Juan Montalvo: siempre vigente

Autor: Fausto Jaramillo Y. | RS 62

La definición de una identidad propia mueve a los pueblos y a las naciones.

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Factores genéticos, económicos y sobre todo culturales participan de esta identidad. En el caso de los pueblos serán una historia común, raza compartida, religión mayoritaria, idioma de todos, costumbres similares que se repiten hasta convertirse en una verdadera cédula de identidad de un pueblo.

Muchos escritores han intentado definir la identidad de los ecuatorianos. Por ejemplo, nos han dicho que somos amables, solidarios, serviciales, hay quienes dicen que somos, o al menos, fuimos, trabajadores honestos y honrados; pero entre estos calificativos no consta uno que, si aparece en todos los ecuatorianos y es la del olvido selectivo.

Parecería que como pueblo padecemos de un Alzheimer colectivo que nos lleva a recordar nombres, hechos y personajes del pasado reciente, mientras olvidamos aquellos otros que, sin embargo, forjaron la historia de nuestro país.

Por supuesto, hay casos excepcionales en que recordamos los nombres como el del primer presidente: Juan José Flores; el del caudillo conservador Gabriel García Moreno y el de Eloy Alfaro como el jefe de las montoneras manabitas que impusieron el liberalismo en el país; pero, si averiguamos a un joven que ahora circula por nuestras calles, sobre la obra de estos mismos personajes, los resultados dejarían mucho de desear.Entre estos personajes consta Juan Montalvo, el ambateño al que todos lo recordamos por una frase: “mi pluma lo mató” expresada por él, luego de conocer el asesinato del presidente García Moreno; pero, muy pocos serán los que lo conocen de verdad, Su vida y de su obra permanece en la oscuridad del pasado impidiendo conocer su verdadera dimensión.

Juan María Montalvo Fiallos 
Nació en Ambato, el 13 de abril de 1832, y murió en París, el 17 de enero de 1889. De sus 57 años de vida, 19 años y meses los vivió desterrado y perseguido por sus ideas puestas políticas que las puso de manifiesto en sus furibundos escritos contra los tiranos Ignacio de Vintimilla y García Moreno. Es que resulta imposible pensar que un liberal como él pudiera aceptar las medidas populistas y violentas de cualquier caudillo. Su pensamiento liberal estaba fuertemente marcado por el anticlericalismo y amor a la libertad, cosas que molestaban a los tiranos de antes, tanto como molestan a los de ahora.

Admirado por escritores, ensayistas, intelectuales de la talla de Jorge Luis Borges y de Miguel de Unamuno, Montalvo fue un escritor tan grande como para merecer el calificativo de Maestro, y es gracias a él, que hoy en día, rendimos homenaje a los maestros ecuatorianos. Murió en París a causa de una pleuresía. Su cuerpo fue embalsamado y se expone en un mausoleo en su ciudad natal Ambato.

Infancia y formación
Fue su padre, don Marcos Montalvo, hijo de un inmigrante andaluz, que se dedicaba a los negocios ambulantes. En Quinchicoto, cerca de Ambato, conoció a doña Josefa de Fiallos Villacrés, con quien se casó el 20 de enero de 1811. La pareja tras un tiempo se trasladó a Ambato, ciudad en la que don Marcos llegó a destacarse. ​ Tuvo siete hermanos: Francisco, Javier, Mariano, Alegría, Rosa, Juana e Isabel. Su niñez transcurrió no solo en su casa, sino también en la cercana quinta familiar de Ficoa. En 1836 sufrió de viruelas y quedó con el rostro marcado. A los siete años fue a la escuela. ​ En 1843, cuando tenía once años, su hermano Francisco fue arrestado, encarcelado y desterrado por enfrentarse políticamente a la dictadura de Juan José Flores. En 1845, su hermano regresó de su destierro en Perú, y lo llevó consigo a Quito a continuar sus estudios. Sus dos hermanos mayores, Francisco y Francisco Javier, le orientaban e influían en su gusto por las letras, aparte de haberle creado, cada uno con su prestigio, un ambiente favorable en el mundo de sus estudios. ​



Entre 1846 y 1848 empezó a estudiar gramática latina en el colegio San Fernando. Posteriormente estudió filosofía en el seminario San Luis, donde recibió el grado de maestro, ​ y después ingresó a la Universidad de Quito para estudiar Derecho, no porque quisiera ser abogado, sino porque entre las profesiones de entonces (medicina, leyes y teología) esta le era la menos desagradable.

En 1853 el presidente Urbina decretó la libertad de estudios en colegios y universidades. Por las nuevas regulaciones, Montalvo se vio privado de su cargo de secretario en el colegio San Fernando y además fue impulsado a abandonar su carrera de Derecho tras haber aprobado solamente el segundo curso. Así, decidió volver a Ambato.

En el ambiente melancólico de su casa (sus padres y su hermano mayor para entonces habían fallecido) se concentró en el enriquecimiento de su formación de autodidacta, acostumbrado a tomar notas de sus lecturas en cuadernos que se conservan.​ Estudiaba gramática española y tratados de carácter idiomático.

Primer viaje a Europa
Durante el gobierno de Francisco Robles, Montalvo fue nombrado adjunto civil a la legación ecuatoriana en Roma. En buena medida este nombramiento se dio gracias a las diligencias de su influyente hermano, el doctor Francisco Javier Montalvo. ​

A mediados de julio llegó a Francia. Aunque el asiento de sus funciones de adjunto civil era Roma, Montalvo se quedó seis meses en París, por causas ajenas a su voluntad. Ahí conoció a don Pedro Moncayo, diplomático ecuatoriano, quien le brindó facilidades para su estímulo intelectual, y le presentó a celebridades francesas tales como Lamartine y Proudhon. ​ Desde enero hasta agosto de 1858, mantuvo correspondencia con su hermano Francisco Javier destinada a su publicación en el semanario quiteño La democracia, que este último dirigía. Estos escritos, que conformaron una porción muy importante de su futura revista El Cosmopolita, no fueron bien recibidos en el Ecuador. ​ Durante esta etapa en París, Montalvo se volvió melancólico, pues extrañaba su provincia. En Los proscritos, ensayo aparecido en El Cosmopolita, escribió: La nostalgia consiste en un amor indecible por la patria y un profundo disgusto del país en que se está…, es un deseo de llorar a gritos al mismo tiempo que eso es imposible. ​ También se acentuó su misantropía por hallarse en un medio extraño e indiferente. Su permanencia en París duró tres años, durante los cuales se dedicó a sus estudios, los contactos con personalidades, los paseos urbanos de observación provechosa, la elaboración de páginas literarias, varias aventuras amorosas y breves tareas de oficina. Asimismo, durante este tiempo se le manifestó un agudo reumatismo, cuyos efectos le acompañaron durante el resto de su vida.
Dejó Francia y en enero de 1858 se hallaba en Italia. Visitó Roma, disfrutó mucho su visita a Florencia, e igualmente memorables le resultaron sus impresiones de Nápoles, Sorrento, Pompeya y Venecia. De Italia viajó a España, y especialmente le agradó Andalucía; visitó Granada y Córdoba, disfrutando de la arquitectura musulmana de la Alhambra y el Generalife.​

De Granada regresó a París, atravesando La Mancha, donde constató la miseria en que se hallaba la región en ese entonces.

Retorno al Ecuador y exilio
Regresó al Ecuador debido a la inestabilidad de los gobiernos y la agitación política, pero también por la artritis que lo aquejaba. Cuando llegó, en 1859, el país era gobernado por García Moreno. Lo primero que hizo fue escribirle al presidente una larga carta, un tanto discursiva, pero cargada de admoniciones y amenazas. ​A finales de 1861 colaboró en la revista literaria El Iris de Quito.

El 3 de enero de 1866, después del primer período presidencial de García Moreno, publicó El Cosmopolita, revista de carácter político-literario editada en Quito en 40 páginas, cuyas siguientes entregas siguieron apareciendo hasta enero de 1869.

Luego de la publicación de esta revista, viajó a Colombia, donde escribió gran parte del resto de su obra; no sin antes, en 1865 comenzar sus amores con María Adelaida Guzmán, con quien contrajo finalmente matrimonio en Ambato el 17 de octubre de 1868 y con ella, tuvo dos hijos. ​

En 1867 editó El Precursor del Cosmopolita y al año siguiente comenzó a cartearse con Eloy Alfaro y polemizó con Juan León Mera, publicando en su contra dos folletos: El Masonismo Negro y Bailar Sobre las Ruinas. ​

En 1869, cuando García Moreno impulsó la llamada “Carta Negra”, Montalvo decidió expatriarse, temiendo por su vida. Acudió a la embajada de Colombia, y ni bien recibió su pasaporte para abandonar el país, partió la mañana del 17 de enero de 1869 rumbo a Ipiales junto a otros dos exiliados: Mariano Mestanza y Manuel Semblantes.

La familia Arellano del Hierro, de Tulcán, recomendó a Montalvo ante el doctor Ramón Rosero, de Ipiales, para que le acogiera en su hogar; Posteriormente fue recomendado a la señora Filomena Rojas. Durante su estadía en Ipiales, recibió la primera carta de Eloy Alfaro desde Panamá, invitándolo a acompañarlo. Pronto fraternizaron y Alfaro le instaló cómodamente; le compró pasaje para Francia, le dio una suma de dinero para las primeras semanas de permanencia en aquel país y le prometió extenderle las ayudas que en lo posterior llegara a solicitarle.

Llegado a la capital francesa, su interés inmediato fue establecer conexiones con las personas que quizás se hallaban en disposición de ayudarle, pues desde su destierro cayó en una situación de apremio; había salido del Ecuador con pocas pertenencias y le era imposible obtener ingresos seguros y periódicos. Regresó a Panamá, rumbo a Ipiales. Y aunque ahí le faltó dinero para continuar su viaje, Alfaro nuevamente acudió en su ayuda. Montalvo lo relata de la siguiente manera:
Entre los nombres que han de bendecir por cuenta mía, está el de Eloy Alfaro, joven apenas conocido para mí, amigo nunca. Tan luego como supo el trance en que me hallaba, se me vino por sus pasos, y me tranquilizó con la más exquisita delicadeza. Y no contento con traerme un billete de pasaje de primera clase, me ofreció una letra para Barbacoas de la suma que yo quisiese, la cual rehusé, porque en esa ciudad me esperaba otro amigo, otro hermano. ​

Una vez en Ipiales decidió continuar hacia Perú, donde se encontró con José María Urbina, desterrado por García Moreno. Ahí buscó fomentar la oposición contra el gobierno de Quito, ​pero no tuvo éxito, y frustrado, regresó a Ipiales.

Durante su destierro redactó varios libros, tales como El bárbaro de América en los pueblos civilizados de Europa, El libro de las pasiones, Diario de un loco, De las virtudes y los vicios y Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. ​

La dictadura perpetua inspiró a un grupo de jóvenes liberales (Roberto Andrade, Manuel Cornejo, Abelardo Moncayo y Manuel Polanco) a asesinar a García Moreno, el 6 de agosto. Sin embargo, el más notorio autor del magnicidio fue un hombre ajeno a los conjurados, el mercenario colombiano Faustino Lemos Rayo. Al enterarse de la noticia, Montalvo afirmó: “no ha sido el machete de Rayo, sino mi pluma quien le ha matado”, una frase muy conocida pero que poco tenía de realidad.​ Poco después publicó el ensayo El último de los tiranos.

En mayo de 1876 de manera voluntaria y con el socorro económico de sus amigos liberales, Montalvo regresó al Ecuador.

En Quito publicó el folleto Del Ministro de Estado por medio del cual atacó y ocasionó la renuncia de Manuel Gómez de la Torre, Ministro de Gobierno del presidente Antonio Borrero. El 22 de junio apareció el primer número de la revista El Regenerador, cuyo último número se publicó el 26 de agosto de 1878. El 9 de julio organizó la que se denominó “Sociedad Republicana” y en su discurso inaugural exaltó la importancia de la Internacional y propuso algunos de sus principios. Dijo:

El objetivo (de la Internacional) es honesto, es moderado; los medios de que se vale son lícitos; sus anhelos plausibles. La organización del trabajo, la correspondencia de honorarios y salarios con oficios y obras; la libertad revestida del derecho, sofrenada por el deber y otros fines semejantes, son los de esa asociación que está rebosando en Europa…La Internacional reconoce el principio de propiedad, no quiere sino que las clases laboriosas no malogren su trabajo y la industria tenga sus leyes a las cuales se sometan la ociosidad y el lujo. Esta sociedad no es perseguida por la fuerza pública; los enemigos del pueblo están gritando contra ellas, cierto: Pero ¿qué autoridad tienen para la democracia las alharacas de Napoleón III y de Bismarck?​

Dejó transitoriamente la ciudad para descansar en una propiedad de sus hermanos, cercana a Baños. Pero pronto fue llamado por Eloy Alfaro, quien había llegado a Guayaquil a preparar un pronunciamiento contra el gobierno de Borrero. Así, el 6 de septiembre del mismo año llegó a Guayaquil y fue recibido por una entusiasta multitud. Montalvo, hombre de letras fue incapaz de hablar en público, y más bien prometió un agradecimiento mediante la palabra impresa, que, en efecto, circuló entre los guayaquileños al día siguiente. ​ Y aunque Montalvo ese día había conseguido verse lisonjeado públicamente, su alegría no duró mucho, pues Ignacio de Veintemilla se proclamó dictador el 8 de septiembre. Sus amigos le prevenían del riesgo que corría bajo el nuevo gobierno, pero Montalvo no podía exiliarse, pues no contaba con suficientes recursos económicos.

En los comicios de 1877 fue elegido diputado por la provincia de Esmeraldas, pero no asistió nunca a las Cámaras. ​ Tras un tiempo, finalmente partió hacia Ipiales, donde vivió preocupado y pendiente de su seguridad. ​ En poco más de un mes viajó a Panamá, con la intención de publicar Las Catilinarias. Cuando después de 3 meses regresó a Ipiales, de inmediato se empeñó en acciones concretas de agitación popular y de levantamiento armado contra la presidencia de Vintemilla. En esa ciudad fronteriza se detuvo más de doce días, antes de encaminarse a Tumaco y de ahí a Panamá, donde permanecería por un tiempo indefinido. ​ Para este entonces, la relación que tenía con su esposa se quebrantó por completo por el estilo de vida que Montalvo llevaba y por su desentendimiento en las obligaciones familiares. ​

Eloy Alfaro le había anunciado únicamente que su viaje a Europa no admitía ya dudas; junto con José Miguel Macay, su próspero socio financiero, se comprometió a ayudarle económicamente y a vigilar la edición de sus folletos. Finalmente, Montalvo viajó a París con el deseo de editar su obra Siete tratados.
Tercer viaje a Europa

Estaba orgulloso de sus Siete tratados y deseaba publicarlos de la forma más lujosa posible. Pero no logró reunir el dinero que demandaba el proyecto, hasta que consiguió el auspicio del empresario José Joaquín de la ciudad de Besançon. Cuando fueron publicados sus Siete tratados, Montalvo fue reconocido y elogiado por varios críticos europeos, aunque solo en el ámbito de la cultura hispana o hispanistas de París. ​ Ansioso por conquistar la fama en España, Montalvo armó inmediatamente un viaje a Madrid, y llegó a la ciudad el 2 de junio de 1883.

Se instaló en el mejor hotel de aquellos años: el Hotel París, ubicado en la Puerta del Sol. Muchos hombres de letras fueron a visitarle o le invitaron a encontrarse con ellos: Gaspar Núñez de Arce, Jesús Pando y Valle, Marcelino Menéndez Pelayo y Manuel del Palacio, además de Juan Valera, Emilia Pardo Bazán, Leopoldo García Ramón y Carlos Gutiérrez, a más de dos figuras italianas: Cesare Cantù y Edmundo de Amicis. Sin embargo, los Siete tratados no fueron bien recibidos por todos; la Iglesia en el Ecuador, a través del arzobispo de Quito monseñor José Ignacio Ordóñez, mostró su descontento con la obra. El 19 de febrero de 1884 el arzobispo reprobó y condenó los Siete tratados por medio de una carta pastoral. Pronto Montalvo respondió al clérigo por medio de su libro Mercurial eclesiástica, escrito con pasmosa fuerza de improvisación y lleno de ataques violentos contra Ordóñez y la Iglesia. Por ese motivo, el arzobispo Ordóñez viajó a Roma con la intención de conseguir del Papa la prohibición de su lectura, y en poco tiempo León XIII incluyó a los Siete tratados en el Índice de libros prohibidos.

​ Más tarde, en 1886, Montalvo empezó la publicación de El Espectador, libro compuesto de tres volúmenes, cada uno de los cuales contenía diecisiete, diecinueve y nueve ensayos cada uno.​ En París, su salud se deterioró de manera brusca debido al mal clima: un fuerte aguacero lo sorprendió mientras regresaba de la casa editorial donde había corregido ciertos detalles del tercer volumen de El Espectador, y contrajo neumonía.

Últimos días
En los días siguientes los síntomas de su enfermedad fueron empeorando y Montalvo cayó prácticamente en la indigencia. Durante ese largo tiempo de padecimientos frecuentemente le visitaron Agustín L. Yerovi y Clemente Ballén. Los detalles testimoniales del doctor Agustín Yerovi, sobre este hecho, son los que siguen: La operación que sufrió Montalvo horroriza. Consistió en levantar dos costillas de la región dorsal, después de cortar en una extensión de un decímetro, las partes blandas de esa región; dar la mayor dilatación a la herida, mediante pinzas que recogen carnes sangrientas, y luego colocar algo como una bomba, que tiene el doble objeto de aspirar los productos del foco purulento, e inyectar líquidos antisépticos; es decir: algo como fuego. -Todo esto duró cosa de una hora; mientras tanto, el enfermo no había exhalado una queja, ni contraído un músculo. La actitud serena y hasta majestuosa, interesó a los médicos, practicantes y espectadores. Uno de ellos exclamó: Montalvo también fue sometido a una operación de apostemas en la garganta. Al terminar el largo proceso operatorio, el cirujano advirtió que había evidencia de que el foco infeccioso había invadido otros puntos del organismo, y que no había otra opción que dejar abierta la herida para ir drenando periódicamente el líquido purulento. Esa herida quedó abierta hasta su muerte. ​ Montalvo comprendió que su fin se aproximaba y pidió ser conducido a su casa de la rue Cardinet n.º 26 donde dijo: “Solo siento que toda mi vida se concentra en mi cerebro. Podría componer hoy una elegía como no la he hecho en mi juventud”​ Llevaba en el costado una herida que a propósito mantenían abierta los médicos; habían practicado en su garganta una operación difícil y dolorosa; muy a pesar de todo ¡Con qué afán arreglaba los puños de la camisa de dormir para ocultar sus pobres muñecas! Luchaba con rabia contra la enfermedad: no quería morir.

El doctor Agustín L. Yerovi habría de contar que el 15 de enero de 1889, Juan Montalvo le llamó a su lecho para manifestarle sus últimos deseos (entre ellos el ser enterrado en París); ​ el 16 de enero comenzó a agonizar, el 17 de enero pidió a su ama de llaves que lo vistiera con su traje negro y con frac y le pidió que tratara de comprar un puñado de claveles para su féretro. Fueron sus últimas palabras. La colonia ecuatoriana costeó sus funerales que fueron solemnes y en la iglesia de San Francisco de Sales. Durante el régimen liberal se repatriaron sus restos embalsamados a Guayaquil, y el 12 de julio de 1889 fueron enterrados en el cementerio de la ciudad, donde permaneció hasta el 10 de abril de 1932. Al día siguiente de su exhumación se trasladaron a Ambato, a donde llegaron el 12, para reposar desde entonces en su mausoleo. En 1895 se publicó de manera póstuma en Francia Capítulos que se le olvidaron a Cervantes; y luego, en 1902, sus amigos pusieron en circulación su Geometría Moral.

La inmensa obra de Montalvo está ahí, al alcance de quien la quiera leer; sin embargo, su nombre es más grande que sus escritos y, por eso, hoy lo recordamos sin valorarlo. El día del Maestro debería ser un momento propicio para acercarnos a sus ideas y comprender que existen ecuatorianos que aman la libertad hasta el punto de sacrificar su vida y su seguridad, con la esperanza de que los cantos de sirena de tiranos y populistas no sean escuchados por los oídos de nuestro pueblo.