La protesta y el consenso

El 10 de Agosto de 1809 un grupo de ciudadanos se rebeló ante el curso que parecía imponer la historia. Sin que encontrasen otra manera de avanzar, tomaron las calles, se hicieron del poder político e iniciaron una transformación radical que, con altos y bajos, tomaría décadas.

Ecuador nació al calor de las protestas y los alzamientos, y resulta inevitable que, por momentos, el propio sistema se haya malacostumbrado a esperar a que los ciudadanos salgan a las calles para prestarles atención.

Los ecuatorianos conocen de cerca las manifestaciones y protestas callejeras que, contrario a lo que se esperaría de un país que intenta progresar, en lugar  de  tornarse pacíficas, recrudecen.

Acompañan a esta forma -a veces legítima- de protesta factores externos que empujan al desfogue popular causado por el sofocante sistema que beneficia a pocos. Varios grupos sienten la apremiante necesidad de recordarle al país su existencia y, aunque sea a gritos, sus necesidades y propuestas.

Cuando el diálogo no existe porque ha sido reemplazado por gritos en lugar de acuerdos, la protesta es legítima y necesaria. Sin embargo, pierde todo sentido hacerlo con la ilegal intención de destruir infraestructura, despilfarrar recursos públicos y coaccionar burócratas. Manifestaciones con decencia, dignidad y paz, que escuchen al ‘otro’ tanto como vociferan lo propio, es lo mínimo que espera el país de una jornada como hoy. Todo lo demás debe ser compentencia de las autoridades de control y la justicia.

FRASES DEL DÍA

«A cada sociedad le tocan los criminales que se merece.”

Val McDermid (1955)
Escritora escocesa

«Lo más caro del mundo es ser pobre.”

Carlos Monsiváis (1938-2010)
Escritor mexicano