Victoria Ocampo, la verdadera aristocracia

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

Victoria Ocampo no tuvo hijos, pero fue la madre cultural de la Sudamérica moderna. Quizás su apellido no nos suene por la lejanía del tiempo o por la injusticia justicialista que con maestra ironía ha hecho perdurar el apellido de su gran enemiga, Eva Perón. Lo cierto es que Ocampo cumplió con creces las tres características de la verdadera aristocracia: Un alto sentido de la ética y la estética y un profundo sentimiento heroico.

Privilegio, élite y aristocracia hoy son malas palabras, porque parecen reflejar a esas familias acomodadas, rancias y sedentarias, incapaces de entender y colaborar con su sociedad. Victoria nació en la cúspide, pero no fue el reflejo de esa visión sesgada y ruin. Recibió una educación espléndida y tres herencias, gastadas en favor de la cultura de nuestro continente. Fundó la mítica Revista Sur, que exportó a los mejores artistas de su tiempo. Luego vino la editorial que traería la obra de los mejores intelectuales a nuestras tierras, antes relegadas del concierto universal. Victoria llevó a Borges y ella nos trajo a Virginia Woolf.

Sin su extraordinario trabajo cubierto de pasión y rigor a partes iguales, los referentes de la modernidad no habrían llegado a tiempo, ni en literatura, ni en fotografía, pintura, escultura, música o arquitectura. Victoria entregó su vida, sus contactos, su dinero y su talento a la construcción de una Latinoamérica menos aislada, chovinista y sentimentaloide, es decir, más culta.

Somos una sociedad mejor después de su paso por ella y ese es el sentido de una élite en la forma en que la ejerció Ocampo y la entendió Ortega y Gasset, su gran amigo. Cuesta encontrar personajes parecidos ahora que se condena todo lo que Victoria representó y las supuestas élites se amodorran y se conforman con estar sin ser.

Hoy le deseo un feliz día, allá donde los días ya no importan.