¿Qué hacer con el Yasuní?

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

Como muchos ecuatorianos me encuentro en la disyuntiva de no saber qué hacer con las papeletas que nos entregarán en agosto. En particular confieso que lucho con una contradicción interna con la consulta sobre seguir o no la explotación del Yasuní, así que los invito a pasear por mis divagaciones a ver si llegamos a alguna solución.

Como muchos jóvenes yo apoyé la causa de los yasunidos, esperando que la reserva se mantenga intacta en favor del equilibrio ambiental del que todos somos responsables como miembros del colectivo más importante: nuestra especie.

Sin embargo, la historia o mejor dicho los poderes que la escriben se inclinaron por la táctica de los oídos sordos y de aquellos polvos estos lodos. El Yasuní ya no es esa selva virginal y su explotación, mínima dentro de lo que cabe, ha servido para recaudar cerca de mil 200 millones anuales que en una economía empobrecida como la nuestra es agua de regadío y puede que hasta lluvia intensa si el sistema no estuviera tan saturado de corruptelas y apremios ajenos a los intereses generales.

Esto cobra importancia si uno se percata que en medio de la carestía se avecina un invierno crudísimo para la Costa ecuatoriana con repercusiones aún desconocidas. No obstante, existen alternativas que dentro de la lógica del mercado podrían reducir el impacto, aceptando que es difícil por no decir imposible, ponerle precio a la riqueza natural.

Por otro lado, esta semana se publicó un reportaje donde miembros de comunidades aledañas se sentían indignados al ver en peligro la continuidad de la extracció,n porque sus economías se verían profundamente golpeadas y dicen no sentirse representados por los movimientos ecologistas que se adjudican su voz y su nombre con un paternalismo francamente infumable.  ¿Qué hacer? Aún no lo sé, pero lo haré bajo mi nombre, cuenta y riesgo, y el de nadie más.