El arroz y los verdaderos jefes de la burocracia

A estas alturas, los desafíos que enfrenta el Gobierno no son ya solo problema de Guillermo Lasso, sino también de quien sea que aspire a hacerse con el poder en las elecciones que se avecinan. Si el próximo Gobierno piensa que la debacle de la corta gestión del mandatario actual se debe únicamente a él y sus ministros, entrará intentando tapar el sol con un dedo. Como en toda inmensa organización jerárquica, el funcionamiento del Estado también depende de sus mandos medios —dueños de una descomunal capacidad de agilizar o entorpecer todo—; fue allí donde el régimen de Lasso cosechó su más estrepitoso fracaso.

La Asamblea tenía un claro mandato del correísmo y otros partidos de bloquear toda iniciativa del Ejecutivo. Sin embargo, esa orden no se limitaba solo al Legislativo, sino que alcanzó también a los ministerios y demás estructuras del Estado. Sin un Ejecutivo eficiente, quien termina mandando no es solo el correísmo y su cooptación del Estado, sino distintos intereses económicos, políticos y delincuenciales. El mejor ejemplo de ello es lo que está sucediendo con el arroz.

La pugna con los arroceros fue la primera que debió enfrentar el régimen actual. Sin embargo, todos los supuestos acuerdos y mecanismos que se estipularon desde entonces para sobrellevar la situación, no pudieron ser puestos en práctica por falta de eficiencia administrativa. El caos resultante –con controles de precios, cuotas de importación, especulación, paralizaciones y demás mecanismos propios de estados primitivos— beneficia a intereses oscuros. Desde ya, los candidatos deben tener claro qué harán para destrabar esa burocracia que sirve a intereses oscuros.