Sobran cosas buenas que destacar alrededor del Festival Internacional de las Artes Vivas de Loja. Su organización ha sido un ejemplo de colaboración entre el gobierno central y las autoridades locales, reflejado en una inversión de más de un millón de dólares —más de la cuarta parte, a cuenta del Municipio—. La agenda de eventos es amplia, variada y de altísima calidad, fiel a la sólida raigambre que han tenido el arte y la cultura en Loja. Merece también un justo destaque la hábil gestión de los organizadores a nivel internacional, que permite que el festival cuente también con oferta extranjera a la altura de los mejores escenarios del mundo. Todos estos encomiables aciertos ayudan, con una bien lograda edición más, a consolidar poco a poco al FIAVL como una pieza permanente y tradicional del acontecer cultural del país.
En los tiempos actuales —tras los crudos efectos que tuvo la pandemia del COVID-19 en la economía del país— esto constituye también una esperanzadora apuesta en la reactivación. La inversión pública en cultura se ha visto reducida en los últimos años y el sector artístico ha sido uno de los más golpeados, tanto por la pandemia como por el sinceramiento forzoso que ha experimentado la economía del país. Así, esfuerzos como este invitan a mantener el optimismo.
No obstante, quedan también valiosas lecciones. Montar una oferta de primera es una parte; la otra, igualmente importante, es convocar al público y atraer al turismo. Si es que esta vez hubo problemas en ello, la próxima, con divulgación apropiada y coordinación con otros sectores, habrá que hacerlo mejor.