Para lo que hemos quedado

Jaime López

Que difícil y doloroso resulta eludir todos los días las noticias de lo que nos pasa o de lo que ha pasado en nuestro Ecuador.

Que difícil seguir transitando por el común ejercicio de vivir a plenitud, que es lo que corresponde, si lo que se nos informa sobre la corrupción es que sigue campante y sus ejecutores con su sonrisa sardónica, siguen amenazando destruir lo que nos queda de la estructura espiritual y material de este país.

Increíble, ofensivo y criminal lo que han hecho, por ejemplo, con los centros de entrenamiento deportivo de alto rendimiento, que hoy se desmoronan y se caen en pedazos que por desgracia no alcanzan a sepultar en su derrumbe a sus autores, que están identificados y que esgrimen reflexiones que los dibujan en la historia de la estupidez administrativa de los deportes ecuatorianos que, a pesar de ellos, sigue altivo cosechando preseas porque sus deportistas si comprenden a cabalidad que la gloria no está solamente en llevarse la medalla, sino en abofetear la cara de supuestos dirigentes que solo los acompañan a llegar al podio y no para adquirir víveres e implementos que les  permitan vivir con dignidad.

No es justo permanecer impasibles cuando mendigos sin trabajo y sin vivienda, deambulan por las calles aledañas de edificios supuestamente construidos para que la administración de Justicia y sus departamentos estén ubicados en suntuosas construcciones y luego se enteran que las mismas no sirven, que las llamadas plataformas no son otra cosa que planchas agujereadas donde las tormentas entonan himnos con el ritmo del agua que cae, no de la que sale del sistema técnicamente elaborado. Hemos quedado, entre estas y otras, para gritar con lenguaje grosero y epítetos, que no hay derecho para callarnos, que nuestros hijos y nuestros nietos merecen escuchar el coro inmenso, que dice que aquellos que robaron, que se escudan tras las togas de jueces inmorales, se vayan juntos a donde usted ya sabe, querido lector. Y que cuando nos convoquen, debemos acabar con ellos sin piedad.