Diplomacia bulliciosa

Movido por un erróneo sentido de la transparencia y por sobredimensionar el impacto de la opinión pública nacional en las decisiones de otros países soberanos, el Gobierno nacional se resiste a respetar la sana distancia que debe separar a la política exterior del país de la gestión política interna.

En una reciente entrevista, en un lenguaje que podría malinterpretarse y con el único fin de defender su gestión ante críticas internas, el presidente Guillermo Lasso habló de firmes pedidos en materia de antinarcóticos que hiciera a su par estadounidense, pese a que cuestiones de esa índole suelen manejarse, por elementales motivos de seguridad, con sigilo. Igualmente, diferentes funcionarios del Gobierno han anunciado prematuramente logros aún pendientes —como el acuerdo comercial con México o la fábrica de vacunas con China—, han defendido abiertamente gestiones que usualmente recaen más en el terreno de lo informal —como aquellas que buscan frenar las actividades de un ecuatoriano prófugo residente en el extranjero—, o se han pronunciado sobre acontecimientos en el extranjero con un brío y a una velocidad que, si se tiene en cuenta la tradición diplomática del país con respecto a esas naciones, rebasan la prudencia —como con las protestas en Cuba o la invasión rusa de Ucrania—.

Ecuador, tanto por su composición económica y social como por el tipo de problemas que enfrenta, tiene una estrecha dependencia del mundo exterior, sin importar quién gobierne. En diplomacia sí es mejor, parafraseando al Presidente, trabajar en silencio: hacer mucho, anunciar con recato y, a veces, admitir poco.