La protesta es democracia

Desde hace unos días Cuba vive una serie de protestas que iniciaron en San Antonio de los Baños. Tales protestas no se vivían en el país con régimen comunista desde el afamado “Maleconazo”, en 1994. Las consignas de los manifestantes son claras, “libertad” y “abajo la dictadura”. El país insular está viviendo su peor crisis económica en 30 años. Si bien es cierto que la situación económica es similar en el resto del mundo, el pueblo cubano se ve aún más afectado por un bloqueo económico iniciado por EEUU que lleva casi 60 años.

El gobierno cubano no tardó en acusar a EEUU de ser quién está detrás para desvincularse de toda responsabilidad. Parece ser ya un cliché de gobiernos latinoamericanos recurrir a injerencias externas para desentenderse del malestar que viven sus ciudadanos. No importa la ideología del país, el culpable está fuera de sus fronteras. El ejemplo más reciente del otro lado ideológico lo tuvimos en Colombia, en donde el gobierno de Iván Duque acusó al presidente venezolano, Nicolás Maduro, de ser el instigador y financista de las masivas manifestaciones vividas en su país. En Ecuador, más de lo mismo, en las manifestaciones que se vivieron en octubre de 2019, nuestro expresidente, Lenín Moreno, acusó también al gobierno “socialista” de Maduro. En ambos bandos se acusan a los manifestantes de vándalos, delincuentes, y de ser solo desestabilizadores sociales, pese a las múltiples pruebas de que gran parte de los actos más vandálicos son causados por infiltrados de los gobiernos para deslegitimar la protesta.

Independientemente del bando ideológico del país en el que se susciten las protestas, la verdad es que no se puede movilizar a un país por simples injerencias externas. Los mandantes latinoamericanos tienen que aprender a escuchar sus demandas, ya que solo responden a un arraigado descontento social, y dejar de tratar de callarlas con represión.

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