¡No! al desprecio

Pablo Balarezo

Quienes gustan ser apreciados imaginan que, su palabra debe ser la única en el espacio requerido para su perorata. Saber escuchar y reflexionar previene malos entendidos, ayuda a descubrir mutuamente los diversos pensamientos y lograr acuerdos con perspectivas positivas. Los seres humanos necesitan, que se preste atención a sus opiniones, pero, infinidad de ocasiones, esta necesidad tan básica no es atendida, por tanto, queda insatisfecha. Ante personas con sus puntos de vista exclusivos, sin voluntad ni interés por escuchar, peor entender otras motivaciones, alguien debe dar la iniciativa e impulsar con habilidad el conocimiento de los senderos luminosos para acercarnos a la palabra en forma equilibrada y respetuosa. Mientras tanto, se va volviendo complicado cualquier acercamiento cultural o de otro tipo derivando en simuladas condescendencias con imaginarios escenarios, que sin capital humano no perciben la erosión de emociones no atendidas. Decidirse a escuchar a los ciudadanos sin imponer su soberana determinación, es renunciar a prejuicios u opiniones cerradas y abrir paso a nuevos argumentos, juicios de valor con su verdad. La personalidad narcisista solo se escucha a sí mismo, no atiende perspectivas ajenas, busca cualquier pretexto para huir de inmediato, he allí la disonancia cognitiva ajustándose a sus gustos, principalmente, acaparar la palabra, la que viene de otros carece de interés. Acudiendo a la reflexión, entendemos, que el

principal nutriente de la convivencia es saber escuchar, sin ella, nada fluye, nada se autentifica, nada se construye. Por tanto, en cada escenario cultural, una comunicación apropiada es placentera, promueve amistad, perfeccionamiento, o, sencillamente, se instala límites a quienes no tienen voluntad de practicarlo.