Miedo para los difuntos

Jaime López

Quizá el título no sea apropiado, pero el sentimiento persiste a pesar de que todo lo que conlleva la tradicional celebración, casa adentro, induce  a otros fervores y cobija nuestros aposentos, pero no aleja el miedo que sentimos por lo que hemos perdido  y que son difuntos que, sin revivir, se convertirán en motivos para que los cementerios sigan incrementando sus  lápidas escritas por el quemeimportismo y la desmemoria  no solo de los ecuatorianos, sino también de muchos habitantes del mundo que, suponemos, está vivo. Aquella dama nacida en los albores de las sociedades organizadas y conformadas, llamada democracia, hace rato que simula estar viva, de ella solo han quedado sus despojos y vestimentas, porque su cuerpo fue enterrado cuando los autoritarios lo transformaron en campañas mal olientes que, lavado cerebral de por medio, le hicieron dar a luz a caudillos, dictadores,  que consumían la corrupción como alimento diario y que manipulando leyes electorales y patrañas eran y son reelegidos, en muchos meridianos urbanos, nacionales y mundiales, basados en votos obligatorios. Cuantos seres, sistemas, instituciones, están listos a ser acompañantes de la dama difunta, y en nosotros, en usted, en el de allá, germina el miedo hacia los que van a morir y poco o nada hacemos para que esas muertes no ocurran, solo nos queda soportar lo que venga. Por ejemplo, luego de los monumentales dislates del que sabemos, que pronosticó la muerte de un edificio, parece que está fabricando un silencio total con la Sra. Fiscal, seguramente para evitar que se descubra lo del fallecido General Gabela, para que no se revele ciertamente la declaración de la Cadete Presa, para que el silencio de los asambleístas que fueron a Rusia no se transforme en vergüenza  y todo muera. Si, éste recuerdo para los difuntos nos provoca miedo, porque  como aumentan los sicaritos, los extorsionistas, los vacunadores, no debemos ladear la cabeza ante el aumento de cadáveres, porque tampoco hay que mirar a otro lado si la voz interior que llevamos dentro, fabricada por la difunta dama, nos dice que ya es tiempo de revivirla.