Soy espejo y me reflejo

Nicolás Merizalde 

Nicolás Merizalde 

Cuando López Obrador comenzó su sexenio, después de varios intentos infructuosos, preferí dejarme llevar por el optimismo. Qué error. Sus últimas declaraciones dan cuenta de la bajeza moral de un político -esos que trapean la palabra- capaces de reducir TODO, hasta la vida humana, a volubles cálculos electorales. 

Pero no seamos injustos, la misma narrativa ha manejado la bancada dizque revolucionaria desde el día del asesinato. Asumiendo que el derramamiento de sangre del adversario no puede tener otro fin que el perjudicar su sacrosanta cruzada y rebajar sus posibilidades de triunfo. Hay pocas actitudes más miserables y, sin embargo, el escándalo público ha sido más difuso quizás porque como buenos mortales somos expertos en ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. 

Detrás de este victimismo patológico sólo podemos entender que se esconde la escasez de argumentos y pruebas de descargo que los liberen de las montañas de acusaciones, investigaciones, sentencias y conexiones que emparentan a sus “mejores perfiles” con la corrupción y el narco. 

Este impasse con México tiene simbolismo precisamente porque de aquel país brotan como plaga los carteles y la narcocultura que nos ha sumido en esta ola de violencia, indolencia y brutalidad. Nuestro país no es el origen, pero no podemos permitir volvernos el fin y el espejo de ese abandono atroz del estado mexicano a sus regiones norteñas, de esa comandancia de facto de las fuerzas del crimen, convertidas en padre, madre, empresa y milicia de zonas empobrecidas, bañadas en sangre, áridas e ignorantes. 

México ha sido siempre un referente para Hispanoamérica desde el cine de oro a su industria musical, pero aceptemos que, en esas frases cansinas de AMLO, podemos resumir y reconocer los peores problemas de nuestro sistema, aquellos que debemos extirpar.