Esta incertidumbre también pasará

El pesimismo extremo, la pasión por la catástrofe, es algo a lo que los ecuatorianos ya deberíamos estar acostumbrados y no tomar demasiado en serio. Cada uno de los más recientes mandatarios que ha tenido el país llegó al poder bajo la amenaza de que sin él el país se iría al despeñadero; cada uno, asimismo, terminó su mandato con la oposición asegurando que el apocalipsis nacional era inminente y virtualmente inevitable. Ante dramáticos hechos recientes, como la pandemia de COVID-19 o el paro de junio de 2022, abundaron también los profetas fatalistas que auguraban el fin del país. Esa ha sido la tónica de nuestra historia, pero para estas alturas ya deberíamos tener claro que el miedo es mal consejero y que Ecuador es más resiliente y sólido de lo que creen los aficionados a la clarividencia.

Este momento, el pesimismo económico amenaza con apoderarse del país. La desaceleración de varios sectores y un descenso en el consumo invitan a muchos a pensar que un futuro sombrío se avecina. Sin embargo, vale recordar también que la economía ecuatoriana no se sostiene en inversiones puramente especulativas y que, aunque en términos relativos siga siendo pequeño, en términos absolutos el mercado ecuatoriano es mayor y más sólido de lo que nunca ha sido. La gente y la infraestructura sigue allí; una vez que termine la incertidumbre típica de toda elección y que se aclaren las expectativas sobre El Niño, lo usual será que la economía retorne a la normalidad.

No es correcto instigar el pánico económico como herramienta de campaña, peor cuando el país se ve obligado a acudir tan frecuentemente a las urnas.