Narco terror

La explosión en el barrio Cristo del Consuelo en Guayaquil, este domingo, fue el cuarto atentado terrorista con uso de explosivos, en los últimos 10 meses. El crimen organizado cobró, esta vez, cinco vidas más.

La escalada de la violencia no debería ser novedad para el Gobierno del presidente Guillermo Lasso, quien desde el inicio de su periodo hablaba de recobrar las calles y no ceder ante las evidentes y crecientes presiones del narcotráfico.

La brutal respuesta en las calles dejó de ser “ajuste de cuentas” entre bandas delincuenciales y pasó al territorio del terror, cobrando vidas inocentes, destruyendo propiedad pública y privada, y enviando un mensaje claro a ciudadanos y autoridades.

No hay ejemplos en la región que nos permitan ver el camino a seguir. Colombia logró pacificar sus urbes, pero el brazo político del terror de décadas pasadas hoy opera desde la Casa de Nariño, y las fronteras nunca se recuperaron.

En ciudades como Tijuana, México, ocurren siete asesinatos por día, similares casos hay en Guatemala, Brasil, Venezuela, Nicaragua…

En Ecuador, el conflicto recién empieza y el Gobierno debe asumir su responsabilidad en minimizar la pérdida humana y sembrar para el futuro. Esto requiere políticas de Estado dirigidas a crear oportunidades para los jóvenes que no creen que existen para ellos.

La respuesta al terrorismo debe ser tan agresiva como sus consecuencias pero, también, desde la humanidad y la compasión. Sicarios, asesinos, extorsionadores y terroristas son tan producto de nuestra sociedad como cada uno de nosotros; y nos corresponde asumirlo para enfrentarlo y enmendar.