había urdido la sociedad del tiempo para mantener a la mujer en dócil sujeción y rutinario acatamiento de nomas domesticadoras y usos limitantes.

Liberada de cualquier atadura, Manuela Sáenz asume su papel en un tramo decisivo de la historia de América. Comprende como nadie –como solo una mujer podía comprender, cordial y visceralmente- la grandeza de Bolívar y lo decisivo de su tarea.”

El final, el cierra

Hernán Rodríguez Castelo se dio a su país, a la tarea de educar –sus padres fueron educadores–, a la tarea de compartir. La cultura fue su espacio, los jesuitas parte de su escuela –antes y después estuvo la vida misma–; practicar una vida cargada de generosidad y trabajo su día a día. Compartió y amó a Pía, Sigrid, Selma y sus nietos; como compartió y amó el arte, la literatura (y cualquier pendejada, como lo dijo un artista, mientras sea humana, mientras sea producto de la sensibilidad -¿será esto lo bondadoso?), y la esperanza concreta en las realizaciones de las mujeres y hombres del Quito milenario, del Ecuador actual.

HRC no abrió los caminos (siempre reconoció, citó, criticó los trabajos pioneros de Mera, Herrera, Loor, Echeverría, Cordero, Montalvo, entre otros), pero los ensanchó, los cimentó, les dio identidad crítica y su justo valor.

El árbol sembrado y robusto está, su tronco, ramas y frutos deben cuidarse para que perduren, esa tarea nos corresponde.

CRISTIAN RODRIGUEZ