El imaginario Lojano

El imaginario colectivo de los lojanos se sustenta en un modo especial de ver y sentir una serie de elementos de su universo existencial: sus mitos, leyendas, héroes populares, devociones tradicionales, también su gastronomía, su manera de hablar, su historia, su música, su legado cultural, su patrimonio natural.

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Todo ello es percibido e imaginado con un sesgo particular que contribuye a definir la fisonomía cultural de la población lojana. Propongo a continuación una lista mínima de los fundamentos de ese imaginario.

Alta cultura.
Los lojanos con un buen nivel de educación se enorgullecen de su importante historia cultural, que se ha manifestado en diversos campos del saber, las letras y las artes, particularmente en la Ciudad de Loja: en la literatura, las artes plásticas, musicales y cinematográficas, la historiografía, la sociología, el ensayo, la educación, la promoción cultural, la lucha por los derechos ciudadanos. La nómina de quienes han aportado al enriquecimiento de ese patrimonio simbólico es extensa y comprende a figuras tales como Bernardo Valdivieso (benefactor y promotor de la educación), Miguel Riofrío (educador y escritor), Pío Jaramillo Alvarado (historiador y sociólogo), Benjamín Carrión (ensayista y promotor cultural), Ángel Felicísimo Rojas (escritor y académico), Eduardo Kingman Riofrío (pintor), Segundo Cueva Celi (músico). También el escritor y académico Manuel Agustín Aguirre, el escultor y pintor Alfredo Palacio Moreno (padre del presidente del país Alfredo Palacio), el educador y promotor cultural Clodoveo Jaramillo Alvarado, el genial y malogrado cuentista urbano Pablo Palacio, la pionera en la lucha por el voto de la mujer y por los derechos ciudadanos Matilde Hidalgo de Prócel.

En ese distinguido grupo, los lojanos hacen bien en ensalzar a Matilde Hidalgo, por sus logros cívicos y por el significado histórico de esos logros en el país: fue la primera mujer ecuatoriana en graduarse de una escuela secundaria, la primera médica –titulada en 1921– la primera mujer en ejercer el derecho al voto (1924) –y una de las primeras en Latinoamérica– y la primera mujer en ocupar cargos de elección popular en el Ecuador. Con toda razón resaltan igualmente la gran obra de Eduardo Kingman Riofrío, uno de los tres o cuatro más destacados pintores ecuatorianos del Siglo XX, que enfocó su mirada en la injusta y dolorosa realidad de los de abajo –en la ciudad y en el campo– y dibujó manos poderosas, representativas de sacrificio, de trabajo duro, de protesta y denuncia.

Hay sobrada razón, a la vez, para que los lojanos pregonen la magnitud de las contribuciones, a la cultura nacional, de dos sobresalientes intelectuales lojanos: Pío Jaramillo Alvarado y Benjamín Carrión. Jaramillo Alvarado realizó notables estudios en torno a Atahualpa, Eloy Alfaro, el indio ecuatoriano, las tierras del Oriente, la historia de Loja y su provincia, los regímenes totalitarios en América, la Presidencia de Quito, la guerra de la Conquista en América y otros temas más. Del mismo modo, desplegó sus vastos conocimientos en un periodismo de ideas, fue catedrático y administrador universitario y ejerció elevadas funciones públicas, tales como Diputado, Senador, Ministro de Gobierno, Gobernador de la Provincia de Loja y Presidente del Instituto Indigenista del Ecuador. A Jaramillo Alvarado se le considera uno de los fundadores de la sociología en el país y uno de los más célebres investigadores y eruditos ecuatorianos de todos los tiempos.

De este intelectual lojano se dijo que era el campeón de los derechos del hombre común entre los hombres y de la soberanía del Ecuador entre las naciones. Benjamín Carrión, gran conocedor y alentador de las letras ecuatorianas, escribió un penetrante ensayo acerca de Jaramillo Alvarado, que figuró como prólogo a Historia de Loja y su provincia, en que lo llamó “dueño de todas las curiosidades, de todas las iniciativas”. Un importante premio en las ciencias sociales del país fue creado en honor de Pío Jaramillo Alvarado.

Benjamín Carrión, por su parte, fue uno de los escritores e intelectuales más sobresalientes en el escenario ecuatoriano. Estuvo familiarizado con las grandes figuras de la literatura moderna, como William Faulkner, Franz Kafka y James Joyce, sintió una especial afinidad con Gabriela Mistral y José Vasconcelos, y fue un gran admirador de Eugenio Espejo y Juan Montalvo. Escribió sobre Atahualpa, Gabriel García Moreno, la identidad nacional, el destino de América Latina. En el país es especialmente reconocido por sus valiosos ensayos dedicados a valorar y estimular la literatura nacional. Al discurrir sobre la aportación hecha por los escritores lojanos al movimiento conocido como la Generación del Treinta –compuesta principalmente por el Grupo de Guayaquil y el Grupo de Quito, y en menor grado por el Grupo del Sur, es decir Loja y Cuenca–, destacó la “ironía” de los lojanos.

Se refería de modo especial a Ángel Felicísimo Rojas, Alejandro Carrión y Pablo Palacio, cuyo estilo irónico Benjamín Carrión contraponía al “realismo” de las obras de Demetrio Aguilera Malta, José de la Cuadra o Alfredo Pareja Diezcanseco, o al “patetismo” de novelas como Huasipungo de Jorge Icaza.

Es revelador el que Carrión, un analista muy perspicaz de la literatura ecuatoriana, calificara la de esa agrupación lojana como característicamente irónica, pues ello suponía situarla en el territorio de lo ambiguo, o lo dicho entre líneas, lo escéptico, lo lúdico o experimental, o sea en las antípodas de la literatura realista o naturalista, épica o trágica, de urgencia ideológica. En el caso de Palacio, el sesgo irónico y paradójico se revela en los títulos mismos de sus relatos: “La vida del ahorcado”, “El antropófago”, “Las mujeres miran las estrellas”, “La doble y única mujer”, “Relato de la muy sensible desgracia acaecida en la persona del joven Z”. En el caso de Alejandro Carrión, autor de más larga trayectoria que Palacio, más prolífico y versátil (poeta, novelista y cuentista, crítico literario, “formidable periodista de opinión”–en el criterio de Ángel F. Rojas, quien también lo calificó de “volteriano”–), la ironía y la sorna coexisten con otras formas más punzantes del humor (apadrinadas por “Juan sin Cielo”, su nombre de pluma en escritos de sátira periodística).

También Rojas dio muestras de su gran aptitud irónica, como es evidente en aquel divertido cuento titulado “Un idilio bobo”. El mismo Pío Jaramillo Alvarado, polígrafo serio y respetable –aunque no escritor de ficción o poesía– era muy hábil para la fina ironía que travesea entre líneas. (Podríamos añadir que el mismo calificativo de “el último rincón del mundo”, aplicado por los propios lojanos a su tierra, rezuma ironía, una ironía que fluctúa entre la desesperanza y la altivez).

El mayor proyecto de vida y el más significativo legado de Benjamín Carrión fue la creación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1944), concebida y promovida por él. Esa institución, que lleva ahora su nombre, llegó a ser un auténtico modelo de centro cultural y se ramificó por todo el país. Ese establecimiento alberga en su edificio imponente y modernista de Quito, museos, teatros, biblioteca, salas de conferencia y oficinas editoriales. En el área del teatro, y por mediación de Carrión, la Casa de la Cultura contrató en 1964 a un director italiano, Fabio Pacchioni, quien aportó al desarrollo de un muy interesante movimiento teatral en el país. Benjamín Carrión solía decir que si el Ecuador no estaba llamado a ser una potencia militar y económica, era capaz, en cambio, de convertirse en una nación de cultura, nutrida de sus más ricas tradiciones. Alguna vez se le criticó por impulsar un concepto paternalista de la cultura y por orientarse por una filosofía más arielista que socialista, pero nadie puede negar que el suyo fue un espíritu generoso, mucho más dispuesto a “dar la mano que a dar palo”, como decía él. Cerca del Parque Jipiro de la capital, se edificó hace poco tiempo un teatro de traza modernista, que lleva su nombre.

Dando un salto al ámbito de las artes contemporáneas, es pertinente destacar las aportaciones del cinieasta Camilo Luzuriaga, director de largometrajes tan notables como “La Tigra” y “Entre Marx y Una Mujer Desnuda”. Por estas y otras películas dirigidas por él, Luzuriaga ha sido calificado “el iniciador del cine moderno ecuatoriano”. Este artista lojano ha sido y sigue siendo el gran impulsor de la formación de profesionales del cine y del teatro, promovida fundamentalmente a través del instituto de educación superior INCINE, con sede en Quito, fundado y dirigido por él.

Un hito reciente en los anales de la cultura lojana fue la iniciación del Festival Internacional de Artes Vivas de Loja, en noviembre de 2016. Este evento significó un espaldarazo a la imagen de la Ciudad de Loja como “capital musical y cultural del Ecuador”, forjada por los líderes lojanos desde décadas atrás.

Capital musical.
La fama de capital musical del país que ha adquirido Loja se debe principalmente al aporte hecho por varios renombrados maestros lojanos a algunas formas tradicionales de música popular, sobre todo el pasillo. En la historia cultural de Loja brillan los celebrados compositores Segundo Cueva Celi, Antonio Hidalgo y Salvador Bustamante Celi –entre la vieja guardia–, autores de pasillos inolvidables. Segundo Cueva Celi, fino compositor y notable ejecutante con el violín y el piano, por ejemplo, fue el creador de piezas tan conocidas como “Vaso de lágrimas” o “Laura” y el autor de la música para el famoso pasillo “Pequeña ciudadana” (letra de Alejandro Carrión: “Pequeña ciudadana, has llegado a mi vida, / con la sonrisa dulce y la boca encendida…”), que todo lojano conoce y aprecia, y hasta entona, si viene al caso. Imaginar a Loja como un lugar donde prospera la música significa figurarse un ámbito propicio para tal florecimiento, donde se practica, se estudia y se valora ese arte bello. En los cantones, la música sigue siendo un fenómeno muy arraigado, de índole fundamentalmente popular, que se manifiesta en las tertulias entre amigos, en reuniones familiares y en fiestas cívicas, y que se afianza en la predilección por la guitarra, el instrumento musical por antonomasia en la Provincia.

En la capital, el ambiente es más variado, obviamente, y se ha incrementado, sobre todo a partir de los años setenta, con el surgimiento de importantes instituciones y con las contribuciones de múltiples artistas y agrupaciones.

De la época contemporánea, es necesario y grato destacar la notable aportación de Edgar Palacios al desarrollo de la música, en Loja y en el país. Formado académicamente en Loja y Bucarest en los sesenta, desde 1968 desempeñó una gran labor en pro de la música: Fue Director de la Escuela Superior de Música, adscrita a la Universidad Nacional de Loja, fundó el Conjunto Universitario de Loja y la Orquesta Sinfónica de Loja, y otras orquestas y agrupaciones, para niños y jóvenes, tanto en Loja y otros lugares de la Provincia como en varias ciudades del Ecuador.

Gracias a sus contactos europeos, este afamado trompetista gestionó la invitación de profesores de Europa del Este para que ofrecieran cursos en establecimientos lojanos y logró mejorar sustancialmente los equipos del Conservatorio de Loja con instrumentos para todas las especialidades, Después este incansable promotor de la música llevó a cabo en Quito diversas actividades administrativas y pedagógicas, también de investigación y difusión.

La lista de reconocidos compositores, maestros y cantautores –de las nuevas generaciones de artistas lojanos– es larga; en ella figuran, entre muchos otros, los siguientes: Julio Bueno, Tulio Bustos, Trotsky Guerrero, Luis Gordón, Ricardo Sempértegui, Jorge Ochoa, Rogelio Jaramillo, Salvador Zaragosín, Medardo Luzuriaga, César Chauvin, Benjamín y Eugenio Ortega, Edwin Regalado, Juan Castro Ortiz, Santiago Erráez, asimismo los hermanos Miguel y Galo Mora, integrantes del renombrado conjunto Pueblo Nuevo, conocido nacional e internacionalmente por su música de denuncia social.

Es preciso subrayar, a la vez, las importantes y variadas contribuciones del compositor lojano Diego Luzuriaga, autor de música académica y popular, también de ópera (Manuela y Bolívar) y de comedia musical (“Ester de Catacocha”). Realizó sus estudios musicales en Quito, París y Nueva York. Se doctoró en Composición Musical por la Columbia University, de Nueva York. Algunas de sus composiciones han sido interpretadas en escenarios de Estados Unidos, Europa y Japón. Luzuriaga ha publicado también varios poemarios y colecciones de relatos. En 2006 fue galardonado con el Premio Nacional Eugenio Espejo.

La capital cuenta con un Museo de la Música, que documenta la rica historia de sus artistas. Recientemente, la ciudad ha patrocinado una bienal de las artes musicales. Se estima que hay más de mil profesionales lojanos de la música desparramados por todo el Ecuador y por diversos países, y unos doscientos que siguen trabajando en Loja (Fuente: Manuel Vivanco Riofrío).

Cascarilla.
Este producto vegetal, de gran poder curativo contra la malaria y otras fiebres malignas desde tiempos inmemoriales, está asociado, en el imaginario de los lojanos, con su provincia.

La cascarilla, conocida a la vez como corteza de Loja, proviene de la quina (Cinchona officinalis), árbol que antaño crecía en los bosques de Cajanuma y Uritusinga, al sur de la Ciudad de Loja. Los Paltas conocían el secreto medicinal de dicha corteza y lo compartieron con los españoles.

Los conquistadores se maravillaron de las propiedades curativas de la cascarilla y la introdujeron en España y Europa. Por su importancia histórica y económica, así como también por su valor medicinal y por sus connotaciones legendarias, la quina ha sido considerada un árbol representativo no sólo de la Provincia de Loja sino del Ecuador. Aunque algunas especies de la quina crecían en otras regiones de los Andes, desde Colombia hasta Bolivia, la endémica de Loja era, según propuso Francisco José de Caldas, la “quina fina de Loja”, llamada científicamente Cinchona officinalis.

Conocida por igual como chinchona, la corteza de Loja se hacía polvo y se infundía antes de ingerirse. Según una leyenda, allá por 1630 la Condesa de Chinchón, esposa del Virrey del Perú, Conde de Chinchón, se curó de la malaria con dicho producto vegetal.

Esta historia fue llevada a la literatura por el escritor peruano Ricardo Palma, en una divertida “tradición” intitulada “Los polvos de la Condesa”… De la corteza de Loja se extraía la quinina, que por mucho tiempo fue el principal compuesto empleado en el tratamiento del paludismo.

La quinina puede utilizarse todavía para tratar la malaria resistente y otras enfermedades febriles, y aun para dar sabor a ciertas bebidas, como el agua tónica y el gin and tonic. En el jardín botánico Reinaldo Espinosa, en las afueras de la Ciudad de Loja, se encuentran ejemplares de este famoso e histórico árbol.

Churonita.
Cada año, en el mes de agosto, ocurre el evento religioso más conspicuo de la Ciudad de Loja, cuando desde su basílica neogótica de El Cisne, llega acompañada de decenas de miles de devotos, la Virgen del Cisne, la Churonita andariega, que ha recorrido un largo camino, pasando por San Pedro de la Bendita y el valle de Catamayo antes de arribar a la capital, donde es recibida con pompa, música, flores y alegría.

Allí preside una serie de actividades de tipo religioso y cultural, y aun mercantil, pues la llegada de la Virgen da impulso a una feria comercial binacional, que se lleva a cabo cada septiembre –y que originalmente fuera autorizada por un decreto de Simón Bolívar, en 1829–. Después de la feria, la Virgen retorna, doblemente peregrina, a su santuario de El Cisne.

El investigador Galo Ramón Valarezo ha indagado sobre el origen histórico de la devoción a la Virgen del Cisne, en el que encuentra un fenómeno de “sincretismo controlado” entre el cristianismo y las creencias indígenas locales, tal como sucedió en otras latitudes del continente. Y pondera a la vez la conexión entre el culto a la Virgen del Cisne y los intereses de las élites capitalinas, que determinó, entre otras cosas, el que la fiesta principal de la Virgen se realice, no en El Cisne, donde está su santuario, sino en la Ciudad de Loja, el centro de poder de una vasta y rica región que desde la Colonia comprendía Zamora, Zaruma y parte del noroeste del Perú, a más de la Provincia de Loja. Por su parte, Pío Jaramillo Alvarado había propuesto –con ánimo de para amplificar la dimensión legendaria de los comienzos de esta devoción– en su famosa historia de la Provincia de Loja, que el culto lojano a la Virgen del Cisne había surgido como una resonancia del culto europeo a esa advocación, cuyo asiento principal radicaba en la antigua ciudad alemana de Brandenburgo y que desde la época medieval estuvo asociada con la Real Orden de los Caballeros del Cisne.

Esa hermandad, a su vez, estuvo ligada a la fábula de Lohengrin, caballero cristiano del Santo Grial, que ha sido objeto de innumerables manifestaciones de la alta cultura, inclusive la ópera Lohengrin de Wagner… En Loja, la europea Real Orden de los Caballeros del Cisne derivó en la Cofradía del Cisne, que “fue la verdadera Hermandad de la vida colonial, plena de feudalismo y señorío de los Encomenderos, señores de horca y cuchillo […], pero que eran también, muchos de ellos, los protectores de la instrucción pública, que fundaban colegios y escuelas con sus propios caudales”. Y concluye así Jaramillo Alvarado las interesantes páginas que le dedica a este tema: “En la advocación de Nuestra Señora del Cisne, es su leyenda, mejor que su historia, la que vive en el corazón del pueblo lojano”.

Guayacanes.
El florecimiento de los guayacanes (Tabebuia chrysantha) constituye una atracción turística en los alrededores de Mangahurco, cerca de Zapotillo, entre enero y febrero, cuando empieza la temporada lluviosa (o invierno, como se dice en Loja). Inducidos por las primeras lluvias, estos árboles de mediano tamaño, que se mostraban macilentos, al final de un largo y árido “verano”, de repente “reviven” y se revisten completamente de flores amarillas, desde las ramas más bajas hasta la copa.

El bosque tropical seco se transforma entonces en un paisaje primaveral de maravilla: una especie de manto de pan de oro recubre valles y colinas, en una extensión de miles de hectáreas. Pocos días después, las flores se desprenden de las ramas al roce de la más mínima brisa y tapizan el suelo con una vasta y fastuosa alfombra dorada entre los duros troncos de los guayacanes. Aparecen seguidamente los amantes de la naturaleza, a caballo, en bicicleta o a pie, con cámara en ristre, compartiendo la insólita escena con cabras y vacas, las cuales se dan un banquete con las flores recién caídas: un paisaje pastoral muy peculiar, que sólo puede ocurrir en Mangahurco. Esta fugaz floración de los guayacanes es como una sucesión de estaciones –estaciones, es decir los tiempos del año, pero en un sentido no tropical– en cámara rápida, que va de un otoño ya moribundo a un incipiente invierno y a una primavera impetuosa y breve, en una exhibición prodigiosa de la naturaleza, de muy pocos días de duración y con el valor agregado de una atmósfera tibia y apenas húmeda. Todo ello, para orgullo de los moradores de ese rincón de la Provincia, que tal vez no han oído hablar de la exhibición primaveral de los cerezos en Japón, China y otros lugares lejanos, pero que tienen suficiente con sus esplendorosos guayacanes en flor.

Entre los árboles estimados por los lojanos como distintivos de su provincia, está asimismo el arupo (Chionanthus pubescens), de hermosas flores de color blanco o lila, que crece en una gran diversidad de hábitats y que se ha convertido en planta ornamental en muchos lugares del país.

El ceibo (Ceiba pentandra), de apariencia muy singular, es un árbol alto y corpulento, común en los parajes áridos de la Provincia. Su tronco rollizo verde y reluciente adquiere a veces formas humanoides, y al ponerse el sol, sus huesudas ramas generan simulacros de fantasmas. Su fruto, en forma de vaina o cápsula, contiene una masa densa de fibra, parecida al algodón, que antiguamente se utilizaba para fabricar colchones y almohadas. Otra planta que los lojanos suelen citar como característica de la Provincia es el faique (Acacia macracantha), que está emparentado con el algarrobo. El faique abunda en las comarcas de Catamayo, Casanga, Macará, Zapotillo. De las vainas del faique se alimentan las cabras, que pululan en los faicales como si fueran su complemento natural. Y de las pepitas del algarrobo, que prospera en tierras aún más secas y cálidas, se confecciona una miel llamada algarrobina, utilizada en refrescos, dulces y licores.

De igual forma, es apreciado el molle (Schinus molle), vistoso árbol de ramas colgantes, hojas lanceoladas perennemente verdes y pequeños frutos redondos de color rojizo agrupados en racimos, propio de tierras áridas, tales el valle de Catamayo, pero acomodadizo a otros ámbitos, como el de la Ciudad de Loja. Su fruto expide un aroma parecido al de la pimienta. Entre algunos es costumbre mezclar la pepita del molle con la pimienta negra, para cocinar. Igualmente, casi todas las partes de este árbol originario de Centro y Sur América, hasta sus hojas, corteza, semillas y resina, han sido usadas medicinalmente por las comunidades indígenas del trópico desde siempre. Otro árbol de importancia emblemática, y que es considerado parte del patrimonio natural de la Provincia de Loja, es el romerillo. (Véase “Podocarpus”).

Mejor castellano.
Algunos lingüistas han contribuido a corroborar la opinión generalizada de que en Loja se habla el mejor español del Ecuador. “Por la entonación y la correcta pronunciación de la ll, la r y la rr, el habla de Loja suele considerarse la más elegante del Ecuador”, en opinión del reconocido lingüista quiteño Humberto Toscano (citado por Carlos Joaquín Córdova, lexicógrafo cuencano). El lojano en general pronuncia todas las consonantes.

No aspira la s intermedia o final: “Los fósforos” son los fósforos entre los lojanos, y no loh fóhforoh, como usualmente dicen los costeños. Las erres de los lojanos son fuertes y vibrantes como norma, en contraste con la pronunciación asibilada de la generalidad de los serranos. En contraposición a los quiteños, que son “leístas” como los madrileños, los lojanos usan los pronombres “lo” y “la”: no dicen “ayer le vi” (a Juan o Juana), sino “ayer lo vi” (a Juan) o “ayer la vi” (a Juana). Los guayaquileños, al igual que los centroamericanos y caribeños, son en general “yeístas”: cáyese por “cállese”, yave por “llave”. Los lojanos, en cambio, como los bogotanos, emplean el fonema clásicamente castellano, la consonante palatal lateral sonora: “llámame” es llámame, no yámame (Guayaquil) ni zhámame (común en Quito y la Sierra centro y norte). Los lojanos mantienen la distinción fonética entre los fonemas y y ll y por eso generalmente no incurren en confusiones ortográficas en esa área, como sí sucede a veces con los “yeístas”. El habla de los lojanos de la capital y del interior tiene una cadencia y una inflexión peculiar que la hace reconocible, entre los coterráneos, en cualquier parte del mundo.

Su ritmo elocutivo está a medio camino entre el tempo rápido de los costeños y el lento de los serranos del centro y del norte.

En cuanto al léxico, es de consulta necesaria una extensa lista de lojanismos elaborada y publicada por Alejandro Carrión, compuesta por voces “castizas”, arcaísmos, quichuismos, y algunos extranjerismos, que, sin ser exclusivos de la Provincia, acarrean un saborcillo local. Tengo la impresión de que el lojano medio es consciente de ciertas expresiones y usos léxicos distintivos más que de otros aspectos lingüísticos del habla de su provincia.

Naún Briones. Naún Briones.
De este personaje de la historia y de la ficción popular, todos los lojanos adultos tienen alguna noción, aunque la figura del famoso bandolero, su personalidad y sus gestas permanecen en la órbita de lo incierto y conjetural. Reputado el bandido más notorio de la Provincia, en los años veinte y treinta Briones recorría el austro ecuatoriano y el norte peruano con la justicia social en sus manos, asaltando tiendas y robando haciendas, y ayudando a los necesitados. Ha sido tema de fábulas y obras literarias, y en el campo de la Provincia ha sido elevado a la esfera de los héroes populares.

Se supone que su familia era del rumbo de Cangonamá, en el cantón Paltas; que su padre era arrimado y arriero; y que Naún, siendo muchacho todavía, se dedicó a robar cuando, habiendo fallecido su progenitor, tuvo que apoyar económicamente a su familia. Murió joven en Piedra Lisa, en 1935, emboscado y acribillado por Deifilio Morocho, mayor de la policía rural, quien no permitió que fotografiaran el cadáver, no fuera que la gente quisiera hacer de Briones un héroe popular.

Un joven Alejandro Carrión honró a Briones con el poema “Salteador y guardián” (“Era la rebeldía de los peones / la que se desbordaba con él por los caminos”). Eliécer Cárdenas sondea el lado mítico de Naún Briones en la novela Polvo y ceniza (1988). Uno de sus personajes asegura que Naún montaba un caballo blanco, que llevaba un pañuelo celeste atado al cuello y que vestía todo de blanco y lucía un sombrero peruano asimismo blanco. Dicen que era guapo, aunque pocos vieron su cara. Después de muerto, la gente “siguió inventándole rostros […], tallaron su figura en madera, la moldearon en barro, la pintaron en paredes […]. La hicieron sobrevivir, a pesar de que el mayor Deifilio cubriera su rostro, intentando abolirlo” (Polvo y ceniza). La novela da cuenta de la variedad de opiniones de que fue objeto este héroe/bandolero.

Para los terratenientes y las autoridades, no era más que un salteador de caminos, un bandido ignorante, un asesino sin sentimientos, un chazo criminal, un perdido, la encarnación del mal. Pero, en la leyenda popular, es conocido como una persona buena y caritativa, un valiente que buscaba justicia, aun “un bravo ecuatoriano que defendió la frontera”. Y “la gente le compone poemas, historias y canciones, le rememora en farras por todos los lugares por donde anduvo, brindan por él […], no quieren recordar que fue un despiadado”. Prefieren verlo a Briones y a otros bandoleros parecidos (Pajarito, Chivo Blanco, Víctor Pardo, los Quiroz) como héroes y les imaginan acciones heroicas: “Dicen que […] cruzó la frontera y se robó él solo 500 cabezas de ganado […], dicen que peleó solo contra un batallón de soldados, matándolos a todos”. Otros llegan a afirmar que Naún no ha muerto, que “subió por los aires, que descendió en un pueblo lejano […], se casó, tuvo muchos hijos y cambió su nombre.

Esto cuenta la gente que no quiere creer que […] lo mataron en Piedra Lisa”. Es la materia de la ficción y del mito, que se imponen sobre la muerte y el olvido.

Podocarpus.
Tal es la denominación científica de un hermoso árbol, el romerillo (Podocarpus oleifolius), de madera noble y dura, que es un tipo de conífera único en el Ecuador, así como el nombre de un extenso parque y reserva biológica, el Parque Nacional Podocarpus, uno de los once parques nacionales del país.

Este parque está situado en las estribaciones húmedas y nubosas en ambos lados de la cordillera que divide las provincias de Loja y Zamora Chinchipe y tiene una extensión de unas 140.000 hectáreas. Hay tres puntos principales de acceso desde el costado lojano: en la cercanía de Cajanuma –no muy lejos de la capital–, en Vilcabamba y por el Cerro Toledo –en la vía de Yangana a Numbala–. En esa sierra se originan numerosos ríos, especialmente en su flanco oriental, que forman cascadas y lagunas, entre ellas las Lagunas del Compadre. Este parque es muy apreciado por su muy variada flora y avifauna y constituye una de las zonas de mayor concentración de pájaros en el planeta. En ese bosque montano crecen también el laurel, el arrayán, el cedro, el nogal, el aliso, la acacia, la cascarilla, unas cuatro mil especies de plantas más, y una infinita variedad de orquídeas. De la gran diversidad de mamíferos, se pueden mencionar: el oso de anteojos, el tapir andino (danta), el jaguar, el puma, el tigrillo, el venado. Es de observar, por otra parte, que de esta cordillera, divisoria continental de vertientes, nacen y se separan las aguas que forman los arroyos y ríos que van a desembocar, unos en el Océano Pacífico –siguiendo el cauce del Catamayo-Chira– y otros en el Atlántico –por la inmensa cuenca Marañón-Amazonas– pasando por Manaus y culminando, miles de kilómetros después, en el estuario más vasto del planeta. Este hermoso árbol, el romerillo/podocarpus, entró gradualmente en el imaginario lojano a partir de la creación de ese importante y poco explorado parque nacional en 1982.

Puerta de la Ciudad.
Un alcalde imaginativo, José Castillo Vivanco, promovió y llevó a buen fin la construcción de la Puerta de la Ciudad, en 1998, en un punto estratégico donde se unen los ríos Zamora y Malacatos y por donde se llega desde el norte y el oeste al centro de la ciudad. Dicho monumento es un complejo arquitectónico que aloja en su interior un museo y que desde sus torres ofrece una buena panorámica de la urbe. Su exótica fachada, engalanada con una representación del Escudo de Loja enviado por el Rey Felipe II en 1571, permite presumir el propósito de evocar los orígenes y la tradición española de esta capital provincial que algunos historiadores locales a veces han llamado La Castellana. Junto a una de sus entradas, hay un monumento a Juan de Salinas y Loyola, reivindicado en años recientes como el gran explorador de la Alta Amazonía. La Puerta de la Ciudad ya se ha vuelto un punto ineludible de visita y está convirtiéndose en un elemento más del imaginario lojano.

Quinara.
. Este lugar, del valle de Piscobamba, en la cercanía de Yangana y Vilcabamba, está asociado en la mente de muchos lojanos con el famoso “tesoro de Quinara”. Cito a continuación a Pío Jaramillo Alvarado. “La noticia de la muerte de Atahualpa fue el grito de alerta para el ocultamiento del oro que se recolectaba o conducía a Cajamarca, en el Perú.

Y la cuantiosa contribución de Quito fue enterrada en el sitio de la hacienda de Quinara, en el valle de Piscobamba”. A través de los siglos, muchas personas se gastaron cuantiosas sumas de dinero en su empeño por dar con el lugar del tesoro enterrado, hasta que “Don Antonio Sánchez de Orellana, propietario de la hacienda Solanda, situada en el mismo valle, fue sorprendido una buena mañana por su mayordomo, quien le llevaba las muestras de unos objetos metálicos encontrados en el derrumbe de un cerro, motivado por riguroso invierno.

Los objetos eran de oro, que en gran cantidad fueron recogidos por este feliz hacendado. El señor Sánchez hizo fundir en un gran crisol esos objetos de oro y con las barras de ese metal se trasladó con su familia a residir en Quito, y luego compró el marquesado que se tituló Solanda, en grato recuerdo de su hacienda lojana” (Pío Jaramillo Alvarado). Ésta es la versión que prevalece acerca del legendario tesoro de Quinara.

Vilcabamba.

Con esta palabra de origen quichua (“valle sagrado”) se designa el valle y el pueblo lojano de mayor renombre internacional. El valle no es muy extenso –ninguno de los valles lojanos lo es– pero ciertamente es el más encantador de la Provincia, por su belleza natural y por su clima moderado, aun reconociendo que hay otros valles muy atractivos también, como Malacatos, Catamayo, Piscobamba, Casanga, Sozoranga. El pueblo se enorgullece de su bonita plaza central y de su iglesia de frontispicio alegre. Sus casas son de perfil bajo y tienen ese aire tradicional y antiguo característico de muchos pueblos lojanos.

Por los años cincuenta, Vilcabamba era tenido por un lugar bonito y tranquilo, de ambiente seco y tibio, y no mucho más, adonde la gente de recursos salía a menudo de excursión desde la ciudad, o simplemente de paso para abastecerse de algunas provisiones antes de dirigirse a sus quintas o estancias.

Pero después, de los años setenta en adelante, este pueblo y este valle adquirieron nombradía nacional e internacional debido a la presunta longevidad de su gente, una vez que un artículo de un científico norteamericano, publicado en la National Geographic en 1973, introdujera a Vilcabamba y a sus habitantes al mundo. Numerosos investigadores y reporteros, del país y de fuera, se acercaron entonces a Vilcabamba, para estudiar e informar sobre los razones de la notable conservación de sus moradores.

Unos opinaban que el secreto estaba en su dieta, rica en anti-oxidantes naturales (legumbres, frutas, tubérculos y yerbas) y exigua en grasas. Otros, en su estilo de vida, sin mayores inquietudes, sin estrés, con el ejercicio normal que suponía el trabajo rutinario en el campo, hasta bien avanzada la vejez. Otros más, consideraban que la clave estaba en los minerales coloidales que desde las montañas acarreaban los riachuelos: de esas aguas se proveían los pobladores del valle para beber y cocinar. Y aún otros, juzgaban que un factor fundamental era el óptimo clima: templado y estable. Y otros, por fin, valoraban muy positivamente el respeto y el buen trato que la gente mayor recibía de su reducida comunidad.

Fueron llegando también, desde diversas partes del mundo, los visitantes curiosos, unos sólo en plan de fisgoneo, otros en busca de la fuente de la juventud… Había inclusive quienes pasaban meses enteros en ese poblado o en sus alrededores, donde podían practicar un modo de vida relajado, lejos del mundanal ruido, disfrutando la belleza natural del entorno y quizás, según se dice, también las estimulantes propiedades de algunas yerbas y plantas de la comarca… Llegaron, a la vez, los traficantes oportunistas, que hicieron dinero vendiendo productos dietéticos derivados, supuestamente, de frutas y vegetales cultivados en el famoso valle. Asimismo, la literatura ha querido investigar, a su manera, este tema. Eliécer Cárdenas escribió una entretenida comedia, Morir en Vilcabamba (1988) –en que se enfrentan Cantinflas y Richard Burton– para hurgar en asuntos virtualmente intocados por los expertos y los periodistas, tales las lamentables condiciones de vida de algunos moradores de este afamado lugar.

Actualmente, el pueblo de Vilcabamba ofrece muchas facilidades al visitante, en hospedaje, restaurantes, comunicaciones y demás, pero mantiene aún el aire de un lugar tranquilo y seductor, que no ha sufrido todavía los excesos del desarrollo, aunque sí acusa la creciente presencia de extranjeros, que han llegado a radicarse en ese pequeño paraíso de la Provincia de Loja.

Por Gerardo Luzuriaga Arias