EL ALTO COMISIONADO PARA LOS DERECHOS HUMANOS

Poco después de aprobada la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948, varios países de América Latina sugirieron establecer una autoridad ejecutiva internacional dentro de la estructura de la ONU, a cuyo cargo se encontraría el permanente examen de la situación mundial sobre la materia, a fin de recomendar medidas de estímulo o correctivas, según fuere el caso, todo ello encaminado a dar contenido y vigencia a la Declaración Universal.
Surgió así la iniciativa de crear una Alta Comisaría de la ONU para los Derechos Humanos.

Las controversias que proliferaron en el ámbito mundial, como secuela de la Guerra Fría que comenzó poco después de concluida la Segunda Gran Guerra, impidieron que dicha iniciativa pudiera concretarse. Lamentablemente, el tema de los derechos humanos se politizó hasta el punto de que las posiciones de los dos bloques en que se había dividido el poder global se volvieron antagónicas, inclusive en esta materia, lo que indujo a tales bloques a olvidar la importancia esencial de los derechos humanos y a usarlos como arma política.

La caída del muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética pusieron fin a la Guerra Fría. Se dieron entonces las condiciones necesarias para reunir en Viena, en 1993, la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos, uno de cuyos objetivos fue examinar la forma en que se había aplicado la Declaración Universal, a fin de adoptar medidas para fortalecer los principios en los que ella se fundamenta y perfeccionar las instituciones creadas para llevarla a la práctica. Al término de la Conferencia fueron aprobados una Declaración y un Plan de Acción en los que se recomendó a la Asamblea General de la ONU examinar la posibilidad de crear la función de Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, lo que abrió las puertas al examen de esta aspiración pospuesta por más de cuarenta años. El análisis del tema correspondió a laTercera Comisión de la Asamblea General de la ONU. Su presidente, considerando la exitosa participación del Ecuador como miembro del Consejo de Seguridad en el bienio 1990-1991, me pidió dirigir el grupo de trabajo establecido para dar seguimiento a la recomendación aprobada en Viena.

Coincidentemente, el Secretario General Boutros Ghali me había hecho una petición similar en relación con la reforma y democratización del Consejo de Seguridad
de la ONU, tema en el que el Ecuador había venido trabajando por algún tiempo. A pesar de esto último, acepté el primer encargo, dado su incomparable contenido
humanista. Para el efecto, pedí la colaboración de los embajadores de Polonia, India y Brasil, con quienes preparamos una hoja de ruta para afrontar las dificultades que conocíamos de sobra y que habían impedido por más de cuarenta años que se pudiera llegar a un acuerdo para crear la referida función de Alto Comisionado. Dirigí los trabajos inspirado en dos consideraciones fundamentales: había que ser tolerante porque los estados miembros tenían divergencias que, puestas de lado las motivaciones ideológicas o políticas, respondían a las culturas y religiones diferentes y, al mismo tiempo, había que demostrar toda la firmeza necesaria para que los estados miembros de la ONU actuaran en el seno del grupo de trabajo, teniendo en cuenta la necesidad de cumplir con la decisión unánime de la Conferencia de Viena, sin introducir en el debate el espíritu de divergencia que normalmente se hace ostensible en la ONU cuando la Asamblea General analiza una agenda de más de 200 temas distintos.

El resultado alcanzado sorprendió a todos. En algo más de tres semanas estábamos ad portas de alcanzar un consenso. Sobre tal base, la Embajadora de los Etados Unidos Madeleine Albright, quien después sería Secretaria de Estado, consideró que no se debía prolongar más el debate y presentó un proyecto de resolución para formalizar los entendimientos alcanzados, iniciativa que en lugar de alcanzar su objetivo podía convertirse en un problema adicional al provenir de un país que muchos de los miembros de la ONU consideraban una “potencia imperialista”, cuyas propuestas debían, en principio, ser cuestionadas, si no rechazadas. Mis conversaciones privadas con la Embajadora norteamericana no lograron disuadirla de su propósito, de modo que no tuve otra alternativa que, en una reunión del plenario del grupo, manifestarle públicamente que su proyecto de resolución era inoportuno e inconduscente. Terminé exhortándola con firmeza para que lo retirara, cosa a la que la Embajadora tuvo que acceder de mala gana. Días después, resueltos los problemas que aún habían subsistido, el grupo de trabajo aprobó por consenso el proyecto que después fue sacramentado por la Asamblea General en su resolución A 48/141, de 20 de diciembre de 1993.

Nació así la función conocida con el nombre de Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, que habría de ser encargada a una “persona de intachable reputación moral e integridad personal, que tuviese (sic) la experiencia, incluso en la esfera de los derechos humanos, y el conocimiento general y la comprensión de diversas culturas necesarios para el desempeño imparcial, objetivo, no selectivo y eficaz de las funciones de Alto Comisionado”. Generosamente, los distintos grupos regionales de la ONU me pidieron aceptar la designación de Primer Alto Comisionado.

Cuando, a instancias de dichos grupos, así me lo propuso formalmente el Secretario General Boutros Ghali, le respondí afirmativamente, pero señalé que declinaría tal candidatura si en la elección pertinente hubiese un solo voto de abstención o en contra. Consideré para asumir tal actitud que la importancia, amplitud y complejidad de las nacientes funciones eran tantas que exigían y volvían indispensable el apoyo político mundial de la comunidad de naciones. La elección, el 31 de enero de 1994, fue por unanimidad. Renuncié entonces a mi profesión de diplomático al servicio exclusivo del Ecuador y viajé a Ginebra en el mes de abril para asumir mis obligaciones internacionales. ¡Una semana después tuve que volar a Ruanda para afrontar la primera misión de mi nueva oficina: el horrendo genocidio en el que fueron asesinados cerca de un millón de personas…!

DR. José Ayala Lasso