Amor y empatía: reflejo de la paz

Positividad tóxica
Personaje lojano

Álvaro Peña Flores

Se escucha, se lee y se palpa que el mundo es un desastre, las guerras, los conflictos de intereses, los sistemas políticos, la religión y las ideologías extremistas han hecho de este mundo un espacio complejo para habitar. Existe una incompatibilidad entre lo que pensamos y lo que hacemos a diario, o quizá la incompatibilidad sea la construcción mental que del mundo tenemos frente a la realidad que la vida común se refleja en todos. La realidad tangible y compleja a la vez, es el ser humano, lo que hace y los efectos que genera.
El hombre como persona, aspira a todos los bienes sublimes, uno de ellos es la paz. Solicitada y buscada por todos, se ha convertido en un bien tan difícil y utópico de alcanzar que todo esfuerzo humano realizado por encontrarla, la ha distorsionado. Muchos la exigen a los Estados, a los gobiernos, a las empresas y al mundo en general, a aquella que perturba de forma violenta la convivencia humana, es decir, a la guerra; pero en el fondo de todo ¿qué paz es la que buscamos y exigimos?
Toda actividad humana implícitamente busca siempre la paz interior de la persona, aquella que exige mirar hacia adentro del ser y que, luego, esa mirada permita observar hacia afuera a través de la ventana del mundo. Esta reflexión introspectiva es necesaria porque reconoce que no es preciso la ausencia de guerra para tener paz, sino que la paz se construye aprendiendo a conocerse, a actuar, a convivir, a cooperar, en definitiva, a ser, ser humano. Con esta dinámica, se impone pues, una necesidad de comprensión elevada del ser, entendiendo que la paz como un valor, afecta a todas las dimensiones del hombre. Con paz interior, no habrá distorsión ni guerra exterior.
Conmemorar el Día Internacional de la Paz (21 de septiembre) equivale a celebrar que estamos en paz interna y que esta se refleja en el amor y la empatía para con todos, en este mundo que sigue su curso desastroso.

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