Detrás de cada gran batalla cívica, de cada lucha por un derecho del que después se beneficiará toda la ciudadanía, suelen estar personas de carne y hueso, con nombre y apellido. En Ecuador, el derecho a un final digno pasará a la historia como una conquista de Paola Roldán. Desde el más oscuro rincón del dolor y de la enfermedad, la valiente quiteña fue capaz de hacer suya la causa de tantos ecuatorianos condenados a un sufrimiento cruel y estéril.
No hay por qué celebrar el que una vida alcance su ocaso de forma prematura y tormentosa, pero sí es motivo de respeto que, por medio de la sana y transparente deliberación, la sociedad avance en el camino de la sensatez. El titánico esfuerzo de Roldán, el equipo de juristas que la acompañó, la empatía ciudadana confluyeron en un fallo de la Corte Constitucional cargado de razón, humanidad y generosidad ante el sufrimiento. A partir del caso de un individuo, se ha podido generar jurisprudencia en la que miles más podrán ampararse y gracias a la cual muchos otros ya no tendrán que elegir entre el dolor intolerable y la muerte clandestina. Ha triunfado el derecho de cada ser humano a determinar su destino y a aferrarse a la dignidad hasta las últimas consecuencias.
La familia de Paola Roldán merece ahora la solidaridad de toda la sociedad ecuatoriana. Con el paso de los años, su hijo será capaz de entender la magnitud de la lucha que su madre encabezó, en nombre de tantos ecuatorianos marginados y silenciados. Mientras, queda la gratitud de todos nosotros.