Mirando al futuro

Christian Pérez

La inoperancia, improvisación e insensibilidad del gobierno actual nos está dejando como herencia una sociedad fracturada que incluso está desconociendo uno los principios más básicos de la humanidad: el respeto a la vida.

Y lo más grave y contradictorio resulta ser que Guillermo Lasso y su gobierno ha resultado ser un atentado mismo en contra de aquella democracia que lo eligió y lo sentó en Carondelet, ya que los actos de sicariato en contra de autoridades electas y un candidato presidencial, el auge -tolerado- del narcoterrorismo, la degradación del estado y su incapacidad manifiesta para generar gobernabilidad, han puesto contra las cuerdas a este proceso electoral.

Y no se podía esperar un resultado diferente en un gobierno carente de satisfacciones de derechos sociales y abundante en escándalos de corrupción y políticas que han priorizado al capital sobre el ser humano.

En efecto, resulta traumático mirar que los presidenciables realicen sus recorridos y concentraciones políticas utilizando chalecos antibalas y cascos, rodeados, ahora sí, de un sorprendente contingente de seguridad fuertemente armado, haciendo que una fiesta democrática parezca un campo de guerra, alimentado por el temor de los simpatizantes de eventualmente encontrarse en medio de un fuego cruzado.

En este panorama se han desarrollado unas elecciones sui generis en nuestra historia republicana, donde los sentimientos de miedo, inseguridad y paranoia han primado por sobre la esperanza que sentíamos cada vez que nos encontrábamos frente a las papeletas para elegir lo que nuestra conciencia nos manda.

Independientemente de los afectos y desafectos políticos personales, lo único que no podemos perder es la esperanza de que vendrán dias mejores y que la autoridad que resulte electa en estas elecciones, sintonice y entienda el desconsuelo social que vivimos actualmente. Sí, el miedo no debe ni puede someter nuestra esperanza, ya que si esto pasa, definitivamente el mal habrá vencido. Esperemos que nuestros hijos puedan vivir una infancia como la que vivimos nosotros, donde el juego y la felicidad nunca fueron opacadas por la violencia y la falta de humanidad.